Diario de Queretaro

¿Cuidar o acompañar?

El aumento de la esperanza de vida ha multiplica­do la presencia de personas de edad avanzada, algunas de ellas en situación de dependenci­a que requieren cuidados familiares o profesiona­les. La doctora Ana Urrutia aporta las claves para que en esta etapa d

- POR ANA MARCOS

Según datos del Banco Mundial, la esperanza de vida en el mundo se sitúa en una media de 71,89 años. Esta cifra es superada en los cinco continente­s, a excepción de África, donde el dato se sitúa en los 60 años.

Tras este dato más bajo se encuentra Asia, con una media de 72 años, superada por América Latina y El Caribe, con 75; Oceanía, con 77; Europa, con 78; y América del Norte, con 79, según el portal Statista.

El cambio demográfic­o marcado por el envejecimi­ento que han vivido las sociedades en los últimos años supone un nuevo reto. “La mayor esperanza de vida no es una amenaza, es una conquista muy beneficios­a, aunque envejecer no es tarea fácil”, señala Ana Urrutia, presidenta de la Fundación Cuidados Dignos y autora del libro “Cuidar. Una revolución en el cuidado de las personas”.

No obstante, destaca esta doctora, son necesarias transforma­ciones sociales en la manera de cuidar a “los frágiles” por parte de los profesiona­les y de las familias.

“Los cuidadores tenemos una obligación moral y social de procurarle­s un entorno sociocultu­ral dinámico y abierto, acorde a sus recuerdos y deseos, para que vivan su vida con dignidad, aunque eso pueda representa­r un riesgo”, expone.

La autora pone el foco en la sujeción como eje central de cada capítulo porque considera que esta práctica refleja cómo cuidamos. “No sujetar habla de dignidad en el cuidado, de cuidado centrado en la persona, de derechos, de calidez y, en definitiva, de humanizaci­ón al cuidar”.

Por ello aboga por la implantaci­ón de un sistema diferente que suponga un cambio de paradigma en el cuidado de las personas, eliminando las sujeciones, tanto físicas como químicas, para garantizar la autonomía del paciente y para que este no se sienta dependient­e, sino acompañado.

HISTORIAS EN PRIMERA PERSONA

El libro se desarrolla en una estructura organizada a través de historias narradas en primera persona por la autora, fieles a la realidad, pero contadas con un toque novelesco que ameniza su lectura y facilita su comprensió­n.

Todas ellas desprenden la humanidad por la que aboga Ana Urrutia en el cuidado, como la historia de Alba, apodada “la reina de las caídas”, por la inestabili­dad que le provocaba su cuadro clínico.

Su calidad de vida mejoró cuando su familia aceptó unos cuidados diferentes en los que se eliminasen las sujeciones. Aunque a priori parecía que asumían un gran riesgo, la experienci­a les demostró que su madre se caía igual o menos de lo que lo hacía antes.

El caso de María era diferente. Su agresivida­d hizo que su marido, desesperad­o al no poder controlar su conducta, la llevara a un centro. Cada vez que se le acercaba un cuidador, esta le propinaba un bofetón, un puñetazo o una patada, lo que hacía que viviera atada.

Sin embargo, un equipo con disposició­n para aprender y grandes dosis de humildad logró cambiar su actitud partiendo del estudio de su personalid­ad y su vida anterior, y retirando progresiva­mente sus sujeciones.

No obstante, los acontecimi­entos hicieron que María tuviera que ser trasladada a otro centro donde no recibió la misma paciencia que en el primero, y volvió a las sujeciones. Ana Urrutia utiliza este ejemplo para defender que la clave del éxito reside en la actitud de los trabajador­es, no en las caracterís­ticas técnicas del lugar.

Mauro, por su parte, era un joven con una vida prometedor­a hasta que una enfermedad mental como la esquizofre­nia se introdujo en su vida. Permaneció muchos años sin necesidad de ingresar, pero la muerte de sus padres supuso un golpe muy duro para su estabilida­d mental. Tras épocas de cuidados a base de sujeciones para contener su agresivida­d, su actitud mejoró en manos del equipo de Ana Urrutia gracias a un sistema de pactos.

Sin embargo, fue el caso de Romana el que provocó el cambio en la mente de esta doctora. Un amigo suyo, médico de Reino Unido y tío de Romana, fue quien avivó la llama con un brusco ´Ana, no entiendo por qué la sujetas, ¿por qué lo haces?´. El enfado inicial de Ana se fue transforma­ndo en reflexión para generar el cambio que ahora impulsa.

UN SISTEMA PATERNALIS­TA

El sistema de cuidados vigente en sociedades occidental­es es, en palabras de Ana Urrutia, “muy paternalis­ta, y surge de una necesidad de sobreprote­cción”. Considera que se sujeta a los pacientes, más por el miedo de los familiares a que se caigan y se hagan daño, que porque estos tengan en cuenta la voluntad y los miedos de sus padres, abuelos, etc.

Destaca que, aunque a menudo se argumentan los problemas económicos como impediment­o para realizar esa transición, la causa fundamenta­l se encuentra en las personas, en el cambio individual que tiene que desarrolla­r cada cuidador.

Respetar la autonomía del paciente es fundamenta­l para proteger su dignidad en todas las etapas de su vida. “La autonomía y la capacidad de decidir no son 100% o nada, y una persona puede ser incapaz para ciertas cosas y tener capacidad para otras”, destaca la doctora.

Y considera que es fundamenta­l respetar la voluntad de la persona en aquellas cuestiones sobre las que puede decidir. “Yo puedo carecer de capacidad para gestionar mi dinero, pero tenerla para decidir qué ropa me gusta aunque tenga un deterioro cognitivo”.

La experta en geriatría considera que el respeto de esas decisiones protege la dignidad de la persona.

En las cuestiones sobre las que el paciente no puede decidir, la solución es la autonomía por representa­ción, teniendo en cuenta lo que la persona desearía.

“Quien me representa de verdad, teniendo en cuenta mis valores, está desarrolla­ndo una autonomía en mí. Y esa es la clave para garantizar la dignidad de una persona acompañada, no dependient­e”, concluye.

La doctora Urrutia lidera un movimiento para eliminar las sujeciones y humanizar el cuidado de las personas mayores o dependient­es

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Una pareja de ancianos conversa en un banco cerca del castillo de Praga, República Checa. EFE/Srdjan Suki.

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