La encíclica Laudato si’: un plan para el desarrollo sustentable
La promulgación de la Carta encíclica Laudato si’ (Alabado seas) -mayo 2015- por el papa Francisco ha significado el relanzamiento de la cuestión ambiental en el ámbito católico y ha catalizado un renovado interés por la contribución de las religiones en el ágora interdisciplinar de la sostenibilidad. Esta ha sido la primera encíclica “ecológica” en la historia de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI).
La encíclica tiene el mérito de poner el problema ambiental en relación directa con la dimensión espiritual de cada individuo, con su responsabilidad individual, marcando así una nueva forma -franca, lúcida y profunda- de encararlo. Por lo demás, un texto excelente y hermoso, que busca despertar nuestra adormecida conciencia ambiental, sobre todo la individual, es decir, aquella que tiene que lidiar con las pequeñas acciones cotidianas.
El tema es innovador, pero, sobre todo, lo es el modo en que la Iglesia se abre, pues la encíclica no comienza con la tradicional presentación “a los obispos, a los presbíteros, a los fieles y, finalmente, a los hombres de buena voluntad” sino que su primer destinatario es, abiertamente, “a toda la humanidad”. Por otro lado, no muestra una Iglesia con un tono magisterial, dando doctrina y manteniéndose en una lejana elevación, sino una Iglesia que “escucha, dialoga, aprende, comparte”, y también ilumina reconociendo la pluralidad de saberes. Reconoce el valioso trabajo de tanto científico que da su vida a la búsqueda de la verdad o soluciones a problemas. Reconoce el liderazgo de los activistas de los movimientos ecologistas; y no cede a la tentación de apropiarse de nada, sino que aprende de todos. El tono de la encíclica es propositivo, una invitación, algo compartido y dicho con cercanía en un lenguaje accesible.
La encíclica intensifica el compromiso del magisterio social de la Iglesia con “una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales”. Y lo hace escuchando a la ciencia y a los activistas. Lo hace también en el marco del Desarrollo Humano Integral y Sostenible que ya estableció Benedicto XVI. Fácilmente se percibe un fuerte sentido global y colegial, con ideas recogidas de conferencias episcopales alrededor de todo el mundo. Toda la encíclica es acogedora, alienta el compromiso y destila ternura por las personas y toda la Creación. Es una gran llamada planetaria al amor social.
En esta encíclica, la Iglesia busca asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad. Así, la ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas. Hay muchas cuestiones que afectan al medio ambiente en las que la Iglesia tiene que discernir con ayuda de todos. De hecho, sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones.
El cambio climático es la mayor amenaza que hoy día enfrentamos. El calentamienlo to global, que afecta a todas las regiones del mundo, ya está teniendo efectos devastadores sobre el planeta y sobre la humanidad. Los fenómenos meteorológicos extremos -como los huracanes, inundaciones y sequías; el derretimiento de los casquetes polares; la erosión de los suelos; la pérdida de biodiversidad; la acidificación de los océanos; el incremento de las temperaturas y el aumento del nivel del mar- se están volviendo cada vez más frecuentes y no dejan de acentuarse.
que es aún más preocupante es que los efectos del cambio climático están poniendo en grave peligro los “derechos humanos”. Desde los derechos a la salud, a la alimentación, al agua, a la vivienda, a la educación y a una vida cultural hasta los derechos al desarrollo y a la propia vida, el cambio climático constituye una amenaza para nuestra supervivencia. Las dramáticas consecuencias del cambio climático resultan aún más agudas para las personas y grupos en situación de vulnerabilidad, entre ellos mujeres, pueblos indígenas, niños y niñas, jóvenes, migrantes, personas con discapacidad, comunidades ribereñas y grupos de bajos ingresos, que se ven desproporcionadamente afectados por aquellas.
Algo digno de destacar es la actitud asumida por “los jóvenes” quienes están dando señales inequívocas de una gran sensibilidad y pasión por los temas ecológicos. En efecto, hay un vivaz movimiento de jóvenes que está creciendo en todo el mundo y pide con fuerza a la generación al poder de tomar en serio el cambio climático y la crisis ecológica. Jóvenes activistas están dando origen a acciones sin precedente, que van del “climate strike/huelga climática” de los estudiantes a las acciones legales contra los gobiernos por no haber hecho lo suficiente para combatir el cambio climático.
Sintetizando, con la encíclica la Iglesia ha entrado en un ámbito relativamente nuevo para el pensamiento social católico -el de la sostenibilidad- entablando un diálogo polémico y fecundo con la sociedad civil, la comunidad científica y el mundo empresarial. Un diálogo de carácter ecuménico e interreligioso en el que la voz de las tradiciones religiosas está siendo escuchada con sorprendente interés. En este sentido, Laudato si’ constituye uno de los mayores ejercicios de teología pública de las últimas décadas: interpelando a la clase política, dialogando con la academia, rehabilitando la credibilidad de la institución eclesial. Y, de paso, poniendo al día la Doctrina Social de la Iglesia al incluir en su agenda el hecho mayor de nuestra época, la llamada a cuidar la casa común
La encíclica intensifica el compromiso del magisterio social de la Iglesia con ‘una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales’”.