EN NINGÚN MOMENTO DEBEMOS OLVIDAR O DEJAR DE LADO EL HECHO DE QUE ESTAMOS AQUÍ, EN ESTE PLANO, PARA CUMPLIR UNA MISIÓN DE DESTINO
Una de las principales tentaciones que nos acechan a los seres humanos en cualquier tiempo y lugar es la de creer mecánicamente que estamos aquí, en el plano terrestre, para “pasar el rato”, sin obligación de hacer algo en concreto. Y en verdad ese es un criterio de comodidad que acaba anulando nuestra condición de seres provistos de elementos creadores y de instrumentos hechos a la medida para cumplir esa tarea básica que llamamos “destino”. El descontrol atropellado en el que van los sucesos actuales en el mundo, y por supuesto también en pequeñas sociedades como la nuestra, contribuye a hacer que extraviemos las perspectivas, propiciando que la realidad sea más un ejercicio de despistes entrelazados que una práctica de avance racional en el tiempo. Y esto es lo primero que habría que tratar como problemática viva.
La agitación global deriva, evidentemente, del hecho de que eso que señalamos en el párrafo anterior se esté dando de manera inconfundible en las principales potencias del mundo, que desde hace algún tiempo vienen entrando en crisis recurrentes, algunas de ellas menudas, pero todas de alta incidencia en el desenvolvimiento general. Traemos a cuento, para el caso, lo que ocurre entre Rusia y Ucrania. No se trata de una guerra en el sentido tradicional del término, pero sí es un conflicto que hay que resolver. ¿Cómo? Esa es hoy la pregunta del millón. Pero aunque situaciones como esa no sean guerras según el criterio conocido, sí exigen aclaraciones conceptuales y prácticas. Y esto se reproduce de muchísimas maneras en la realidad del momento.
Acabamos de mencionar el término “destino”, y eso nos vincula de inmediato con el concepto “misión”. La familia y la escuela tendrían que proveer a todos los seres humanos de las herramientas útiles para ir rastreando la noción real de “destino” y de “misión” dentro de nuestro respectivo desempeño como seres que están en el mundo para cumplir una tarea de vida personal y común. Y aclaremos, para evitar en cuanto se pueda los despistes y los malentendidos, que no se trata de ser “niños bonitos” de la suerte, ni abanderados del exitoso vivir, sino de tener la autorrealización como estandarte y de lograr que las energías vitales puedan actuar en armonía con los propósitos trascendentales.
El desorden que impera prácticamente en todos los planos del acontecer actual está llevando al mundo a la orilla de un barranco de inseguridades y de riesgos que parecieran no tener fin; pero recordemos con precisión que la experiencia histórica viene enseñándonos que si se toman a tiempo las decisiones que sean pertinentes todo puede conducirse hacia los resultados constructivos. Esto es dificultoso siempre, porque la tentación de lo improvisado siempre sale al paso cuando se avanza hacia adelante, y ahí está la principal fuente de errores en la trayectoria. Reconozcámoslo así, para contrarrestar dichos errores.
Para darle tratamiento a todo lo anterior hay que aplicarse, en primer término, a la aclaración de los factores que son insustituibles para darle vida a eso que llamamos “destino”. El auténtico destino se halla siempre formado de metas y propósitos, por lo cual exige dedicación plena y planificación suficiente; y todo eso va de la mano con la voluntad de cada ser humano, en plan de energía que debe ser aplicada sin cesar. Cada uno, pues, debe estar al servicio de su propio destino, para que el vivir de cada quien tenga el sentido que le corresponde.
No hemos venido a esta vida a dejar que los días y los años simplemente se vayan deslizando hasta llegar al otro suelo. En verdad hemos venido a poner al servicio la creatividad, que es nuestro principal recurso, los pocos materiales que traemos con nosotros para el poco tiempo que vamos a estar aquí. Y esta no es una imagen elaborada sino la pura y simple verdad. El hecho de que así lo entendamos nos habilita para organizar a pulso nuestra vida.
Construir destino en los hechos cotidianos es la tarea superior de nuestro ser natural, y aunque casi nunca lo percibamos en la dimensión que tiene, dicho rol nos permite identificarnos como personas, en el más claro sentido del término. En esa línea, hasta lo más elemental adquiere una relevancia que no sólo nos identifica, sino que sobre todo nos da sentido como entes creadores.
Nuestra naturaleza debe fluir espontáneamente, cualesquiera que fueren las condiciones en que se manifieste. Y de dicho flujo depende lo que vayamos pudiendo hacer de nuestra vida, en estrecha alianza con el tiempo que nos toca estar aquí. Ese es el sencillo dibujo en movimiento de nuestra identidad.
El destino, pues, representa, al mismo tiempo, un desafío y un privilegio. Si nos desentendemos de él todas nuestras potencialidades irán quedando frustradas y todos nuestros afanes irán quedando sin frutos.
Indaguemos internamente cuál es nuestro destino, y enfilemos todas nuestras energías en esa línea, para que el tiempo del que disponemos funcione a fondo.
Esa misión debe ser, en todo sentido, nuestro principal encargo existencial.
Recordemos con precisión que la experiencia histórica viene enseñándonos que si se toman a tiempo las decisiones que sean pertinentes todo puede conducirse hacia los resultados constructivos.