Diario de Queretaro

Querétaro, el fin del naufragio

El escritor Sergio Pitol vivió una vida trágica y andariega. París, Varsovia y Praga se cuentan entre las ciudades a las que el autor decidió fugarse, luego de vivir una infancia llena de pérdidas personales. Tras su muerte, ocurrida el 12 de abril pasado

- VÍCTOR VÁZQUEZ

El escritor vivió una vida trágica y andariega. Tras su muerte, ocurrida el 12 de abril pasado, sus restos fueron traídos a la capital queretana, donde descansará­n por siempre.

CUENTOS

Tiempo cercado, 1959 Infierno de todos, 1971 No hay tal lugar, 1967 Del encuentro nupcial, 1970 Nocturno de Bujara, 1981 Cementerio de tordos, 1982 Cuerpo presente, 1990 Un largo viaje, 1999

NOVELAS

El tañido de una flauta, 1972 El desfile del amor, 1984 Juegos florales, 1985 Domar a la divina garza, 1988 La vida conyugal, 1991

Sergio Pitol Deméneghi, el escritor viajero, dejó de andar errante por el mundo y es Querétaro la tierra que lo acoge en su último y definitivo destino.

No es producto de la casualidad que los restos del escritor poblano descansen en la capital queretana. Si bien aquí se encuentra parte de su familia, los cuatro hijos de su hermano Ángel, es en realidad su propio hermano mayor, quien murió 15 años antes que el escritor, el que lo atrajo a su lado, como cuentan a Barroco Cristina y Maricarmen Pitol, sobrinas del autor de El tañido de una flauta.

“Qué representa Querétaro para mi tío Sergio, representa la paz, representa tierra firme, la unión con su familia, de la que estuvo separado físicament­e, por cuestiones del destino, por cuestiones de la vida (…) representa el fin del naufragio, que siempre dijo Sergio que representa­ba para ellos la pérdida de sus padres”, recuerda Maricarmen Pitol Rodríguez.

Los primeros años de vida de Sergio Pitol (quien nació en Puebla en 1933) transcurri­eron en Veracruz, a donde llegó con su familia a vivir tras la muerte de su padre. Posteriorm­ente, a la edad de 5 años, el escritor sufrió la pérdida de su madre, quien murió ahogada. Una muerte más se sumó a la vida de Pitol, su hermana Irma falleció a la edad de 5 años. Ya en la edad adulta, su abuela, quien fuera muy cercana a él, acaeció.

Todas esas pérdidas dejaron a la deriva a Sergio, quien encontró en su hermano “tierra firme”, una figura que lo anclaba y con quien creó un lazo muy particular.

Cristina y Maricarmen cuentan que esta relación se consolidó una vez que los dos estuvieron juntos, pues, durante un periodo de dos años, Ángel y Sergio vivieron separados, luego de la muerte de su padre.

Esa relación nunca se rompió, aún cuando el escritor optó por los viajes y la diplomacia, que lo llevó a París, Varsovia y Praga, por mencionar algunos destinos.

Ya desde pequeños, recuerdan, los dos se complement­aban de una forma natural. Sergio, siempre inmerso en la lectura, prefería quedarse en casa para adentrarse en imaginario­s infinitos, como los que le ofrecía Julio Verne. Lo hacía por gusto y no por enfermizo, señalan las hermanas Pitol Rodríguez, contradici­endo varias narracione­s sobre la vida del escritor. Ángel, por su parte, optó por explorar la naturaleza.

“Mi papá era travieso, nos contaba que salía y se iba a los ríos, trepaba arboles y que se aventaba de una cuerda y así vivía. Llegaba y le contaba a Sergio todas las aventuras y Sergio, con la misma pasión, vivía los libros”, relata Cristina.

EL ÁNGEL DE SERGIO

“Te voy a contar cómo fue leer la Vindicació­n de la hipnosis. Yo no la he podido leer, a mí me la leyó el que era mi esposo”, comparte Maricarmen “Yo vivía en Tequisquia­pan y mi mamá llegó una noche y me dijo: ¿Ya leíste el libro de Sergio? y le dije: Me salté una parte, que era esa”.

Maricarmen hace referencia al capitulo

Vindicació­n de la hipnosis, incluido en el libro El Arte de la fuga (1996), donde el escritor cuenta sobre una sesión de hipnosis que tomó para dejar de fumar y que lo llevó a descubrir un recuerdo de la infancia, del momento en que su madre murió ahogada.

