La voz del Pastor
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, quien hoy ascendió a los cielos.
En el santo Evangelio de hoy, según san Marcos, tenemos otro aspecto importante de la Ascensión, es decir, que Jesús hizo una última encomienda, el mandato solemne al enviar a los discípulos a evangelizar. Esta tarea es de todos los miembros de la Iglesia, no es solo de los clérigos. Hay algunos envíos oficiales de parte de la autoridad del Papa o de un obispo, pero cada bautizado debe saberse permanentemente enviado, para que, en medio de su familia y en medio de sus quehaceres, pueda estar siempre llevando la Buena Nueva con su testimonio de vida.
Luego el evangelista de una manera muy breve, clara y sencilla habla de la Ascensión en pocas palabras diciendo: “El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16, 19). La Ascensión de Jesús fue un gesto muy claro para señalar que su tarea estaba plenamente cumplida y que ahora tocaba a sus discípulos continuar la obra en cuanto recibieran al Espíritu. San Marcos pone como acto seguido a la Ascensión el hecho de la evangelización.
Dice: “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían” (Mc 16, 20).
Alguien podría preguntar ¿dónde están los milagros? Efectivamente, la primera evangelización fue acompañada de abundantes milagros, como para acreditar o confirmar, como dice el texto, su predicación. Sin embargo, a lo largo de estos dos mil años no han faltado los milagros, y de hecho, cada celebración eucarística es un milagro nuevo del Señor que se hace presente y se nos entrega en su Cuerpo y en su Sangre. Siempre es la vida de caridad la que da sello de autenticidad a nuestra fe. Por algo dice san Pablo que lo que importa es la “fe que actúa por medio del amor”.