¿Es mejor no creer en Dios?
Disyuntiva para unos, convicción para otros, el creer o no creer en Dios, y para otros más creer, pero con sus limitantes. Tema polémico y ancestral, de una vigencia permanente. Lo que sí es que, el creer, implica un gran compromiso, el cual no cualquiera lo puede o lo quiere asumir, independientemente de los beneficios que le pudiera ofrecer.
Si no estamos dispuestos a aceptar reglas más allá de nuestra propia voluntad, o a aceptar las que nos impone el contrato social -siempre y cuando no invadan nuestra esfera individualista-, pues el no creer en Dios pudiera resultar conveniente. Se puede idolatrar -y se idolatraa quienes pertenecen al mundo del espectáculo (actores, cantantes, músicos, etc.), a políticos de tal o cual corriente, a tratados sobre estrategias militares y políticas (El arte de la Guerra de Sun Tzu y El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, por ejemplo), independientemente de que nos aporten o no algo positivo, pero en un Ser Supremo y en su Palabra (contenida en la Biblia), por muy bondadosa que ésta sea para la toda la humanidad, pues no les resulta lo mejor.
La búsqueda de lo que nos pueda satisfacer en lo inmediato, aunque efímero y sin importar a quien pueda afectar, se ha querido imponer como el propósito de vida de todo ser humano. Igualmente, a la solidaridad, a ese compromiso que tenemos para con nuestros familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y de escuela, etc., ahora se le pretende tergiversar como si fuera una intromisión a la privacidad de las personas. El aislamiento del individuo es cada vez mayor, al igual que el desinterés por lo que a propios y extraños les pueda aquejar o hacer felices.
Los códigos de conducta se están volviendo cada vez más individualistas y permisivos, a grado tal que padres y madres de familia tienen que guardar distancia hasta con sus hijos menores -cuanto más con los mayores- sobre temas tan importantes como la sexualidad, el esparcimiento, la disciplina, etc. Resulta que en la actualidad, una nalgada para llamar la atención, por más sutil que esta sea, hasta puede ser constitutiva de un delito. Por otra parte, determinados modelos “educativos” fomentan que, si el niño lo desea o no, puede llegar a un lugar y saludar a quienes ahí se encuentran. Hay normas mínimas de educación que favorecen la convivencia colectiva, la interrelación, que resulta por demás absurdo prescindir de ellas.
Ahora no podemos invadir la privacidad de nuestros hijos ¿Qué pensaran? ¿Qué problemas tendrán? ¿Qué pretenderán llevar a cabo? Cuántos jóvenes no han caído en conductas negativas, hasta en el suicidio o en el homicidio colectivo, pero se nos limita -o nosotros mismos nos limitamos- a estar cerca de ellos, a involucrarnos en su formación. Pero lo de ahora es el respetar “ilimitadamente” el espacio de los demás, aunque por otro lado sea natural -incluso en los animales irracionales- el velar por el bienestar de nuestras crías, disciplinándoles cuando sea necesario.
Paradójicamente, en estos tiempos para muchos vale más un gallo que un humano. Hay quienes estando a favor del aborto, por otro lado están en contra de la pelea de gallos y de las corridas de toros, en virtud del sufrimiento a que son sometidos dichos animales. Se debate si desde la concepción se es o no persona, cuestionándose el derecho a la vida del producto. Se defiende que la mujer puede hacer con su cuerpo lo que desee, argumentando que la personita que lleva dentro no es tal, sino que es parte de su misma corporeidad.
Indudablemente existen aspectos de una religión o religiones cuya figura central y absoluta es Dios, y que en el tiempo no han sido los más convenientes, pero se ha venido evolucionando en múltiples cuestiones. Quedarán resabios que deben abatirse, algunos de ellos incluso abominables, pero lo cierto es que más allá de los errores o de la perspectiva del ser humano, es un Ser Supremo quien nos ofrece su voluntad para bien de todos.
Si bien podremos conocer personas que sin creer en Dios son bondadosas, esa condición puede ser tan frágil como lo es en general el hombre ante sus circunstancias.
Qué problema hay en que, sin fanatismos, creamos en un Ser que quiere lo mejor para nosotros. Si seguimos el ejemplo de Jesús, el Hijo de Dios, indefectiblemente llegaremos a una vida de satisfacción en la que: pensemos y nos ocupemos de los demás; respetemos y consideremos a nuestros padres (un círculo virtuoso); no hagamos a los demás lo que no queramos que nos hagan; no robemos; no matemos; etc. ¿Es esto bueno? ¿Es lo que necesitamos? ¿Nos afectaría si lo tuviéramos en nuestras vidas?
Puede haber un sinnúmero de voces que critican y hasta condenan a quienes creen en Dios, pero independientemente de ciertas incongruencias clericales o feligresas: ¿habrá algo en el ejemplo de Jesús que pueda reprocharse o señalarse como contrario al bien de todos y cada uno de los seres humanos?