Que comience el diálogo
S i el rol de los políticos, y la política, es el de hacer posible las aspiraciones de las mayorías, los representantes de las distintas fuerzas de este país deben tener bien claro que, con sospechosas excepciones, la población espera que el tan llevado y traído diálogo nacional comience cuanto antes. Es urgente que entiendan que en los últimos meses se han ido ganando la desafección de buena parte del pueblo, porque con algunas de sus posturas le han dado a entender que para ellos son más importantes sus intereses personales, o de grupo, y que el bien común no es prioritario en su agenda. Afortunadamente, contamos con un sólido grupo de naciones amigas y con un representante de las Naciones Unidas, que se han dado a la tarea de sentarnos a la mesa y de hacernos ver que las diferencias deben resolverse sin necesidad de más conflictos y, mucho menos, sin que caiga una gota más de sangre de ciudadanos hondureños. Todos sabemos que la llama de la violencia se enciende con suma facilidad pero que apagarla toma esfuerzos titánicos, y que, encima, el caos no produce más que atraso y pérdidas de todo tipo. Tenemos espejos en qué mirarnos en las tres fronteras. En Guatemala y El Salvador tuvieron que perderse miles de preciosas vidas para que sus dirigentes llegaran a dialogar; lo que sigue pasando en Nicaragua debe servir para que reflexionemos sobre los daños que causa a una nación la terquedad de aquellos que no están dispuestos a negociar el usufructo del poder y se aferran a él en contra de toda sensatez y toda lógica. Los que vivimos en este país debemos aupar y favorecer el diálogo porque hay malos hondureños interesados en que no comience o en que fracase una vez iniciado. Colectivos relativamente pequeños pero vociferantes desde hace años apuestan por la anarquía para encontrar justificación a sus desvaríos. De ahí que la ciudadanía que cree en la democracia, la que es capaz de observar lo que sucede en naciones en las que se ha impuesto una tiranía, conjure, por todos los medios, cualquier intento de obstaculizar o torpedear el diálogo. Los enemigos de la convivencia pacífica deben convencerse que la mayoría de los hondureños rechazamos el desorden y las conductas destructivas como medios de lucha política, que ya en dos ocasiones en una década han intentado destruir el país y no han recibido el respaldo de las masas porque estas son más pensantes de lo que ellos creen. Así que, por el bien de todos, señores políticos, a sentarse a dialogar, hay muchos problemas que resolver, y solo juntos vamos a salir de estas honduras, de estas profundidades.