Apuntes para definir la novela gráfica
Cada vez se editan más novelas gráficas, y su manera de valerse de ambos tipos de lenguaje para contar la historia (el gráfico y el escrito), consigue seducir a un público cada vez más amplio
Es muy posible que las clasificaciones literarias, esas categorías a veces genéricas a veces puramente comerciales, existan para que los editores cumplan con cuotas de edición, los libreros sepan dónde acomodar y exhibir el libro y el lector sepa, o crea saber, qué esperar del mismo.
Hemos aprendido a definir como novela, y valga la definición de Wikipedia para este argumento, “una obra literaria en prosa en que se narra una acción fingida en todo o en parte y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción de sucesos interesantes, personajes, pasiones y costumbres”.
No me detendré en la evidente ironía que supone aquello de “causar placer estético”, ni en los abismos paradójicos que se dan entre lo que uno y otro consideran placentero o estético. El argumento va por otro lado, en que bien podemos clasificar casi cualquier cosa como novela cuando en el centro de la definición está en la intención del creador, ese fin detrás de la escritura.
Más esquivo aún cuando se trata de esa nueva “categoría” que es la novela gráfica. Originada en el cómic, se le llama novela gráfica a un tipo de historieta de formato más extenso, dirigida (frecuentemente) a un público maduro (aunque en EU se produzca gran cantidad de novelas gráficas para jóvenes).
Las definiciones en Internet buscan concretar a base de distinguirla de otras cosas: que debe tener formato de libro, como si no pudiera editarse en entregas como Watchmen (y como muchas novelas del siglo XIX). Queda claro que el formato de libro no es definitivo porque los libros de viñetas de Quino o las recopilaciones de tiras y cartones que circulan desde los 70 no son “novelas gráficas”.
Otras características parecen extraídas de una novela gráfica para crear un molde forzado en el que deben encajar el resto: Que debe tener (de preferencia) un sólo autor, que debe tratarse de una única historia extensa y densa; que debe estar destinada a un público maduro o adulto; que debe tener “pretensiones temáticas de literatura con L mayúscula”.
Al final se puede caer en aquella definición que sostenía un maestro en la universidad: ¿Qué es literatura? Lo que se escribe como tal.
Cada vez se editan más novelas gráficas, y su manera de valerse de ambos tipos de lenguaje para contar la historia (el gráfico y el escrito), consigue seducir
a un público cada vez más amplio.
Memorias de un hombre en Pijama (Astiberri) de Paco Roca es una recopilación de su página doble publicada en el periódico valenciano Las provincias. Podría ser considerada un volumen antológico de sus entregas y no una novela gráfica. Excepto que cada una de esas páginas se centra en reflexiones autobiográficas: su manera de lidiar con el trabajo, el amor, la familia y las aspiraciones profesionales. Hay un centro temático en la obra entera, él mismo, que le da una cohesión literaria que no tienen los libros de Maitena. Otro caso puede ser el extraño Hit
Emocional (Sexto Piso) de Juanjo Sáez. Un volumen que recupera páginas de su participación en la revista Rock de
Lux, donde dedicaba cada semana una reflexión gráfica, a una canción que le produjera una emoción profunda. Como novela gráfica es inusual, porque escapa a las viñetas y estructura narrativa surgidas del cómic; parece un manuscrito ilustrado o la edición de una libreta de apuntes. Páginas completas de texto escritas a mano, con tachones, garabatos, dibujos, notas al margen y demás.
Detrás de un trabajo editorial casi artesanal, Sáez apunta su pasión por el rock duro, el heavy y el trash metal; pero también sus recuerdos de infancia. La forma en que se conocieron sus padres, sus inicios en la música, etcétera. Es un texto a veces muy íntimo, que va más lejos de la simple recomendación de canciones a descargar de iTunes o Spotify.
Quizá parte de la conexión que provoca con el lector se consiga gracias a la decisión de sus editores de dejar cada página escrita puño y letra. Olvidando esa absurda legislación setentera que sugería a los editores de cómics a usar tipografías lo más parecidas a la máquina de escribir para prevenir “lesiones a la vista de los jóvenes lectores”. El formato inusual provoca una sensación más parecida a estar espiando un diario privado a veces difícil de leer; que la que genera, por ejemplo, un libro de Rius.
Es probable que, conforme se explore y desarrolle este vehículo de creación, debamos escapar a los intentos por etiquetarlo y categorizarlo con definiciones forzadas que surgen de sus antecesores más venerables: la literatura escrita.
La novela gráfica es más que la suma de sus partes, más que novela y que ilustración; y supone un lenguaje que todavía está en proceso de descubrirse y definirse.