Diario La Prensa

Un asiento vacío en Navidad

- Francisco Gómez

Aquella Nochebuena de 1969 mi padre deambulaba de un lado a otro en el porche de nuestra casa, apoyado en mi madre, en un intento por disipar el dolor abdominal que lo agobiaba.

Fue la última Navidad que pasó en vida. Murió en febrero siguiente por esta causa. Yo tenía 10 años y el recuerdo de esa noche triste no me ha abandonado nunca.

Cincuenta años después, en agosto de este año, falleció mi madre, la que él dejó aún joven, su compañera, a los 94 años. Se cerró un ciclo en la vida de dos personas que se amaron y respetaron aún cuando la muerte los separó.

La celebració­n de la Navidad este año será distinta a lo acostumbra­do en todo el planeta. Habrá muchos asientos vacíos y recuerdos tristes. La pandemia no respetó países y causó pérdidas humanas, drama, dificultad­es económicas.

En nuestro país, además del virus, las inundacion­es de dos huracanes consecutiv­os se ensañaron con los desposeído­s, y muchas personas no tendrán mesa para una cena de Navidad, porque perdieron todo.

En ocasiones la vida parece injusta y cruel. Hay momentos en los que no se encuentra sentido a tanta dificultad y dolor. Donde no parece haber esperanza.

Pero las crisis, las muertes de familiares,

"las Sillas vacías en esta navidad Serán un recordator­io de la dignidad de los Seres queridos que ya no están y el deber que tenemos de honrar esas vidas".

los recuerdos tristes y el dolor pueden servir para limpiarnos por dentro, para reconocer nuestra fragilidad en la correcta dimensión de humildad, y para valorar la oportunida­d de seguir con vida.

Nos enseñan que hemos vivido olvidando lo esencial de nuestra condición humana y que debemos prestarles más atención a los aspectos que nos hacen mejor personas y nos mantienen a flote en tiempos de adversidad. Aquellas que nos hacen sentir satisfecho­s de lo que somos, cómo vivimos y cuánto servimos.

Las sillas vacías en esta Navidad serán un recordator­io de la dignidad de los seres queridos que ya no están y el deber que tenemos de honrar esas vidas.

La ausencia de la enjuta figura de mi madre en la cena de esta Navidad será dolorosa pero su recuerdo paradójica­mente nos llenará de paz. Ella cerró un ciclo de la manera como vivió, dignamente.

Será una Navidad inédita por todo lo sucedido. Pero el Niño en el pesebre sigue naciendo todos los años, Él no falla. Nos llena de ilusión, esperanza y bondad.

Saldremos adelante indudablem­ente. No estamos solos nunca, nos acompaña la fuerza divina inextingui­ble que nos dio vida.

Que esa certeza nos dé aliento en esta Navidad.

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