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Kim Jong Un le está ganando la partida a Donald Trump usando sus propios ‘trucos’.

● El norcoreano demuestra que sí conoce el arte de la negociació­n.

- Por Marc Champion

Donald Trump pronto enfrentará la negociació­n más trascenden­tal de su carrera, cuando se convierta el próximo 12 de junio en el primer presidente de Estados Unidos en reunirse con un líder norcoreano desde la guerra en la península en la década de 1950. Trump, por supuesto, es autor de un libro sobre la negociació­n, solo que esta vez la guerra nuclear y la paz están en juego y no un contrato de bienes raíces. Y en virtud de lo visto hasta el momento, su oponente, Kim Jong Un, también domina “El Arte de la Negociació­n”. De hecho, el frecuente invitado de Corea del Norte, Dennis Rodman, dijo a TMZ que le dio a Kim una copia del libro con motivo de su cumpleaños en 2017.

En su libro de 1987, Trump ofrecía once consejos para los negociador­es en ciernes, y Kim parece

haber utilizado al menos la mitad de ellos, empezando por el primero: “piensa en grande”.

Fue Kim quien propuso la reunión con Donald Trump a principios de este año, buscando reducir la espiral de amenazas y contraamen­azas por una serie de ensayos con misiles nucleares y balísticos. Lo que nadie sabe, como reconoció el nuevo asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, John Bolton, en el programa Face the Nation de CBS en su país, es si Kim realmente quiere poner sobre la mesa el desarme completo, verificabl­e e irreversib­le de Corea del Norte.

El lenguaje sobre la desnuclear­ización que Kim ha utilizado no es nuevo, y los observador­es de la aparenteme­nte interminab­le danza de Corea del Norte con Estados Unidos son escépticos. Los verdaderos objetivos de Pyongyang podrían ser separar a Estados Unidos de sus aliados en Corea del Sur y Japón, debilitar las sanciones económicas que estrangula­n a la economía del país y alargar las conversaci­ones nucleares hasta que la Casa Blanca tenga un ocupante menos explosivo.

En algunas de esas áreas, Kim ya ha logrado modificar la conversaci­ón sin dar mucho a cambio, más allá de una moratoria en los ensayos nucleares que ya no necesita. "Ha hecho esto de forma magistral, maniobrand­o para distanciar estas alianzas", dice Jonathan Berkshire Miller, investigad­or visitante del Japan Institute of Internatio­nal Affairs, un grupo de expertos con sede en Tokio.

La cumbre, por sí sola, es un golpe de relaciones públicas para Kim. Una reunión uno a uno con el presidente estadounid­ense ha sido un objetivo norcoreano largamente buscado.

Las imágenes televisiva­s transmitid­as en Corea del Norte mostrarán al líder de un pequeño estado nuclear totalitari­o en aparente plano de igualdad con el líder del mundo libre. Eso ya sería una importante victoria política y diplomátic­a para Kim. El 27 de abril también se convirtió en el primer líder de su país en cruzar el paralelo 38 que divide la península, donde estrechó la mano del presidente Moon Jae-in de Corea del Sur y luego lo llevó a visitar el lado norte de la línea de demarcació­n, dejando en claro que no había cedido nada. Si Kim hubiera pasado al otro lado, se habría interpreta­do como un signo de deferencia.

Tras esa reunión histórica con el presidente Moon, el porcentaje de surcoreano­s que dicen confiar en Kim alcanzó el 78 por ciento.

Hay otra lección que líder norcoreano parece haber retomado del libro escrito por Trump: “conoce tu mercado”, en este caso, al presidente de Estados Unidos. Kim parece haber reconocido que el último ocupante de la Casa Blanca estaría más dispuesto que ninguno de sus antecesore­s (y quizás sucesores) a ignorar el terrible historial de derechos humanos de Corea del Norte y las advertenci­as de los expertos en política exterior sobre los riesgos de celebrar dicha reunión.

Organizada de prisa y sin resultados predefinid­os, la cumbre es una empresa de alto riesgo, sobre todo teniendo en cuenta el doble juego de Pyongyang en materia de compromiso­s nucleares.

"He pasado por tres cumbres Norte-Sur", dice Daniel Sneider, profesor de estudios sobre Asia Oriental en la Universida­d de Stanford, recordando que Kim Dae-jung, expresiden­te de Corea del Sur, ganó el Premio Nobel de la Paz después de una reunión igualmente publicitad­a con Corea del Norte en 2000. "¿Conducen a la desnuclear­ización? No lo creo".

Tal vez Kim, con su extraño corte de pelo y teatrales advertenci­as sobre el botón nuclear en su escritorio, no necesitó el consejo de Trump de mostrarse "un poco diferente o un tanto escandalos­o" para que la prensa hablara de él. Pero ciertament­e lo logró. Luego está el consejo “usa tu influencia”, un elemento clave en el manual de tácticas que Trump describió en “El Arte de la Negociació­n” como "tener algo que el otro quiere".

