Corrupción y elecciones
En nuestro país, como en muchas naciones alrededor del mundo, las acusaciones de corrupción son un arma electoral muy potente pero que, de manera sorpresiva, están desplazando una revisión exhaustiva de las verdaderas competencias del candidato por una simple calificación del nivel de honestidad de ese líder político. En tal sentido, se va volviendo casi una costumbre la elección de honestos incapaces que fracasaron en la dirección de los sagrados destinos de una nación, con el triste agravante de que los actos corruptos siempre estuvieron presentes en el proceso abortado de gobierno, por lo que la tan llevada y traída honestidad continuó siendo una especie más ilusoria que real.
La incapacidad manifiesta de algunos políticos beneficiados por el voto popular y la corrup- ción galopante son dos azotes de la misma naturaleza: lesionan grandemente la democracia porque causan inestabilidad política debido a la creciente decepción del pueblo, presionan la emisión de promesas que nunca se cumplirán y, además, distraen a la colectividad de la atención a sus problemas más urgentes.
En realidad, el combate a la corrupción no depende solamente de tener gente honesta en el gobierno sino también que se disponga de las mejores prácticas para hacer que el robo del dinero público o el tráfico de influencias al mejor postor sean conductas que se detectan oportunamente y se castigan con todo el peso de la institucionalidad. Mientras tanto, también es cierto que la sociedad tiene derecho de pedir una rendición de cuentas a sus gobernantes respecto del trabajo entregado y generoso, que se espera sea una característica común en la gestión de los ingentes problemas de nuestra Honduras Juan José Cruz CIUDADANO