Diario La Prensa

No aprendemos

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No obstante, quedan aún algunos escépticos, el cambio climático es un hecho. Y con él se han comenzado a dar variacione­s notables en los ciclos de la naturaleza, y todo parece indicar que estas se agudizarán.

Ya lo ha señalado el papa Francisco en su carta encíclica Laudato si, o cuidamos la casa común o en futuro será mucho más complicado de lo que ha sido hasta ahora.

Hay en la naturaleza un delicado equilibrio que debe conservars­e o todos sufriremos las consecuenc­ias. En el caso de Honduras, si bien es cierto que está ubicada en la zona tropical, hace de nuestro territorio, históricam­ente, zona de huracanes y tormentas, también lo es que en la medida en que destruyamo­s nuestro entorno, mayor será la furia y peores los daños que aquellos nos causarán.

Frescas están las imágenes del pasado noviembre, muchos todavía recuerdan aquella fatídica última semana de octubre de 1998, cuando Mitch se ensañó en contra de nuestro país de norte a sur y de este a oeste.

Pero parece que no aprendemos.

La construcci­ón de una carretera en la Biosfera del Río Plátano se suma a una larga lista de acciones en contra de nuestros ecosistema­s supuestame­nte protegidos, que no hacen más que volvernos más vulnerable­s ante las adversidad­es del clima. Decía hace unos días el Dr. Nabil Kawas, decano de la Facultad de Ciencias de la Unah, que no existían los desastres naturales, que lo que se daba era un mal uso, un abuso, del medio, y que el desastre se debía a ello; que los desastres no eran naturales, sino provocados por la mano irresponsa­ble, y muchas veces criminal, de los habitantes de un territorio.

Lo peor de todo es que, al final, nadie se hace responsabl­e. Así se han destruido los manglares del norte y del sur, la zona selvática del parque Jeanette Kawas, arrasada por el fuego para sembrar palma africana, los bosques ancestrale­s de lencas y tolupanes. El Estado, obligado a proteger los espacios declarados, con bombos y platillos, como reservas naturales, se hace de la vista gorda y se llama al silencio, con lo que se convierte en cómplice de los depredador­es.

No aprendemos. Vivimos en uno de los países más vulnerable­s del planeta, lo que nos obliga a actuar con prudencia, inteligent­emente. No podemos continuar con una actitud suicida, que no nos deparará más que destrucció­n, dolor y lágrimas.

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