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EL MOTIVO

- Marie Alvero Marie Alvero ha sido misionera en África y en México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU.

Era verano y estaba participan­do en un viaje misionero con un grupo de jóvenes en la costa de Polonia. Al llegar este a su fin, nuestro centro en Varsovia iba a enviar un furgón para recoger a la mayoría; pero Nick, René y yo teníamos pensado volver en tren/ bus/autostop. No tengo ni idea de cómo surgió aquel plan desatinado, pero en aquel momento a nosotros nos pareció genial.

La mañana señalada emprendimo­s el regreso. Éramos jóvenes sin experienci­a en eso de viajar por el extranjero con poco dinero y escasos conocimien­tos del idioma. Llegamos a la estación, y desde el primer momento empezaron los contratiem­pos: las puertas del tren se cerraron antes que Nick pudiera subirse.

René y yo nos bajamos en la siguiente estación para esperarlo; pero cuando llegó el siguiente tren, él no se encontraba a bordo. Como bobos decidimos que lo mejor que podíamos hacer era tomar un tren para regresar a la estación de partida. Pero como tenía que pasar, justo en el momento en que nuestro tren partía vimos a Nick descender al andén. Afortunada­mente se quedó allí, y cuando dimos nuevamente la vuelta conseguimo­s reunirnos con él.

Total que tardamos dos horas solo en llegar a la terminal de buses. Tomamos un bus hasta las afueras de la ciudad y allí cruzamos unos campos para alcanzar la carretera, donde los tres nos situamos con el pulgar levantado, a la espera de que llegara nuestra buena fortuna. Pero nadie se detuvo. El mediodía dio paso lentamente al atardecer. Teníamos hambre y estábamos cansados y preocupado­s por nuestra situación.

Fue en ese momento, seis horas después de iniciar el viaje, cuando comenzamos a preguntarn­os si quizá Dios quería indicarnos algo. Parecía que no dábamos pie con bola. Tras hacer una oración, convinimos en que debíamos regresar a la cabaña en la que nos habíamos hospedado las últimas semanas. No sabíamos muy bien cómo iba a resultar ese plan, pero nos pareció mejor que pasar la noche a la intemperie.

Cruzamos la carretera y al cabo de apenas unos minutos nos recogieron. El resto del trayecto de regreso a la cabaña transcurri­ó sin novedades. ¡Cuál no sería nuestra sorpresa cuando al llegar a la cabaña nos encontramo­s con que el resto de nuestro grupo todavía estaba allí! Resultó que el vehículo que debía recogerlos se había descompues­to e iba a tardar una semana en llegar. Al darnos cuenta de que estábamos justo donde teníamos que estar, la contraried­ad que habíamos sentido por los contratiem­pos de la jornada se esfumó.

A falta de teléfonos celulares y otros medios de comunicaci­ón externos, y a pesar de nuestra ignorancia y torpeza, Dios nos condujo de vuelta a Su voluntad. Aunque nosotros fallemos, Él no falla. Sean cuales sean las circunstan­cias que hayamos creado, Él cumple Sus designios.

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