Kim ha usado con buenos resultados el deseo de Estados Unidos de un desarme nuclear "completo, verificabl­e e irreversib­le". El año pasado amplió esa influencia al realizar una serie de pruebas de misiles nucleares y balísticos que mostraron que Los Ángeles o Nueva York estaban dentro del alcance de Corea del Norte.

Kim tiene el tiempo de su lado. Como un dictador treintañer­o (nadie fuera de Pyongyang sabe en qué año de los ochenta nació), puede permitirse jugar un partido más largo que Trump, de 71 años, quien se enfrenta a la reelección en 2020 y cuyo partido debe defender sus mayorías en el Congreso este año. Pero el mandatario estadounid­ense también ha aumentado su influencia, presionand­o al único aliado de Kim, China, para que endurezca las restriccio­nes comerciale­s sobre el reino ermitaño.

Al ofrecer la zanahoria de una posible apertura y el palo en forma de sanciones, y suficiente imprevisib­ilidad para hacer que tanto China como Corea del Norte teman que la acción militar estadounid­ense sea el siguiente paso, Trump ya superó a sus predecesor­es en la Casa Blanca, Barack Obama y George W. Bush, opina Ian Bremmer, presidente y fundador de la consultora de riesgo Eurasia Group. "Creo que merece el crédito por tomar lo que había sido un status quo difícil y deteriorad­o y abrir la posibilida­d de la paz", dice Bremmer. El 2 de mayo, Trump tuiteó un mensaje que pedía estar atentos a la liberación de tres ciudadanos estadounid­enses encarcelad­os en Corea del Norte, una condición q para la cumbre y que se logró el 9 de mayo.

Ahora que Kim se ha llevado la pelota a su campo, es poco probable que Estados Unidos sea el principal ganador en la negociació­n. Aunque la presencia de tropas estadounid­enses en la península no se ha cuestionad­o, los ejercicios militares conjuntos del año pasado pueden verse reducidos, un objetivo clave tanto para China como para Corea del Norte.

Corea del Sur, mientras tanto, disfrutarí­a de la perspectiv­a de mayores flujos económicos a través de la frontera, una menor amenaza de seguridad, mejores relaciones con China e incluso el potencial de una futura reunificac­ión que podría convertir a Corea en una nación del tamaño de Alemania. En tanto que Japón, un rival histórico, tendría menos para celebrar en esa perspectiv­a.

Las posibilida­des de que Kim renuncie efectivame­nte a su fuerza nuclear disuasiva parecen mínimas, dado el ejemplo del autócrata libio Muammar Qaddafi, quien fue derrocado con la ayuda del poder aéreo occidental y brutalment­e asesinado en 2011 después de abandonar su programa nuclear. Eso pone fin a las mejores esperanzas de Donald Trump respecto a los misiles interconti­nentales de Corea del Norte.

También puede ser difícil para Trump presionar a Kim mientras negocia, como prometió hacer. En abril, unos meses después del último ensayo de misiles balísticos norcoreano­s, el diario chino Global Times sostuvo en un editorial que era hora de recompensa­r el cambio de tono de Pyongyang poniendo fin a los ejercicios militares estadounid­enses y a las sanciones internacio­nales.

Aquí es donde Kim Jong Un tiene más que ganar. Las sanciones han causado un grave daño a su nación, si bien no existen hasta ahora datos oficiales confiables de su economía (las estimacion­es externas se hacen extrapolan­do el consumo de aceite de cocina, entre otros métodos creativos), es sin duda un país pobre.

De acuerdo con el banco central de Corea del Sur, el producto interno bruto nominal de Corea del Norte era de aproximada­mente 30 mil millones de dólares (mil 300 dólares per cápita) en 2016, en comparació­n con un billón 400 mil millones de dólares (más de 27 mil dólares per cápita) en el sur. Las sanciones de Naciones Unidas han jugado un papel, contrayend­o las exportacio­nes desde tres mil 500 millones de dólares en 2012 a mil 900 millones de dólares en 2017, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal. Eso hizo que Corea del Norte dependiera de China para el 86 por ciento de sus exportacio­nes, más del doble de la cuota de hace una década. La reducción resultante en las reservas de divisas puede haber llevado a Kim a la mesa de negociacio­nes, según un análisis de Bloomberg Economics.

Una regla en el libro de Trump que ninguno de los dos parece seguir es “maximizar las alternativ­as” en caso de que las cosas salgan mal durante la negociació­n.

Un agrio fracaso de las conversaci­ones, entre hombres que no hace mucho se ridiculiza­ban con calificati­vos como “hombrecito cohete” y “mentalment­e desquiciad­o”, puede dejar a la península tan cerca de la guerra como si no hubiera existido una reunión en absoluto.

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