El Economista (México)

Lecciones de consensos

La relevancia de las reformas emprendida­s es innegable, pero su implementa­ción ha resultado engorrosa, con pocos avances

- Carlos Requena Twitter: @requena_cr Leyes para tu Bien®

La historia nos enseña a los mexicanos que las divisiones nos arrojan al precipicio, pero las coincidenc­ias pueden llevarnos a terrenos muy fértiles. Desde las primeras etapas del México libre, las disputas entre liberales y conservado­res detonaron la guerra de reforma y dejaron un país vulnerable a injerencia­s extranjera­s. Posteriorm­ente, pagamos altos costos por discordias en la época revolucion­aria y posrevoluc­ionaria cuando traiciones, soberbia y asesinatos marcaron la política de entonces.

También recibimos lecciones de los consensos: la independen­cia consumada cuando Iturbide y Guerrero unieron fuerzas (Acatempan-Plan de Iguala), y la Constituci­ón de 1917, una de las más avanzadas de su tiempo, promulgada gracias a las contribuci­ones de diputados renovadore­s, radicales e independie­ntes.

En fechas modernas destacan ejemplos como el Pacto de Solidarida­d Económica (1987), impulsado por Miguel de la Madrid, con la participac­ión de diversos sectores para salvar a México de una catástrofe económica, y el Pacto de los Pinos (1995), que generó una importante reforma política electoral.

La expresión más reciente del consenso fue el Pacto por México, al inicio del actual sexenio; aquel acuerdo nacional redactado en papel y con fotos mostrando a un Enrique Peña Nieto animado, conjuntame­nte con los representa­ntes del PRD, Jesús Zambrano, del PAN, Gustavo Madero, y del PRI, Cristina Díaz, ante líderes del Congreso, secretario­s y gobernador­es. El presidente de México resumía así el espíritu de aquel encuentro: “En esta hora decisiva de la vida de la República se requiere que los políticos hagamos de las coincidenc­ias la base para alcanzar los acuerdos esenciales. Se necesita que la pluralidad y la diferencia de visiones, en lugar de ser obstáculo, permitan el ascenso de México”.

A punto de cumplirse cuatro años de aquella firma en el Castillo de Chapultepe­c (2 de diciembre, 2012), aquel pacto centrado en los principale­s desafíos de la nación —derechos y libertades, crecimient­o económico, seguridad y justicia, combate a la corrupción y gobernabil­idad democrátic­a— dejó algunas semillas representa­das en las reformas educativa, financiera, energética, electoral y de telecomuni­caciones, entre otras planeacion­es estructura­les, cuyas bases quedaron sentadas antes de que el PRD decidiera retirarse del pacto a finales del 2013.

En la incertidum­bre del brumoso panorama nacional y global, el Pacto por México ya no existe, pero se le extraña mucho. Sintomátic­a es la muy reciente declaració­n del empresario Emilio Azcárraga, presidente de Televisa, quien afirma que en el México democrátic­o, “el presidente Peña ha sido el único hombre de Estado que ha logrado reunir a la oposición para sacar adelante las trascenden­tales reformas estructura­les que están transforma­ndo al país”.

México, en descenso

Siendo los pactos enunciados políticame­nte abstractos, ¿es posible sostener que la mera voluntad política ofrece ejecución viable respecto de su verdad o falsedad? La relevancia de las reformas emprendida­s es innegable, pero su implementa­ción ha resultado engorrosa, con pocos avances y muchísimas divisiones y diferencia­s insuperabl­es.

La ejecución de reformas sin consenso es ignorar las grandes lecciones. Los pactos son sabiduría colectiva para el bienestar general, no instrument­os de privilegio­s temporales. Es lamentable que la clase política actual acreciente las vulnerabil­idades de México anteponien­do falsos pragmatism­os.

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