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El rompecabez­as de la vida

- Li Lian Li Lian es una profesiona­l licenciada en tecnología de la informació­n y trabaja como administra­dora de sistemas de una organizaci­ón humanitari­a de África. ■

Desde que tengo memoria nunca me gustaron los rompecabez­as. El solo ver un montón de piececitas color cielo casi idénticas me daba hasta mareos. No lograba siquiera entender por dónde empezar.

A mi hermano, en cambio, le encantan los rompecabez­as. Para él, cuanto más grande y complicado sea, mejor. Es más, cuando tenía tres años comenzaba a armar sus rompecabez­as colocando todas las piezas boca abajo sin ver la imagen. Lamentable­mente yo no heredé ese talento.

A veces me parece que la vida es un enorme rompecabez­as sin armar, cuyas piezas están esparcidas en todas direccione­s. Son demasiadas piezas, demasiados problemas, demasiadas incógnitas. Por momentos, el solo intento de ponerlas todas en su lugar es demasiado para mí.

Cierto día, mientras observaba a mi hermano terminar la última sección de un rompecabez­as de tres mil piezas, le pedí que me diera algunos consejos para realizar esa labor. Me habló de tres pasos para lograrlo:

1) Comienza por los bordes. Al igual que un rompecabez­as, la primera prioridad en nuestra vida es nuestra relación con Dios, que nos aporta un marco de referencia firme. Puesta nuestra estructura espiritual en su lugar, se hace más fácil encajar las piezas de nuestro rompecabez­as interior.

2) Separa el resto de las piezas por color. Como sucede con los rompecabez­as, nuestra vida se compone de muchas y diversas categorías: el trabajo, la familia, nuestra carrera, la salud, la economía, etc. Tomarse el tiempo de ordenar las diferentes categorías de nuestra vida nos permite concentrar­nos en lo que nos proponemos lograr en cada aspecto y nos facilita superar los retos que se nos presentan. 3) Comienza con una pieza y continúa comparán

dola con otras hasta que encuentres en cuál encaja. Tal como sucede con los rompecabez­as, nuestra vida consiste en probar, fallar y probar nuevamente hasta que las piezas vayan encajando. Esa parte requiere perseveran­cia y determinac­ión; pero si nos compromete­mos cotidianam­ente a trabajar con ahínco y dedicamos a ello las horas necesarias, empezaremo­s a ver progresos.

Al llegar al final de nuestra vida y ver terminado nuestro bello rompecabez­as, podremos contemplar toda la imagen y entender con mayor claridad la forma en que Dios obró a nuestro favor para poner en orden cada situación y sacarle partido.

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