El Diario de Chihuahua

EL ARTE DE SER AMABLES

- Antonio Rojas

Y siempre, hasta en los casos peores, salva esa belleza de la forma cuidada” (J.W. Ford) .

Aquella señora, ya entrada en años, que quiso hacerse un retrato para la posteridad. Se sentó delante de la cámara con su habitual gesto adusto. Ese gesto propio de personas de vida difícil y áspera, de constantes desilusion­es, de esfuerzos frustrados, de toda una serie de años amargados casi siempre por culpa de los demás, de las cosas, de las circunstan­cias...

—Señora —le dijo el fotógrafo— no querrá usted que la recuerden con esa cara seria de pocos amigos, ¿no? —Solo es el reflejo de mi dura vida. —Ya; vamos a hacer una cosa. Procure mirar a la cámara un poco más dulcemente, algo así como si la cámara fuera su mejor amiga con la que acaba de encontrars­e.

Y se realizó el milagro. A base de tratar con sus clientes, el fotógrafo había aprendido la norma exacta de la felicidad y de la belleza.

—No hace falta nada exterior. Hay algo que usted misma puede poner en su interior para cambiarle la expresión del rostro.

Nuestra felicidad y la de los que nos rodean, es cuestión de postura mental, de cultivo, de nuestra la riqueza interior, de nuestros ideales y sentimient­os.

Una mejor postura interior y un mayor contentami­ento del espíritu producen una mayor galanura del rostro, una mirada menos dura, más dulcificad­a.

Es todo un arte: el arte de ser amables, aprovechan­do nuestros resortes interiores, sin esperar a que cambien las circunstan­cias, las cosas y las gentes. Es el arte de amar a las cosas y a las personas, prendiendo sonrisas en todas las almas para esponjar la vida y mejorarla, haciéndole­s experiment­ar que no hay alegría mejor que la que sabe despertar alegría en los demás; porque como afirma Charles Buxton: «Aún no has cumplido todos tus deberes, si has omitido el de ser placentero». No falla esta ley. Muéstrate sombrío y áspero y verás cómo va calando en tu ánimo una depresión fastidiosa que te llena el corazón de tristeza y amargura; sin embargo, sonríe, haz que brille tu mirada con los colores del arco iris, y verás cómo sube de lo más profundo del corazón una sensación de contentami­ento y gozo desbordant­e.

Es evidente que en este mundo nuestro, hay multitud de circunstan­cias exteriores que nos crispan, que nos alargan la cara. Es evidente, por eso hay que recurrir a lo interior, cultivar y enriquecer nuestros valores interiores, porque ahí, en el remanso interno, está la fuente del arte de la amabilidad. Y eso, aunque fuera, haya tormentas.

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