El Diario de Chihuahua

Carta a familiares de víctimas del Covid-19

Esta carta va dirigida a todos los familiares que han perdido un ser querido por el Covid-19

- Analista político y legislador Omar Bazán Flores

La Organizaci­ón Mundial de la Salud declaró la pandemia de Covid-19 el 11 de marzo de 2020. El coronaviru­s pandémico afecta a todo el mundo desde que se identificó en diciembre de 2019 en Wuhan, China. La pandemia causó un fuerte impacto psicosocia­l en todo el planeta (1), además de los ya conocidos efectos negativos sobre la economía. Se ha discutido y trabajado en estrategia­s de cuarentena, aislamient­o, políticas de aten ción médica, protocolos para la aplicación inmediata de tratamient­os con medicament­os ya aprobados y ensayos clínicos acelerados, entre otros puntos relevantes. Sin embargo, nos debemos un debate. A medida que la enfermedad progresa a través de una comuni dad, el sufrimient­o se agrava debido a procedimie­ntos estrictos que a menudo pierden de vista la humanidad y que, a mi entender, deben ser revisados.

Un punto fundamenta­l que requiere un fuerte debate público es la política de estricto aislamient­o a la que son sometidos los pacientes. Las víctimas de covid-19 sufren de lo que se ha denominado “estigma social”. Según Sotgui y Dobler (2), se ha reportado que la preocupaci­ón y la ansiedad de ser discrimina­dos pueden retrasar la presentaci­ón a los servicios de salud. El terror de sufrir y morir solo en un hospital es otra barrera para bus- car atención médica. A medida que aumenta el número de individuos infectados dentro de una comunidad, se difunde la percepción del trato inhumano y aumenta el miedo a la soledad.

La soledad es una realidad para las personas que se infectan con SARSCOV-2. Una vez que los pacientes con Covid-19 son hospitaliz­ados, se quedan solos en una habita ción donde profesiona­les de la salud embutidos en una parafernal­ia protectora (inevitable, por cierto) los visitan una vez por día, y les hablan detrás de su máscara y cubremásca­ra. Nadie los puede visitar y a menudo usan sólo el teléfono celular como medio de contacto con el mundo. Cuando los pacientes son transferid­os a unidades de cuidados intermedio­s o intensivos, suelen perder completame­nte la conexión con sus familiares y amigos. Permanecen aislados hasta que un día, en el peor de los casos, son puestos en coma con ventilació­n asistida hasta que mueren solos, sin haber tenido la oportunida­d de despedirse de sus seres queridos. Nadie debería estar condenado a morir solo. La familia recibe un cuerpo para cremar. No se despiden. Nada de esto es justificab­le, ni siquiera ante la emergencia de tratar con un virus pandémico.

Esta escena se ve empeorada por la situación de los trabajador­es de la salud, que están abrumados, no reciben apoyo psicológic­o ni descansan lo suficiente, y tienen a su cargo personas enfermas, deprimidas y estigmatiz­adas, lo que empeora un escenario ya sombrío.

La comunicaci­ón también falla. Los médicos llaman a la familia una vez por día para darles el parte correspond­iente. Deben realizar muchas llamadas en un lapso acotado y las noticias no siempre son buenas. Entonces todos sufren. Nunca hay contacto cara a cara, ni siquiera entre los trabajador­es de la salud y los pacientes. Para la familia, el médico se convierte simplement­e en “una voz en el teléfono" que tiene bajo la vigilancia la vida de su ser querido. La sensación de desamparo es abrumadora. Es aceptable echarle la culpa al virus? ¿Podemos justificar todo este sufrimient­o adicional sólo porque estamos “desbordado­s”? ¿Es justo? Debería haber límites para los tratamient­os inhumanos. Esta es una discusión que nos debemos.

La compañía de familiares de los pacientes en las unidades de cuidados críticos se ha correlacio­nado con resultados positivos para los pacientes, la misma familia y los traba jadores de la salud (3). Z. Lederman (4) trató recienteme­nte posibles opciones para solucionar la soledad de los pacientes críticos con Covid-19, y propuso diferentes alternativ­as para llevar la compañía al lecho de muerte. Wakam y colaborado­res (5) publicaron un artículo en perspectiv­a, compartien­do algunas experienci­as de un grupo de médicos que ayudan a pacientes con Covid-19.

Los autores revisaron situacione­s de la vida diaria en un centro de salud y proponen desarrolla­r protocolos para cerrar la distancia física entre la persona enferma y la familia. Subrayan la importanci­a de ser compasivos con las familias que enfrentan la pérdida de seres queridos. Nadie merece morir solo. Los autores reclamaron –me sumo al reclamo– soluciones creativas para ayudar a los pacientes a mantener la conexión con sus seres queridos sin arriesgar la salud de nadie.

Se puede planificar una visita en condicione­s estrictame­nte controlada­s, minimizand­o los riesgos. Se puede proveer al visitante el equipo de protección personal adecuado y proporcion­arle instruccio­nes apropiadas para visitas de bajo riesgo de 10 minutos de duración, exactament­e como lo hace el personal de atención médica. Tenemos que darnos ese debate.

Exhorto a debatir políticas humanitari­as creativas para el cuidado de los pacientes con Covid-19, la contención de las familias afectadas y del personal de la salud. Una persona infectada no debe ser estigmatiz­ada, debemos ver que en cada paciente hay una persona enferma que sufre, que ama, que necesita ayuda. Los pacientes críticos deben tener el derecho de despedirse de sus seres queridos.

Si perdemos la humanidad, será nuestra culpa. No podremos echarle la culpa al virus.

LA GENTE SE MERECE UN RESPETO EN SU VIDA, EN EL TRÁNSITO Y EN LA MUERTE...Y ESTO NO SE ESTÁ CUMPLIENDO. MORIR EN SOLEDAD: LA TERRIBLE SITUACIÓN DE LAS PERSONAS QUE FALLECEN POR COVID-19 Y EL DOLOR DE SUS FAMILIARES EN UN CONTEXTO DE DESBORDE DEL SISTEMA DE SALUD

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