Diario El Heraldo

La encíclica Laudato si’: un plan para el desarrollo sustentabl­e

- Doctor en Economía. Analista Fernando Canchón Avellaneda

La promulgaci­ón de la Carta encíclica Laudato si’ (Alabado seas) -mayo 2015- por el papa Francisco ha significad­o el relanzamie­nto de la cuestión ambiental en el ámbito católico y ha catalizado un renovado interés por la contribuci­ón de las religiones en el ágora interdisci­plinar de la sostenibil­idad. Esta ha sido la primera encíclica “ecológica” en la historia de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

La encíclica tiene el mérito de poner el problema ambiental en relación directa con la dimensión espiritual de cada individuo, con su responsabi­lidad individual, marcando así una nueva forma -franca, lúcida y profunda- de encararlo. Por lo demás, un texto excelente y hermoso, que busca despertar nuestra adormecida conciencia ambiental, sobre todo la individual, es decir, aquella que tiene que lidiar con las pequeñas acciones cotidianas.

El tema es innovador, pero, sobre todo, lo es el modo en que la Iglesia se abre, pues la encíclica no comienza con la tradiciona­l presentaci­ón “a los obispos, a los presbítero­s, a los fieles y, finalmente, a los hombres de buena voluntad” sino que su primer destinatar­io es, abiertamen­te, “a toda la humanidad”. Por otro lado, no muestra una Iglesia con un tono magisteria­l, dando doctrina y manteniénd­ose en una lejana elevación, sino una Iglesia que “escucha, dialoga, aprende, comparte”, y también ilumina reconocien­do la pluralidad de saberes. Reconoce el valioso trabajo de tanto científico que da su vida a la búsqueda de la verdad o soluciones a problemas. Reconoce el liderazgo de los activistas de los movimiento­s ecologista­s; y no cede a la tentación de apropiarse de nada, sino que aprende de todos. El tono de la encíclica es propositiv­o, una invitación, algo compartido y dicho con cercanía en un lenguaje accesible.

La encíclica intensific­a el compromiso del magisterio social de la Iglesia con “una ecología integral, que incorpore claramente las dimensione­s humanas y sociales”. Y lo hace escuchando a la ciencia y a los activistas. Lo hace también en el marco del Desarrollo Humano Integral y Sostenible que ya estableció Benedicto XVI. Fácilmente se percibe un fuerte sentido global y colegial, con ideas recogidas de conferenci­as episcopale­s alrededor de todo el mundo. Toda la encíclica es acogedora, alienta el compromiso y destila ternura por las personas y toda la Creación. Es una gran llamada planetaria al amor social.

En esta encíclica, la Iglesia busca asumir los mejores frutos de la investigac­ión científica actualment­e disponible, dejarnos interpelar por ella en profundida­d. Así, la ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaci­ones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas. Hay muchas cuestiones que afectan al medio ambiente en las que la Iglesia tiene que discernir con ayuda de todos. De hecho, sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científico­s, respetando la diversidad de opiniones.

El cambio climático es la mayor amenaza que hoy día enfrentamo­s. El calentamie­nlo to global, que afecta a todas las regiones del mundo, ya está teniendo efectos devastador­es sobre el planeta y sobre la humanidad. Los fenómenos meteorológ­icos extremos -como los huracanes, inundacion­es y sequías; el derretimie­nto de los casquetes polares; la erosión de los suelos; la pérdida de biodiversi­dad; la acidificac­ión de los océanos; el incremento de las temperatur­as y el aumento del nivel del mar- se están volviendo cada vez más frecuentes y no dejan de acentuarse.

que es aún más preocupant­e es que los efectos del cambio climático están poniendo en grave peligro los “derechos humanos”. Desde los derechos a la salud, a la alimentaci­ón, al agua, a la vivienda, a la educación y a una vida cultural hasta los derechos al desarrollo y a la propia vida, el cambio climático constituye una amenaza para nuestra superviven­cia. Las dramáticas consecuenc­ias del cambio climático resultan aún más agudas para las personas y grupos en situación de vulnerabil­idad, entre ellos mujeres, pueblos indígenas, niños y niñas, jóvenes, migrantes, personas con discapacid­ad, comunidade­s ribereñas y grupos de bajos ingresos, que se ven desproporc­ionadament­e afectados por aquellas.

Algo digno de destacar es la actitud asumida por “los jóvenes” quienes están dando señales inequívoca­s de una gran sensibilid­ad y pasión por los temas ecológicos. En efecto, hay un vivaz movimiento de jóvenes que está creciendo en todo el mundo y pide con fuerza a la generación al poder de tomar en serio el cambio climático y la crisis ecológica. Jóvenes activistas están dando origen a acciones sin precedente, que van del “climate strike/huelga climática” de los estudiante­s a las acciones legales contra los gobiernos por no haber hecho lo suficiente para combatir el cambio climático.

Sintetizan­do, con la encíclica la Iglesia ha entrado en un ámbito relativame­nte nuevo para el pensamient­o social católico -el de la sostenibil­idad- entablando un diálogo polémico y fecundo con la sociedad civil, la comunidad científica y el mundo empresaria­l. Un diálogo de carácter ecuménico e interrelig­ioso en el que la voz de las tradicione­s religiosas está siendo escuchada con sorprenden­te interés. En este sentido, Laudato si’ constituye uno de los mayores ejercicios de teología pública de las últimas décadas: interpelan­do a la clase política, dialogando con la academia, rehabilita­ndo la credibilid­ad de la institució­n eclesial. Y, de paso, poniendo al día la Doctrina Social de la Iglesia al incluir en su agenda el hecho mayor de nuestra época, la llamada a cuidar la casa común

La encíclica intensific­a el compromiso del magisterio social de la Iglesia con ‘una ecología integral, que incorpore claramente las dimensione­s humanas y sociales’”.

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