Periodismo y oscuridad
“La democracia muere en la oscuridad”, se lee desde hace algunas semanas en la portada digital de “The Washington Post”. La frase fue colocada por este influyente medio estadounidense justo debajo de su logo, y recuerda al mundo que la democracia en un lugar o tiempo determinado es tan mortal como un ser humano. Y que la falta de información puede desaparecerla.
Indudablemente, el recordatorio de “The Washigton Post” alude al ascenso al poder de Donald Trump, quien se ha caracterizado por su total deprecio a la verdad y por sus amenazas veladas a los medios que la comunican a los estadounidenses. Los mexicanos tendríamos que aceptar que es cierto que la democracia muere en la oscuridad, pero también tendríamos que agregar, con base en nuestra experiencia, que la democracia no puede siquiera aparecer en la ausencia de información; es decir, que la democracia no sólo muere, sino que tampoco puede nacer en la oscuridad.
El pasado jueves la periodista Miroslava Breach fue asesinada en la ciudad de Chihuahua. Miroslava trabajaba para el periódico “La Jornada” y al momento de ser atacada se encontraba en su automóvil preparándose para llevar a su hijo a la escuela. Probablemente debido a la trayectoria de la periodista y a la importancia del medio para el que laboraba, su asesinato no sólo ha causado conmoción e indignación en el gremio periodístico nacional, sino que ha tenido adicionalmente un alto impacto en redes sociales.
Pero la tragedia que vive el periodismo nacional se extiende mucho más allá de este suceso. Desde el sexenio de Felipe Calderón los asesinatos de periodistas en México han venido ocurriendo con frecuencia. De acuerdo con la conocida organización internacional “Comité para la Protección de los Periodistas”, en el gobierno del esposo de Margarita Zavala al menos 14 comunicadores fueron asesinados en represalia por su trabajo y este sexenio “ha sido uno de los más violentos para la prensa que jamás se haya registrado en el mundo”. Por si esto no fuera suficiente, durante el gobierno de Calderón México llegó a ser el primer lugar mundial —sí, el primero— en periodistas “desaparecidos” (“El Universal”, 15/02/2013).
Desde entonces, ni situación ni indiferencia oficial se han modificado sustancialmente. Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto un periodista ha sido asesinado cada 26 días (“Sinembargo.mx”, 4/08/2016). De acuerdo con la Federación Internacional de Periodistas (FIP), en 2016 México fue el tercer lugar mundial en asesinatos de periodistas y profesionales de los medios de comunicación. Once periodistas fueron asesinados en nuestro país tan sólo el año pasado, cifra mayor que ————— (*) Maestro en Estudios Humanísticos con especialidad en Ética (ITESM) la registrada en países como Siria, Yemen o Guatemala (“Proceso”, 31/12/2016).
Los gobiernos mexicanos, tanto el federal como los locales, no parecen haber dado mayor importancia al asunto. El portal “Animal Político” reporta (24/03/2017) que “de acuerdo con la Fiscalía para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (Feadle), en algo más de seis años —de julio de 2010 al 31 de diciembre de 2016— se registraron 798 denuncias por agresiones contra periodista... de las cuales 47 fueron por asesinato... —pero— sólo tiene registro de tres sentencias condenatorias: una, en el año 2012; y otras dos en 2016…el 99.7% de las agresiones no ha recibido una sentencia”.
En un contexto semejante es muy complicado que la democracia germine.
La vida de un periodista o sus derechos no son más valiosos que los de cualquier otro humano; pero sí tienen una importancia funcional mayor en la operación de una democracia. Un público desinformado es oro molido, lo mismo para gobernantes autoritarios que funcionaros corruptos.
Yucatán no ha estado exento de violencia contra sus periodistas. Durante el gobierno de Rolando Zapata diversos reporteros de Diario de Yucatán han sido retenidos y amenazados en municipios del interior del estado. El caso de Mauricio Can Tec, detenido ilegal y violentamente en pleno desempeño de sus funciones por elementos de la Policía Municipal de Calcalchén, es tan sólo el más reciente de ellos; a Mauricio “seis oficiales lo sometieron con excesiva fuerza, lo arrastraron unos seis metros hasta la unidad y lo tiraron a la ‘cama’ de la camioneta habilitada como patrulla”. Por su labor periodística, Can Tec fue llevado a la cárcel. (Diario de Yucatán, 08/03/2017).
Ya sea con su pasividad o con su activa persecución a periodistas —véase el caso de Javier Duarte—, algunos gobernantes se han beneficiado de la oscuridad en que la prensa contenida deja a los ciudadanos y de que en pocos sitios existen medios regionales fuertes —como Diario de Yucatán o El Norte— con la potencia suficiente para, cuando así lo deciden, exponer las acciones de un gobernante (véase los casos de Rodrigo Medina o Ivonne Ortega, ex gobernadores marcadamente desacreditados en sus respectivos estados).
Sin embargo, aun en medio de la presente crisis, hay indicios de que algunas de las condiciones que han permitido las agresiones impunes a la prensa en diversas entidades podrían haber comenzado a modificarse. Al menos tres elementos llaman la atención en este contexto: 1) El ascenso de medios digitales que hoy son leídos mensualmente por millones de personas, como “sinembargo.mx”, “Aristegui Noticias”, “Animal Político” o el portal de la “Revista Proceso” —que en su versión para internet opera como un periódico—. Todos estos medios se encuentran hoy entre los periódicos digitales más leídos en el país (Comscore, 2016) y sus esfuerzos por presentar información de lo que ocurre en diversas entidades están a la vista. Por citar tan sólo un ejemplo, la caída de Javier Duarte se debió en buena medida a una investigación de “Animal Político”.
El segundo elemento que está cambiando las reglas del juego es 2) que estos medios de alcance nacional han tejido alianzas con medios locales —insustituibles e indispensables— y fungen como altavoces que llevan a millones de personas sucesos que antes se quedaban atrapados en una región. Así, los casos de agresiones a reporteros de Diario de Yucatán han sido dados a conocer por los periódicos digitales antes mencionados. Es decir, cada periodista agredido en un estado representa en mayor o menor medida un costo político para el gobernante local en turno. Evidencia de ello es la crisis que el asesinato de Miroslava Breach ha representado incluso para un político tan acreditado como Javier Corral.
Finalmente, con el tercer y último factor a considerar regresamos a nuestro punto de partida: 3) la revaloración del papel de la prensa a partir del triunfo de Donald Trump. La existencia de periódicos independientes y críticos, algo que en una nación con alto desarrollo democrático se daba por hecho, ahora es vista como la principal línea de defensa contra las mentirosas intenciones autoritarias de un gobernante. El triunfo de Trump, ayudado en buena medida por sitios de noticias deshonestos y la proliferación de medios semiamateurs, también ha evidenciado la importancia que revisten “marcas” acreditadas como “The New York Times” o “The Washington Post”, que han vivido de la credibilidad que han logrado y que, dado el estado actual de cosas, saldrán de este período oscuro más fuertes y mejor valuados que nunca.
La democracia no puede vivir en la oscuridad. Sin embargo, dado que la oscuridad ha empezado a ser alumbrada lo mismo por medios que por lectores luminosos, lo más probable es que ésta sea cada vez menos profunda; no es casualidad que en el último año las noticias hayan sido noticia. De todo esto en México también terminarán por salir medios fortalecidos y un periodismo nacional revalorado. Y el costo político que esto implica para los gobernantes mexicanos, responsables directos de garantizar condiciones de libertad y seguridad a la prensa, empieza a ser cada vez más difícil de pagar.— Edimburgo, Reino Unido.