La encrucijada de la UAS, hoy en el Congreso: hay «culebra en el agua»
Usted lo recuerda: hasta hace unos quince años era común leer en los anuncios que ofertaban empleos a nivel licenciatura una advertencia: «Absténganse egresados de la UAS». Se mencionaba en la lista de requisitos para el aspirante en los años 80, en los 90 y a inicios del 2000. Muchos la justificaban con frases como: «Nadie va a contratar a un muchacho de una universidad donde nunca hay clases».
No era exageración. La grandeza de la máxima casa de estudios de Sinaloa había quedado en el olvido, hasta reducirla a coto de grupos políticos que se disputaban el poder. La UAS era nota diaria por las peleas intestinas: los dos sindicatos contra la administración, que a su vez les lanzaba misiles políticos para acabar, siempre, en huelgas que paralizaban a la institución en toda la entidad. Los estudiantes solo importaban como carne de cañón, y la bandera rojinegra se volvió cotidiana en todos los centros universitarios. Los planes de estudio era lo que menos importaba, y fue así que aquella gloriosa Universidad Autónoma de Sinaloa, de la que nos enorgullecíamos, se volvió, tristemente, en sinónimo de baja calidad educativa.
En medio del drama, el desenfreno. Una especie de carnaval sacaba a maestros y estudiantes de las aulas cada cuatro años para seguir a su «gallo». Los candidatos a rector movían aparatos gigantescos de personas y recursos (de la UAS) por todo el estado, en fiestas y grandes banquetes, seguidos por la banda sinaloense. Los cierres de campaña rectorales eran fastuosos. Rubén Rocha Moya, en 1993, por ejemplo, cerró con la Banda El Mexicano, la más taquillera del momento; mientras que Gómer Monárrez González en 2001 tuvo a la Banda El Recodo.
El último rector elegido bajo aquel formato fue Héctor Melesio Cuen Ojeda, quien promovió, junto a los más representativos liderazgos de la sociedad, la creación de una nueva ley orgánica de cara a los nuevos tiempos, donde un Consejo Universitario elige a los responsables de los cargos de autoridad, incluyendo al rector. Adiós al dispendio y al descontrol.
No es casualidad que, con el tiempo, la calidad educativa de la UAS se elevara, a tal grado de que hoy ocupa el tercer lugar nacional, por sus indicadores académicos, en el campo de las universidades públicas estatales.
Este día, no obstante, la Universidad se encuentra ante una nueva encrucijada. En el Congreso del Estado se dará lectura a cuatro iniciativas: tres para reformar la ley orgánica y, de un modo o de otro, devolverla a los años de decadencia; y otra presentada por el rector Juan Eulogio Guerra y los consejeros universitarios, «a efectos de remitir a la máxima instancia de la Universidad cualquier solicitud de modificación de la ley orgánica de la casa de estudios, para que sean los propios universitarios quienes decidan el futuro de la institución y prevalezca la estabilidad y la gobernabilidad». La UAS es, hoy, el objetivo de un tiro de precisión para desmoronarla. Una celada con muchos vasos comunicantes, cuyo origen es una revancha política.
Se habla de una fuerza hegemónica dentro de la UAS, pero los hechos lo desmienten: entre los consejeros del partido Morena que fueron electos el domingo, por ejemplo, figuran por lo menos cinco universitarios: los académicos Rodolfo Herrera, Antonio Medrano, José Guadalupe Quintero y Carlos Rea, así como Alonso Ramírez, miembro del programa de Doctores Jóvenes. Militantes y líderes de todos los partidos conviven al interior de la universidad, y en el Congreso hay varios ejemplos, como el diputado Sergio Jacobo Gutiérrez, coordinador del grupo parlamentario del PRI, que es profesor e investigador de tiempo completo en la Facultad de Estudios Internacionales y Políticas Públicas.
Es momento de decidir qué universidad queremos: la de los altos vuelos que hoy emprende en el firmamento académico o la de «absténgase egresados de la UAS», que no es una leyenda urbana del siglo pasado; existió, y allí está publicada infinidad de veces, para escarnio, sí, pero también para escarmiento.