LA PRUDENCIA Y EL VALOR
Debo repetir, que yo me jacto de tener como amigos solo a gente buena. A mi casa solo han entrado aquellos a quienes he querido abrir la intimidad del hogar, y solo han sido personas con rectitud de principios, e hidalgos en su proceder. Ciertamente pudiera tratarse de alguien con quien no esté de acuerdo, en lo político o incluso en lo religioso, pero sin duda será siempre alguien rectilíneo en su pensamiento y en su accionar.
Dicho esto, es importante hacer notar que algunos de esos amigos comparten conmigo que es valioso enfrentarse a la maldad sin tapujos, y que uno no debe disimular las palabras ni encontrar eufemismos para llamar al pan, pan, y al vino, vino. Pero otros, acaso más conciliadores, me han sugerido con insistencia, en que no debo ser duro, y que es preferible la prudencia, antes que la espada.
Lo cierto es que todos ellos expresan su opinión con argumentos sólidos y con la clara pretensión de evitarme sinsabores o enemigos, donde no son necesarios, creyendo algunos, que estos (los enemigos) nunca deberían aparecer.
Pero si bien se agradece el consejo genuino de todos, el primero de los paradigmas que debe ser escuchado es el de la conciencia propia, no pudiendo, ni queriendo, olvidar que debemos ser congruentes en la vida, y que esto se define como actuar, hablar y pensar, de la misma manera, siempre. De ahí que para algunos, soy innecesariamente duro, cuando le digo a los ladrones lo que son, o cuando critico, con toda la fuerza de la palabra, a quienes desde el gobierno actúan injustamente y se alejan del propósito para el que fueron elegidos.
Pero así soy, y así seré siempre. Yo no fui educado con dobleces, ni eduqué, junto con mi esposa, a mis tres hijos de una forma diferente. Así fueron mis abuelos, padres y sus hermanos, así son mis primos y mi familia. La verdad siempre ha de brillar, porque matizar las cosas termina siendo una mentira mal estructurada. Hay quienes juegan a disimular la realidad, pero no se debe; porque no se puede, para cualquiera que se precie de ser congruente y honesto.
Sin falsas ínfulas, y en modo alguno pensando en un seudo mesianismo, ningún cristiano puede sustentar el medio, porque lo “justifique” el fin. Lo que es malo, desde mi perspectiva, debe ser señalado sin tapujos. No hay más. ¿Sería prudente callar lo ilícito que hace un gobierno, para vivir pacíficamente? Para mí, no es posible. La paz nunca aparece como hija de la injusticia, e injusto es, no denunciar los abusos del poder. Aquel que viendo * *
Los que nacimos en casa podemos sentirnos agradecidos con la vida por las almohadas propias de las que nos proveyó desde el primer minuto.
En el interior de las iglesias podemos encontrarnos con santos evidentemente fatigados por estar siempre de pie.
¿Sería prudente callar lo ilícito que hace un gobierno, para vivir pacíficamente? Para mí, no es posible. La paz nunca aparece como hija de la injusticia, e injusto es, no denunciar los abusos del poder.
una acción indigna calla, es cómplice por omisión, como lo fue Pilatos, habida cuenta que, entre otras cosas, pudo parar con una palabra las torturas y la muerte de un justo (más allá de las consideraciones teológicas que sobre este caso se pudieran argumentar).
Si el gobierno encierra a alguien, no por una presunción de inocencia, sino de culpabilidad y le mantiene detenido por un año; si el gobierno, que debería garantizar el bienestar de los reclusos, no les da comida y hay evidencia que más de doscientos han sido asesinados en las cárceles, sin investigación; si el gobierno llama al odio y a la división, y su presidente en público azuza a la violencia; no podemos dejar de mencionarlo. No es posible voltear hacia otro lado e imaginarse que es inevitable que paguen justos por pecadores. El mal se combate de frente, y frontalmente debe gritarse que eso no está bien.
No es cosa de prudencia. No hablar por quienes no tienen voz, más bien, sería cosa de complicidad.
A los 17 años, mi abuelo le escribió a los viles; y hoy, para terminar, hago mías esas palabras:
“Nada me importa, lo que en su odio digan;
Que en mi orgulloso afán, me llamen necio;
¿Que amenazan me sigan!;
Como no han de alcanzarme, los desprecio.
¡Que me sigan!, no temo. Ya en la cumbre
Impávido a mis pies oiré creciendo
El grito de esa torpe muchedumbre
Mientras me oyen, con sarcasmo, riendo.
No me podrán cejar, que todo atajo
Lo ha de vencer mi voluntad. ¡Malsines!
Yo soy contrario de lo ruin y bajo
¡siempre estaré junto a los grandes fines!”
Adelante, valientes, que como digo con frecuencia, Dios nos guía y estos malvados pronto no serán sino un oscuro recuerdo. seguirme? ¡Que