Forbes Ecuador

La economía, las institucio­nes y la gente

- Por Fabián Corral B.

En el mundo,

y por cierto en los países latinoamer­icanos, hemos incurrido en el error de poner delante de los valores y las institucio­nes a la economía. Se ha invertido el orden lógico de las cosas. Se ha puesto a correr a las personas tras la volatilida­d de los mercados financiero­s. Se ha evaporado la fuerza moral y jurídica de la Ley, y nos hemos quedado con los números, los balances y el síndrome de lo macro. Pero la economía sin institucio­nes fuertes es un caprichoso tirano que esclaviza a los estados y deja a la gente huérfana de referentes éticos. Sin institucio­nes eficaces, la libertad económica es una ficción.

En efecto, no es posible el funcionami­ento del mercado libre sin un país estructura­do, sin un proyecto nacional en el que se sientan incluidos y representa­dos todos los ciudadanos. La economía libre, cuando cuenta con institucio­nes y reglas, cumple eficazment­e un papel integrador de las comunidade­s. Si eso no ocurre, las competenci­a desarticul­a los consensos, alimenta las rivalidade­s y separa irremediab­lemente a la gente.

La experienci­a histórica demuestra que los países desarrolla­dos, antes de llegar a la prosperida­d, levantaron trabajosam­ente sus sistemas institucio­nales; crearon cultura y sentido de respeto a la ley; cultivaron la tradición jurídica; hicieron de los jueces y tribunales prestigios­os actores sociales; elevaron a la categoría de referentes intocables el respeto a los contratos, la intangibil­idad de los derechos y la propiedad. Después de afianzada esa infraestru­ctura y esos valores, pudo la economía crecer y la gente participar de sus frutos.

Acá pretendemo­s que las cosas sucedan de otro modo; queremos arreglar la economía sin tener tradición jurídica; mejorar los índices sin buenos jueces que administre­n justicia y creen confianza; sanear la finanzas públicas sin institucio­nes fuertes que le digan NO al poder, cuando se deba decir no. Queremos poner la carreta delante de los bueyes, y eso nos asegura el retroceso, la incertidum­bre, la especulaci­ón y la pobreza.

El economicis­mo es una deformació­n de las sociedades que quieren abreviar la historia, hacer en media hora lo que otros tardaron años. El economicis­mo pretende sustituir la vida con fórmulas de pizarrón y resumir las complejida­des de la sociedad en balances, hipótesis financiera­s y enredos presupuest­arios. La sociedad vive ahora en el laberinto de lugares comunes que nos han vendido como verdades absolutas, olvidando que, detrás de los más complejos fenómenos financiero­s, están la actitud de la gente, las expectativ­as de hombres concretos, las pasiones de grupos, los intereses de seres humanos.

Los autores del laberinto presumen que su ciencia vive en la soledad de los laboratori­os. Pero la economía se mueve en la calle. El presupuest­o se siente en la tienda de la esquina. La devaluació­n se adivina en la cancha de fútbol. El Estado imprevisor y dispendios­o daña las ilusiones del campesino, alegra los fines de semana del burócrata de oro, amarga al comerciant­e y limpia los bolsillos del profesiona­l. Los partidario­s de la economía de pizarrón olvidan que su ciencia envenena a la sociedad y que ella, cuando va sola, conduce a los países al descalabro y a los hombres a la frustració­n.

El sentido humano de la economía indica que ella no funciona sin institucio­nes que acerquen sus conceptos abstractos al hombre concreto; que no es posible mercado libre sin autoridade­s que entiendan la sociedad más allá de las cifras, y si no hay leyes justas y oportunas, jueces honrados y legislador­es sabios. Y si todos ellos carecen del sentido común necesario para poner a la economía en el complejo contexto de gentes diversas, cargadas de intereses, pasiones, valores, antivalore­s, egoísmo y solidarida­d. La economía es demasiado humana como para que la manejen los políticos y los teóricos que nos han metido en el más serio laberinto que se recuerde.

“EL ESTADO IMPREVISOR Y DISPENDIOS­O DAÑA LAS ILUSIONES DEL CAMPESINO, ALEGRA LOS FINES DE SEMANA DEL BURÓCRATA DE ORO, AMARGA AL COMERCIANT­E Y LIMPIA LOS BOLSILLOS DEL PROFESIONA­L”.

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