“Mi abuela lloraba; unas señoras la abrazaban, deteniéndo­la para que no corriera a acercarse al cuerpo de mi madre (…) Mi tío trataba de extraer el agua del cuerpo de mi madre. Ángel y yo fuimos desprendid­os del suelo por sorpresa. (…) Mi papá está ya muerto y ahora también mi mamá. No sé si ésta será nuestra casa”, escribió Pitol en aquella narración.

“Mi mamá me dijo: Tu papá lleva tres noches sin acostarse (tras leer el libro)", prosigue Maricarmen. "Entonces mañana voy - le dije -. Me fui a Querétaro, y traté de hablar con él. Para ellos fue un dolor de todos los días de su vida. Traté de hablar con él, con mi papá, y no hubo manera. Le hablé a Sergio y le dije: Tienes que venir, porque no puedo con esto y no puede él con esto”.

Sergio Pitol se encontró con su hermano en Querétaro, con quien afrontó ese recuerdo. Desde entonces, la ciudad de “La Carambada” se convirtió en un refugio para el poblano, quien, en 1987, regresó a México tras recorrer Europa como diplomátic­o y en "su perpetua fuga". El poblano eligió Veracruz, como su lugar de residencia.

Sin embargo, a Querétaro vino frecuentem­ente, allá por el año de 1994 llegó por primera vez a la ciudad, lugar de residencia de sus sobrinos y hermano.

Lo hizo incluso en la víspera del 16 de abril de 2003, cuando murió Ángel Pitol, con 72 años de edad. Sergio, al pendiente de la salud de su hermano, fue alertado por sus sobrinas sobre el deterioro físico de su compañero de aventuras.

“Le dijimos: Sergio, ya vente, mi papá esta muy mal. Estábamos en el celular y me decía: No voy a llegar, no voy llegar. La “nona” les cantaba una canción en italiano, que mi papá luego nos cantaba a nosotros. Sergio vino cantándole en el camino a mi papá”.

Aquella melodía era Aveva un bavero, recuerda Maricarmen, canción que se volvió un lazo entre los dos hermanos, quienes, a través de ella, viajaban al pasado.

Irremediab­lemente, Ángel dejó este mundo y sus restos descansan en Querétaro, la “tierra firme”, el “ancla” de Sergio, quedaron en esta ciudad.

Quince años después, un 12 de abril, Sergio alcanzó a su hermano “en el otro lado”. Dos días más tarde, fueron depositado­s sus restos en la misma cripta. “La parafernal­ia de que se revistió ese sueño no puede atribuirse a meras coincidenc­ias”, se lee en el cuento La Pantera (1960) y es que en la vida de Sergio, nada pareció ser casual.

LA ETERNA SONRISA

La música, como agrega Cristina, era parte vital del escritor. Toña La Negra y Celia Cruz eran intérprete­s que se escuchaban con frecuencia en las casas de Sergio Pitol, así como la ópera, de la que era un gran aficionado.

“La última vez que fui a Xalapa, fue en julio del año pasado. Le puse la música y el ya estaba en una silla de ruedas, y le dije: ¡Vamos a bailar! y estuvimos bailando, y esbozaba su sonrisa tan enorme, bailando

Volaré”, recuerda emocionada Cristina, quien agregó, “tenía una risa hermosa y yo he buscado en internet su risa y no la hay, nadie la captó. Su risa era hermosa”, reitera.

La pérdida de su hermano fue un duro golpe para Sergio, quien ya no pudo presumirle a su confidente el Premio Cervantes que logró en 2005.

Sin embargo, las sobrinas describen a su tío como un hombre alegre y optimista. La enfermedad que acabó con su vida, la Afasia Progresiva No Fluente, tampoco logró que el buen humor del escritor desapareci­era.

“En algún momento yo decía: Qué fuerza debería tener la “nona” Cata que le dio a estos dos niños, que habían vivido un naufragio - como Sergio lo decía - una infinita alegría y amor por la vida, porque los dos eran personas alegres y Sergio decía que había que ver lo bueno de todo y vivió así”.

Fue en el 2002, debido a la citada enfermedad, que el también diplomátic­o comenzó a olvidar las palabras. Fue Ángel quien advirtió esta condición; sin embargo, hasta 2006 la Afasia le fue diagnostic­ada.

A raíz del padecimien­to, Sergio enfocó sus energías en buscar algún remedio a su

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Foto: Fernando Reyes Maricarmen y Cristina Pitol compartier­on detalles del carácter de su tío, el escritor y diplomátic­o poblano, a quien, pese a la distancia y sus viajes, siempre sintieron cercano.
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Foto: Cortesía Familia Pitol Rodríguez La "Nona" Catalina.

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