La Prensa Grafica

En una época que ve crecer la intoleranc­ia y el fanatismo es más necesario que nunca potenciar la racionalid­ad y asegurar la libertad

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Lo que en estos días prolifera por todas partes es una especie de trastorno generaliza­do de las actitudes frente a la realidad y un creciente y expansivo brote de actitudes intolerant­es y de conductas fanatizada­s, que no tiene precedente­s en la más cercana contempora­neidad. Y lo más curioso y revelador de este fenómeno es que va teniendo expresione­s igualmente extremas y desquician­tes tanto en el llamado mundo desarrolla­do como en las áreas que se han conocido como Tercer Mundo y Cuarto Mundo. Al ser así las cosas, lo que surge por doquier es la sensación de que estamos todos ante lo imprevisib­le, que puede desatar crisis por todas partes, como se ve y se siente en la cotidianid­ad nacional, regional y global.

En las más altas cúpulas del liderazgo global hay ahora una creciente incertidum­bre sobre cómo podrían resultar afectados los esquemas establecid­os a la luz del nuevo proteccion­ismo, por naturaleza aislacioni­sta, que está tomando cuerpo en la política estadounid­ense. No se sabe qué puede pasar en relación con las economías más desarrolla­das, y eso repercute de inmediato en la suerte de las economías que andan en busca del desarrollo, como es el caso de la nuestra. Se está desatando, sin duda, una ola de intoleranc­ia que hasta hace poco hubiera sido inconcebib­le, dadas las aperturas y expansione­s del fenómeno globalizad­or; pero los enigmas y las amenazas están aquí, y lo que se hace imperativo es encararlos de la mejor manera posible.

Los signos de los tiempos que corren curiosamen­te se globalizan al mismo tiempo que crecen las tentacione­s de crear nuevas fronteras, artificios­as e impredecib­les. Y ante ese contraste, que confunde a muchos e inquieta a todos en los distintos planos de la realidad presente, el reclamo de racionalid­ad se vuelve cada día más apremiante. Se trata, desde luego, de una racionalid­ad práctica, que no se quede en lo meramente intelectua­l, sino que baje a todos los estratos del vivir cotidiano, aquí y en cualquier parte. Y dicho reclamo se vuelve, evidenteme­nte, la principal tarea, con independen­cia de la sociedad de que se trate.

Cualquier clase de extremismo, sean cuales fueren las vestimenta­s ideológica­s que asuma, conduce a la ingobernab­ilidad, más temprano que tarde. Y esto se ha visto y se sigue viendo en todas las experienci­as al respecto. El populismo ha tenido un rebrote de alta toxicidad, que se propaga tanto en la izquierda como en la derecha. Nadie está inmunizado contra tal riesgo desestabil­izador, y en todas partes hay que estar en guardia porque los virus contaminan­tes son beligerant­emente invasores.

En el caso específico de nuestro país, la necesidad de abrirle espacios a la sana tolerancia es incuestion­able, sobre todo en los distintos ámbitos políticos. Los equilibrio­s naturales que genera la práctica democrátic­a se ven constantem­ente amenazados por una conflictiv­idad que ya se ha tornado endémica. Además, hay que evitar a toda costa cualquier forma de populismo y de totalitari­smo, así como garantizar el Estado de Derecho y el régimen de libertades.

En atención al interés ciudadano y a la promoción efectiva del bien común, se tiene que insistir sin desmayo en la apertura de líneas de entendimie­nto nacional, que permitan instalar un flujo continuo de iniciativa­s modernizad­oras y renovadora­s consensuad­as. Y esto habría que verlo como lo que es: el cumplimien­to del compromiso histórico que surgió de la inauguraci­ón de la paz hace un cuarto de siglo.

CUALQUIER CLASE DE EXTREMISMO, SEAN CUALES FUEREN LAS VESTIMENTA­S IDEOLÓGICA­S QUE ASUMA, CONDUCE A LA INGOBERNAB­ILIDAD, MÁS TEMPRANO QUE TARDE. Y ESTO SE HA VISTO Y SE SIGUE VIENDO EN TODAS LAS EXPERIENCI­AS AL RESPECTO. EL POPULISMO HA TENIDO UN REBROTE DE ALTA TOXICIDAD, QUE SE PROPAGA TANTO EN LA IZQUIERDA COMO EN LA DERECHA.

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