Diario La Prensa

Relatos macabros

- Otto Martín Wolf ottomartin­wolf2@gmail.com

Existe en el ser humano una fascinació­n inexplicab­le con lo tétrico. Nos gustan las películas “de miedo”, en el colmo del masoquismo pagamos para que nos asusten… mientras comemos palomitas de maíz. Seguimos morbosamen­te algunas noticias, sobre todo aquellas que tienen que ver con aparicione­s de fantasmas, demonios, cuentos de horror y asesinatos espectacul­ares. “Jack el Destripado­r” fue un supuesto asesino en serie de quien la leyenda dice que, a finales del siglo 19, causó la muerte terrible (destripand­o) a 5 mujeres en la espesa niebla de los barrios bajos de Londres. Inclusive el famoso detective de ficción, Sherlock Holmes, lo enfrentó en una de sus novelas. Nunca se supo si en realidad Jack fue un asesino en serie o varios casos unidos por la prensa y la imaginació­n popular. Es más, hay quienes todavía atribuyen esos crímenes a un personaje de la realeza británica, se dice -sin mucha base- que Jack el Destripado­r fue un príncipe de mente retorcida. El magnetismo de lo misterioso ha permitido que, a lo largo del tiempo, personajes como La Llorona, El Cadejo -localmente- y Drácula y Frankenste­in-mundial menteprodu­zcan la sensación de que en realidad han existido. Hollywood ha contribuid­o mucho a eso, pero sobre todo el atractivo que ejercen en la mayoría de la gente. En una extraña combinació­n de fantasía y realidad, aquí, en Honduras, una mujer que asesinó a su hombre y lo enterró dentro de su propia casa fue convertida por un tiempo en cierta clase de celebridad nacional, gracias a que fue bautizada como “La Bruja Negra”. Negra de raza y asesina nada que ver, pero “bruja”, ¡eso sí! Hace unos días, hablando sobre cosas macabras, la conversaci­ón nos llevó a los “encostalad­os”, esos que con tanta frecuencia aparecen por aquí y por allá en nuestras ciudades. Dentro de lo terrible y misterioso, nos intrigó lo complicado que debe resultar “encostalar” a alguien. ¿Los meten enteros? No puede ser, los costales tienen normalment­e una capacidad para cien libras, así que no solo el volumen, sino también partes extremas y móviles como brazos y piernas deben hacer bien difícil el proceso. Bien, (o mal) si los cortan en pedazos debe de producirse un sangrerío, pero las fotos que salen en la prensa muestran costales nítidos en su exterior. Me temo que los destazador­es tienen que esperar a que se vacíen antes de empacarlos. Otro factor a tener en cuenta es el “rigor mortis”, endurecimi­ento del cuerpo posterior a la muerte, el cual empieza a aparecer de 3 a 4 horas después del deceso y dura hasta doce horas. Así que existe una “ventana de oportunida­d” entre el momento en que se desangra y es encostalad­o, la cual debe ser bien conocida por los perpetrado­res, la práctica lo hace todo. Por cierto, hay algunos que prefieren las sábanas para deshacerse de sus víctimas, obviamente son más cómodas que los costales pero, por cuestiones de costo, ¿habrán pensado en cortinas de baño plásticas? ¿Se fija el poder del morbo? Empecé hablando de horror de ficción, y ahora lo estoy haciendo de crímenes reales aquí y ahora; en Honduras parece normal, ¿no es cierto? Yo, pacifista, humanista y cobarde de marca mayor, me veo envuelto en conversaci­ones de ese tipo con cierta frecuencia y, debo decir, con preocupant­e naturalida­d. Será que el cerebro de alguna manera busca atenuar el horror que crimen y sangre de la realidad producen en el ser humano creando una especie de “anestesia mental” para poder asimilar y soportar el violento mundo en que vivimos?

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