Sacudir el kétchup
Hace poco vi un aviso publicitario de una famosa marca de kétchup (salsa de tomate con vinagre y especias) en el que se mostraba el producto saliendo de un recipiente muy lentamente al son de la música de At Last. Me recordó cuando era niña y esperaba que el kétchup cayera con lentitud exasperante sobre mi hamburguesa.
Algunas marcas son muy aguadas, lo que hace que servir la salsa ya no sea un inconveniente, salvo que resulta desabrida. Algunas marcas ahora vienen en recipientes de plástico blando o en pequeños paquetes de plástico que se cortan en una punta, para que los impacientes como yo podamos apretarlas para extraer el contenido. A lo que me refiero aquí es a las botellas de vidrio de cuello estrecho, que no te dejaban otra opción que esperar.
Recuerdo que me ponía muy impaciente con el kétchup. Probaba sacudiendo la botella. Le daba golpes en la base. A veces hasta recurría a meter un cuchillo para sacarlo. Pero en la mayoría de los casos me tocaba esperar hasta que el contenido se deslizara y saliera pausadamente y a su tiempo de la botella.
Hace unos días me quedé dormida una mañana y me desperté con ganas de golpear, alegóricamente hablando, aquella botella de kétchup. Me empeñaba en apurarme para no llegar tarde a una cita. Hasta intenté unos atajos y me pasé algunos semáforos en amarillo con tal de llegar a tiempo. Era como si estuviera metiéndole un cuchillo a la botella de kétchup para que se apresurara en salir.
Caí entonces en la cuenta de que la vida es como aquella mentada botella de kétchup. Todo transcurre a su propio ritmo. Aunque en nuestra impaciencia nos pongamos a sacudir y golpear, los acontecimientos se irán dando como deba ser. Algunas de las mejores cosas de la vida transcurren despacito: Baladas suaves, atardeceres paulatinos, besos largos y hasta el moroso kétchup.