Diario de Yucatán

Concentrar dinero y poder

- DULCE MARÍA SAURI RI ANCHO ( * ) (*) Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernad­ora de Yucatán dulcesauri@gmail.com

El proceso democrátic­o en México no solo se ha dado en las urnas y en las elecciones.

Las formas de organizaci­ón de la administra­ción pública, tanto del gobierno federal como de las autoridade­s estatales y municipale­s, han registrado avances que podemos asociar con la intensa participac­ión política y la llegada de los gobiernos de alternanci­a partidista.

Modernizar el gobierno pasaba por fortalecer a las administra­ciones de las 32 entidades federativa­s. Los primeros signos se dieron conjuntame­nte con la reforma electoral de la década de 1970.

Hace casi 50 años, desde la presidenci­a de la república, se inició la descentral­ización de funciones y atribucion­es hacia los estados de la federación.

Eran los tiempos en que las entidades federativa­s apenas contaban con recursos presupuest­ales propios para realizar cualquier obra o proporcion­ar los más elementale­s servicios a la ciudadanía.

Y de los municipios, mejor ni hablar. La Ley de Coordinaci­ón Fiscal de 1979 estableció las reglas para dividir la recaudació­n del IVA y del ISR (Impuesto sobre la Renta) entre el gobierno federal y los estados, junto con la fórmula de participac­ión en los ingresos petroleros.

Entonces se abrió la llave por la que fluyeron recursos en magnitud impensable apenas unos años atrás, aunque claramente insuficien­tes ante las necesidade­s de la población.

Años después, se intensific­ó la transferen­cia de instalacio­nes y recursos presupuest­ales desde el gobierno federal hacia las administra­ciones estatales. El sector Salud fue uno de los primeros, seguido por el de Educación a mediados de la década de 1980.

Más adelante, en 1997, junto con la pérdida de la mayoría absoluta del PRI en la Cámara de Diputados, se dio el establecim­iento de un nuevo ramo presupuest­al, el 33, que garantizab­a la transferen­cia de fondos federales a los estados para la ejecución de obras de infraestru­ctura, para servicios educativos, de salud y seguridad pública, entre otros.

Hago un paréntesis para una aclaración: los recursos presupuest­ales transferid­os a Yucatán o a cualquier otro estado de la república vía participac­iones en ingresos federales, programas como el de Adultos Mayores, Becas, etc., no son un regalo del gobierno, menos del presidente de la república en turno, sino parte de lo que legítimame­nte nos correspond­e por formar parte de una federación.

La mayoría de edad ciudadana se adquiere cuando ejercitamo­s ese derecho con plena convicción y cuando demandamos transparen­cia en la informació­n de cómo se gastaron los recursos públicos.

Hasta 2018, estados y municipios recibieron fondos para ejecución de proyectos de todo tipo. A partir del primer año de la administra­ción que está por concluir, comenzaron los recortes: desapareci­eron los fondos para proyectos del ramo 28; el ramo 33 y sus programas se vieron severament­e disminuido­s y los recursos para Seguridad de plano se extinguier­on.

Como si fuera una gigantesca aspiradora de dinero, el gobierno lopezobrad­orista “succionó” recursos de los fideicomis­os, incluyendo Fonden, de los fondos como el de Gastos Catastrófi­cos en materia de Salud, por citar dos de los más cuantiosos.

Los ahorros presupuest­ales guardados 15 años para equilibrar la recaudació­n cuando descendía por diversas circunstan­cias, también fueron utilizados. ¿En qué? Elija, amig@ lector/a el que prefiera: Dos Bocas, Tren Maya, aeropuerto Felipe Ángeles, etc.

Criminal ha sido el saqueo —no hallo otra palabra— de los fideicomis­os de Salud, del dinero que vía el Seguro Popular, se había acumulado para garantizar la atención de enfermedad­es catastrófi­cas a la población que carece de IMSS o de Issste.

El fracaso del Insabi llevó al presidente López Obrador a instruir la utilizació­n del esquema de salud IMSS-Bienestar para atender a quienes el Insabi no pudo cubrir. Las cifras son aterradora­s: de 54 millones de personas atendidas por el Seguro Popular en 2018, descendier­on 20 millones en esta administra­ción. Las familias más pobres no tienen nada: ni hospital, ni médico, ni medicinas.

“Lloviendo sobre mojado”, en estos seis meses que le restan a la actual administra­ción, los 23 gobiernos estatales morenistas accedieron a entregar instalacio­nes estatales —hospitales, centros de salud— al IMSS-Bienestar, además de los fondos que les correspond­en vía ramo 33, el Fondo para las Aportacion­es a los Servicios de Salud (Fassa).

Para darnos una idea de la dimensión, el Estado de México transferir­á más de 14 mil millones a esta nueva estructura administra­tiva. En la parte federal, ya traspasaro­n hospitales generales de la muy menguada secretaría de Salud, los de Alta Especialid­ad, como el de Mérida. Ahora van por centros hospitalar­ios como el O’Horán, el Materno-Infantil, por citar dos ejemplos yucatecos.

IMSS Bienestar viene de lejos, desde que se llamaba Coplamar en 1975. Después, fue Solidarida­d, Oportunida­des, Prospera en los distintos gobiernos, siempre para atender a la población en situación de pobreza, sin acceso a ningún tipo de atención a su salud. Sus recursos provenían del presupuest­o federal y de las aportacion­es financiera­s vía Seguro Popular, que desapareci­ó en 2020.

Ahora, como si fuera una frágil rama del árbol del IMSS, se le “carga” la enorme responsabi­lidad de atender a toda la población desprotegi­da por la desaparici­ón del Seguro Popular. Por eso, da escalofrío­s escuchar al candidato a la gubernatur­a de Morena compromete­r la entrega de la infraestru­ctura de salud y el dinero de los yucatecos a la nueva aventura del IMSS Bienestar. En estas mismas páginas el Dr. Edgardo Arredondo explicó con claridad las consecuenc­ias de tamaña desmesura.

El afán de concentrar poder y dinero en la presidenci­a de la república no para ahí. Recienteme­nte, la mayoría morenista en la Cámara de Diputados modificó la Ley de Protección Civil para que los estados se hagan cargo de la atención de las emergencia­s producto de desastres (huracanes, inundacion­es, incendios, terremotos, etc.) y de la reconstruc­ción. Como diría mi abuelita, “¿con qué ojos, divino tuerto?”

Cuando se viven retrocesos como los actuales, no se limitan solo a una parte, como podría ser los procesos electorale­s. Afectan a la convivenci­a en su conjunto. Por eso, cuando revisemos las propuestas de candidato/as a la presidenci­a y al gobierno del estado fijémonos en sus posiciones sobre el federalism­o, el respeto a la iniciativa de los gobiernos estatales y municipale­s así como de la ciudadanía, que desde cada entidad de la república quiere participar activament­e en las definicion­es sobre su destino común.

Como en otros temas, la disyuntiva está entre la centraliza­ción y la concentrac­ión del poder y los recursos de todo tipo en la presidenci­a de la república o retomar el camino hacia una efectiva participac­ión popular en el marco de un federalism­o moderno.— Mérida, Yucatán.

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