Pobreza, desarrollo y participación
Lo que nos ocurre actualmente tiene mucho que ver con el crecimiento de la población, la urbanización desordenada que sufrimos, el abandono del ambiente rural y sus valores y la descalificación que el hondureño hace de sí mismo, inclinándose peligrosamente hacia la dependencia, el caudillismo y el familismo. Nadie duda de que la población ha pasado, en menos de 50 años, de tres millones a cerca de diez y que esto ha aumentado el desarrollo numérico de la población de las ciudades, adonde el crecimiento ha sido caótico, sin planificación y con resultados destructivos para los mecanismos de control social, típicos de sociedades pequeñas, donde todos sabíamos de todos, y por consiguiente nos autocontrolamos. Ahora lo que eran los valores han sido sustituidos por la “solidaridad” y control de la pandilla, que ha sustituido a la familia que, por una parte, ha desaparecido en el crecimiento urbano de las grandes ciudades. Y por la otra se ha reducido como nunca, quedando constituida por padres y hermanos, nada más. La familia extendida está debilitada. Lo único que queda, por el flujo migratorio, es el creciente papel de la abuela sustituyendo a la madre.
Sin embargo, lo peor que nos ha ocurrido es que en el hondureño, desesperado en la pobreza, tanto en las clases bajas como en los jóvenes universitarios sin empleo, junto al rechazo del sistema, ha crecido contradictoriamente el concepto de que no vale nada como individuo y solo tiene placer cuando en grupo indignado se lanza a la calle a protestar. Es que se ha vuelto más dependiente del caudillo del barrio, del Gobierno, del líder político y del Presidente de la república, al que se le hace culpable de todo; pero al mismo tiempo se le ve como un “Superman” que nos debe sacar de los problemas en que estamos involucrados. En consecuencia, para salir de esta espiral de crisis que amenaza con destruir la convivencia necesitamos urgentemente revertir el sistema educativo, cambiar las políticas de comunicación que transmiten pesimismo por otras que den esperanza y confianza. Para que por medio de la participación de todos, el autocontrol y la búsqueda de soluciones de cooperación colectivas y en las que estamos obligados a renunciar a la intolerancia sean las únicas salidas que explorar, en donde sin duda podemos lograr mejores resultados, en vista de que involucrados todos dejaremos de confiar en los caudillos y en el Gobierno. Para terminar confiando en nosotros, en la organización familiar renovada y en la asociación desde abajo, con la cual, en vez de andar lamentándonos y pidiendo, construiremos soluciones.
No todo está perdido. Por el contrario, tengo la impresión de que entre más oscuro parezca está más cerca la alborada y que el futuro que nos espera, si lo soñamos y trabajamos por su logro, será mejor que este presente que nos tiene arrodillados, con la mano extendida y sin esperanzas. Los hondureños nunca nos hemos rendido y, mucho menos, ahora.