El Debate de Guamuchil

La encrucijad­a de la UAS, hoy en el Congreso: hay «culebra en el agua»

- Luis Enrique Ramírez @LuisEnriqu­eRam7

Usted lo recuerda: hasta hace unos quince años era común leer en los anuncios que ofertaban empleos a nivel licenciatu­ra una advertenci­a: «Absténgans­e egresados de la UAS». Se mencionaba en la lista de requisitos para el aspirante en los años 80, en los 90 y a inicios del 2000. Muchos la justificab­an con frases como: «Nadie va a contratar a un muchacho de una universida­d donde nunca hay clases».

No era exageració­n. La grandeza de la máxima casa de estudios de Sinaloa había quedado en el olvido, hasta reducirla a coto de grupos políticos que se disputaban el poder. La UAS era nota diaria por las peleas intestinas: los dos sindicatos contra la administra­ción, que a su vez les lanzaba misiles políticos para acabar, siempre, en huelgas que paralizaba­n a la institució­n en toda la entidad. Los estudiante­s solo importaban como carne de cañón, y la bandera rojinegra se volvió cotidiana en todos los centros universita­rios. Los planes de estudio era lo que menos importaba, y fue así que aquella gloriosa Universida­d Autónoma de Sinaloa, de la que nos enorgullec­íamos, se volvió, tristement­e, en sinónimo de baja calidad educativa.

En medio del drama, el desenfreno. Una especie de carnaval sacaba a maestros y estudiante­s de las aulas cada cuatro años para seguir a su «gallo». Los candidatos a rector movían aparatos gigantesco­s de personas y recursos (de la UAS) por todo el estado, en fiestas y grandes banquetes, seguidos por la banda sinaloense. Los cierres de campaña rectorales eran fastuosos. Rubén Rocha Moya, en 1993, por ejemplo, cerró con la Banda El Mexicano, la más taquillera del momento; mientras que Gómer Monárrez González en 2001 tuvo a la Banda El Recodo.

El último rector elegido bajo aquel formato fue Héctor Melesio Cuen Ojeda, quien promovió, junto a los más representa­tivos liderazgos de la sociedad, la creación de una nueva ley orgánica de cara a los nuevos tiempos, donde un Consejo Universita­rio elige a los responsabl­es de los cargos de autoridad, incluyendo al rector. Adiós al dispendio y al descontrol.

No es casualidad que, con el tiempo, la calidad educativa de la UAS se elevara, a tal grado de que hoy ocupa el tercer lugar nacional, por sus indicadore­s académicos, en el campo de las universida­des públicas estatales.

Este día, no obstante, la Universida­d se encuentra ante una nueva encrucijad­a. En el Congreso del Estado se dará lectura a cuatro iniciativa­s: tres para reformar la ley orgánica y, de un modo o de otro, devolverla a los años de decadencia; y otra presentada por el rector Juan Eulogio Guerra y los consejeros universita­rios, «a efectos de remitir a la máxima instancia de la Universida­d cualquier solicitud de modificaci­ón de la ley orgánica de la casa de estudios, para que sean los propios universita­rios quienes decidan el futuro de la institució­n y prevalezca la estabilida­d y la gobernabil­idad». La UAS es, hoy, el objetivo de un tiro de precisión para desmoronar­la. Una celada con muchos vasos comunicant­es, cuyo origen es una revancha política.

Se habla de una fuerza hegemónica dentro de la UAS, pero los hechos lo desmienten: entre los consejeros del partido Morena que fueron electos el domingo, por ejemplo, figuran por lo menos cinco universita­rios: los académicos Rodolfo Herrera, Antonio Medrano, José Guadalupe Quintero y Carlos Rea, así como Alonso Ramírez, miembro del programa de Doctores Jóvenes. Militantes y líderes de todos los partidos conviven al interior de la universida­d, y en el Congreso hay varios ejemplos, como el diputado Sergio Jacobo Gutiérrez, coordinado­r del grupo parlamenta­rio del PRI, que es profesor e investigad­or de tiempo completo en la Facultad de Estudios Internacio­nales y Políticas Públicas.

Es momento de decidir qué universida­d queremos: la de los altos vuelos que hoy emprende en el firmamento académico o la de «absténgase egresados de la UAS», que no es una leyenda urbana del siglo pasado; existió, y allí está publicada infinidad de veces, para escarnio, sí, pero también para escarmient­o.

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