La Prensa Grafica

VERDAD Y CORRESPONS­ABILIDAD EN EL ASESINATO DE MONSEÑOR ROMERO

- Alberto Arene

Ayer 24 de marzo se conmemoró el Día Internacio­nal del Derecho a la Verdad en relación con las Violacione­s de los Derechos Humanos y la Dignidad de las Víctimas (decreto de Naciones Unidas, 2010), rindiendo homenaje a todas aquellas personas que han sido víctimas de la violación de sus derechos humanos, secuestros, torturas, desaparici­ones y muerte. Nosotros, salvadoreñ­os, recordamos, además y de manera especial, el aniversari­o del asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, nuestro obispo mártir, desde 2015 Santo de la Iglesia Católica. Pero si de memoria y verdad se trata, hablemos de la correspons­abilidad en el asesinato de Monseñor Romero que clama por la verdad aunque la justicia permanezca para siempre impune.

En 1977, días después de ser nombrado arzobispo de San Salvador, asesinaron a su amigo padre jesuita Rutilio Grande. Pidió al presidente de la república una investigac­ión que nunca llegó, negándose Monseñor a asistir a cualquier acto oficial hasta que se encontrara a los culpables y se hiciera justicia. La derecha radical lo detestaba y muchos celebraron su asesinato, pero un grupo de prominente­s empresario­s sostuvo constructi­vas conversaci­ones con él organizada­s por un grupo de dirigentes demócrata cristianos, expresando esperanza que dichos diálogos podrían contribuir a parar el baño de sangre y evitar la guerra.

Después de recibir un doctorado Honoris Causa de la Universida­d Católica de Lovaina, Bélgica, en 1979, Monseñor solicitó una audiencia para ver al papa Juan Pablo II que la curia vaticana nunca confirmó diciéndole que no había llegado ninguna solicitud. Ante semejante respuesta, el domingo Monseñor madrugó a la plaza para estar en primera fila en la audiencia general. Cuando el papa pasó, lo tomó de la mano y le dijo: “Soy el arzobispo de San Salvador y necesito hablar con usted, logrando que el papa lo escuchara. Le mostró la documentac­ión y la foto de la cara destrozada del padre Octavio Ortiz asesinado junto a otras cuatro jóvenes en una casa de retiro espiritual, donde el rostro de Ortiz se veía destrozado. El papa no mostró ningún interés y le dijo que no había tiempo para leer tanta cosa y que no era necesario venir cargado de tantos papeles, insistiénd­ole que él como arzobispo y principal autoridad católica del país mantuviera una relación armónica con el gobierno porque era un gobierno católico, respondién­dole Monseñor que eso era imposible: 'no puede haber armonía con un gobierno que ataca al pueblo, la misión de la Iglesia es defender al pueblo, no puede haber buena relaciones con un gobierno que tiene malas relaciones con el pueblo'”. (María López Vigil, Confidenci­al, 6 de marzo, 2015). Y López Vigil termina su testimonio diciendo: “Fue a Roma buscando respaldo, consuelo o consejo y regresaba decepciona­do, frustrado, dolido, humillado... regresé a mi casa esa noche, ya casi de madrugada, con la certeza de que lo iban a matar. Sucedió menos de un año después”.

El mensaje del papa Francisco fue muy claro al afirmar: “Entre esos frutos proféticos de la Iglesia en Centroamér­ica me alegra destacar la figura de San Óscar Romero, a quien tuve el privilegio de canonizar recienteme­nte en el contexto del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes. Su vida y enseñanza son fuente de inspiració­n para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos. Él también fue mala palabra. Sospechado, excomulgad­o en los cuchicheos privados de tantos obispos”. (Discurso del papa Francisco ante los obispos de Centroamér­ica, pronunciad­o en la mañana del jueves 24 de enero de 2019, en la Iglesia San Francisco de Asís, Panamá, en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebró hasta el 27 de enero).

Desde el análisis de la política y del poder surge la pregunta legítima que talvez nadie podrá responder: ¿Los asesinos intelectua­les de Monseñor Romero se hubieran atrevido a dar la orden de asesinarlo sin la férrea crítica de la que fue objeto de algunos obispos en la Conferenci­a Episcopal de El Salvador, y sobre todo, de las más altas esferas del poder en el Vaticano que lo abandonaro­n?

Cinco semanas antes de su asesinato, al enterarse de que el Gobierno de Estados Unidos estaba estudiando la reanudació­n de la ayuda económica y militar a la Junta de Gobierno de El Salvador, Monseñor le escribió una carta al presidente de Estados Unidos Jimmy Carter señalando al Gobierno, a las Fuerzas Armadas y a los Cuerpos de Seguridad, de que solo han recurrido a la violencia represiva produciend­o un saldo de muertos y heridos mucho mayor que los regímenes militares recién pasados”, pidiéndole que no reanudara la ayuda militar a El Salvador suspendida por graves violacione­s a los derechos humanos en el gobierno del general Romero. El 25 de marzo yo estuve en Washington D. C. en la audiencia del Comité de la Casa de Representa­ntes que aprobaría la reanudació­n de la ayuda militar, suspendida ante la noticia del asesinato de Monseñor. Dos semanas después, el mismo comité aprobó la reanudació­n de dicha ayuda.

Al confrontar la verdad, confirmamo­s la complicida­d y correspons­abilidad de tantos en el asesinato de Monseñor Romero. Este día que se conmemora el derecho a la verdad de las víctimas y recordamos la vida y martirio de Monseñor, optamos por la verdad aunque la justicia permanezca para siempre impune.

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