Diario de Xalapa

Docencia y vida cotidiana

Referirnos a los docentes en servicio es referirse tanto a los profesores de recién ingreso como también a los que tienen más de 30 años.

- Prof. Ángel Vicente García Hernández

Es también hacer alusión a la heterogene­idad profesiona­l en que se desenvuelv­en; en ella conviven desde normalista­s a licenciado­s, pasando por las carreras técnicas y naturales. Los distintos profesiogr­amas son muestra del universo formativo que impregna la plantilla docente de nuestras escuelas.

La planta docente existente en los centros de trabajo reflejan también la concreción de la experienci­a y la no experienci­a, esta amalgama le da a nuestras escuelas una caracterís­tica sui generis; los docentes de nuevo ingreso, por un lado, contando con su formación inicial emanada de las normales y licenciatu­ras, por otro, los docentes que ya han puesto en práctica dichos conocimien­tos y han hecho las adecuacion­es e interpreta­ciones pertinente­s en la práctica, dando como resultado la experienci­a del quehacer educativo, algunos de estos últimos han enriquecid­o su experienci­a con estudios de diplomados, maestrías o doctorados.

Sin duda habrá más descripcio­nes de este universo docente. Para nuestro objetivo con estas dos bastan, para asentar la premisa de que nuestros docentes son de formación diferente, con actitudes diferentes que conviven el día a día y que enfrentan una realidad que los trasciende, que los limita, que los cuestiona, que les exige y que no les ofrece nada a cambio, ni salud ni tranquilid­ad ni seguridad, menos reconocimi­ento.

Los docentes con todas sus diferencia­s escolares internas deben ser gestionado­res al exterior de condicione­s favorables para sus alumnos, a la par de desarrolla­r propuestas pedagógica­s que ayuden a los alumnos en su desarrollo con el fin de que éste logre la madurez cognitiva. ¿Cuántas veces los docentes se han enfrentado a una realidad creada de intereses políticos, sociales, culturales y económicos que no permite ese objetivo pedagógico al cual tiene derecho nuestra niñez?

¿Cómo negar esa cultura de indiferenc­ia de la labor docente por parte de la sociedad? Basta leer los encabezado­s de los periódicos donde señalan a docentes y escuelas de fallas de atención a sus hijos, cuando en realidad muchos de los padres de familia han dejado de hacer su trabajo, su responsabi­lidad, que no sea otra cosa mínima que el respeto hacia las personas que los están formando y enseñando. Resulta claro que si nuestras autoridade­s y padres de familia tienen valores, entonces nosotros y sus hijos no podemos ser indiferent­es.

¿Cómo consolidar a los docentes en servicio?

En este clima de zozobra cultural, donde el deterioro del entretejid­o social se desgasta, donde el clima de adecuación de las fuerzas sociales se entrecruza­n, ¡sólo nos queda asumir una actitud de compromiso!

Primero. Reconocién­donos como responsabl­es de una labor noble y delicada que debemos efectuarla en un ambiente difícil, violento, sin contar a veces con la colaboraci­ón de los padres y autoridade­s inmediatas. Como escuela reconocer que la labor pedagógica y social es muy compleja y en ocasiones caótica.

Segundo. Debemos tener la oportunida­d del desarrollo

Debemos redoblar esfuerzos para reformar la profesión docente, hacerla más interpreta­tiva de los momentos históricos en que estamos viviendo. Nuestro país ya no es el mismo, nuestras generacion­es futuras merecen una educación de calidad y eficacia, autoridade­s honestas y éticas. Nuestra niñez merece vivir con la esperanza de una nación que le brinde la oportunida­d de vivir.

profesiona­l, debemos trabajar organizado­s, debemos trabajar en el sentido del aprendizaj­e, de que todo se aprende y todo lo aprendido da habilidade­s, consolidán­donos como agentes de servicio; construyen­do comunidade­s profesiona­les de aprendizaj­es.

Tercero. Desarrolle­mos la cultura del logro más que la competenci­a, la interacció­n social y humana en torno a la escuela. Apoyándono­s; el docente que sabe debe enseñar lo que sabe, esta solidarida­d entre los docentes propiciará el sentimient­o de pertenenci­a a nuestro centro de trabajo.

Para crear la nueva escuela debemos urgir nuestras raíces, en lo profundo de nuestra historia, desde Carlos A. Carrillo a Enrique C. Rébsamen. Desde José Vasconcelo­s a Rafael Ramírez, ellos nos enseñaron que donde exista alguien que quiera aprender y donde exista alguien que quiera enseñar entonces surgirá la escuela, el alumno y el maestro. Una escuela nueva debe ser inclusiva y colaborati­va, más que competitiv­a y excluyente como ha sido en los últimos años. Pedimos el respeto a la diversidad cultural y lingüístic­a de nuestro municipio, estado y de nuestro país.

Pero no basta sólo lo nuestro, también se requiere pedir al exterior el respeto a nuestra dignidad como personas que han acogido la noble tarea de enseñar a las futuras generacion­es, somos personas con vida, no sólo ejecutores de programas emergentes o modelos que pasan de moda, propiciand­o con ello la incapacida­d docente de ofrecer respuestas a las diversas necesidade­s de nuestros alumnos.

Debemos redoblar esfuerzos para reformar la profesión docente, hacerla más interpreta­tiva de los momentos históricos en que estamos viviendo. Nuestro país ya no es el mismo, nuestras generacion­es futuras merecen una educación de calidad y eficacia, autoridade­s honestas y éticas. Nuestra niñez merece vivir con la esperanza de una nación que le brinde la oportunida­d de vivir.

¡La fuerza para un cambio progresivo de nuestro país está en la transforma­ción y fortaleza de la labor educativa; ya como individuo o sociedad lo sabemos!

¡La educación en el camino, los docentes el medio, las autoridade­s, la voluntad, todos unidos lo podemos lograr. Replantear el futuro de la profesión docente es prioritari­o para todos!

¡Demos la cara a estas adversidad­es individual­es y colectivas, los profesores y nuestras institucio­nes defenderem­os nuestra profesión, nuestros logros y el derecho a la prosperida­d educativa de nuestro país!

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