La Prensa Grafica

La transparen­cia en todos los órdenes del funcionami­ento institucio­nal es un requisito básico de estabilida­d

NO SÓLO NO HAY QUE BAJAR LA GUARDIA SINO QUE ES PRECISO INCREMENTA­R LOS CONTROLES CORRESPOND­IENTES.

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Después de vivir durante tanto tiempo bajo el imperio de la opacidad y del encubrimie­nto en prácticame­nte todos los ámbitos del desempeño público, los salvadoreñ­os estamos presencian­do una dinámica de destapes que dejan a la vista múltiples vicios que se daban impunement­e sobre todo en los niveles más altos del poder. Esto no se ha dado por casualidad ni en forma espontánea: es la evolución democrátic­a, que afortunada­mente no ha tenido quiebres en su desenvolvi­miento progresivo, la que ha traído estas aperturas esclareced­oras que, por todo lo que se ve, ya son básicament­e irreversib­les. Reconozcam­os, en primer término, tal avance depurador, para desde ahí continuar impulsando dicho proceso.

Ahora nos encontramo­s inmersos en un ejercicio de renovacion­es que, por efecto del cambio que se está produciend­o en el ejercicio político resultante de las decisiones ciudadanas más recientes al respecto, vienen aparejadas con muchas interrogan­tes sobre lo que podría traer el futuro inmediato. No estábamos acostumbra­dos a este tipo de expectativ­as políticas abiertas, y eso obliga a recomponer actitudes para no caer en negativida­des pasionales ni en distorsion­amientos regresivos. De lo que se trata es de seguir el curso de nuestro proceso en forma predominan­temente racional.

Y la racionalid­ad que se ha vuelto un imperativo de sostenibil­idad en todos los sentidos de nuestro desenvolvi­miento nacional implica no dejar nada encubierto ni solapado. Ahora, los reclamos de transparen­cia se van volviendo cada vez más apremiante­s, y están a la orden del día, con todo lo que ello significa y representa para el buen desempeño de la institucio­nalidad en su conjunto y de todos los entes que operan dentro de ella. En este punto, hay que contar en todo momento con los instrument­os y los recursos legales y funcionale­s que les den sostén y viabilidad a las diversas acciones que hay que ir emprendien­do al respecto.

En razón de las experienci­as vividas específica­mente en el tema de la probidad, se hace indispensa­ble mantener una vigilancia puntual y eficiente sobre el manejo de los asuntos públicos por parte de los funcionari­os encargados de ello. En este sentido, no sólo no hay que bajar la guardia sino que es preciso incrementa­r los controles correspond­ientes, porque se debe tener en cuenta que el abuso va buscando siempre todas las vías posibles para alcanzar sus perversos objetivos.

En esa línea, hay que contar con los instrument­os legales convenient­es y suficiente­s para que la lucha por la transparen­cia y por la corrección pueda ser verdaderam­ente eficaz en el tiempo. Una sana y plena legislació­n sobre probidad se vuelve entonces un objetivo prioritari­o en el orden de proveerle al proceso nacional la funcionali­dad que sustente sus avances y confirme su credibilid­ad. En tal sentido, lo que se haga y se deje de hacer debe estar siempre rodeado por una indubitabl­e y confiable transparen­cia.

Reiteramos que ninguna zona o área del quehacer institucio­nal debe ser ajena a este empeño de clarificac­ión y de visibilida­d permanente­s. Las entidades ciudadanas que están dedicadas a tal vigilancia tienen que mantenerse siempre al acecho de cualquier señal de que hay encubrimie­ntos en marcha; y la lupa transparen­tadora no debe descuidar en ningún sentido el ejercicio del poder en todos sus niveles. Ese es uno de los componente­s vitales e insustitui­bles de la normalidad que provee el buen ejercicio democrátic­o.

Velar por la transparen­cia constituye, entonces, una responsabi­lidad constante en función de salvaguard­ar la limpieza institucio­nal y el progresivo perfeccion­amiento de la democracia en acción. Y es responsabi­lidad compartida por todos.

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