El Diario (Ecuador)

NO ASFIXIAR A ÁFRICA

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“Es lo que hay”, decimos, no sabemos si la lucidez realista o la dejación derrotista. Y no es posible nada más.

Es lo que hay, y es imposible ponerse en pie, esperar, respirar, confiar, crear: ser y hacer, ser más. ¿Qué es posible? ¿Qué es imposible? Para José Ángel Valente (1929-2000), poeta y ensayista místico alejado de todo dogma, iniciado en el misterio de la realidad por inspiració­n de la pensadora de las profundida­des María Zambrano, lo imposible es “el infinito despliegue del horizonte de lo posible”. Y se pregunta: “¿No sería lo imposible la metáfora de un posible que infinitame­nte nos rebasa?” (Cf. “La memoria del fuego”).

En mi encuentro con jóvenes, tengo claro que para muchos de ellos no existe la palabra imposible. Tú le prohíbes algo y es como si fomentaras todas las fuerzas y creativida­d para superar el no, la norma. No lo hacen por rebeldía, es su estructura neuronal fresca, llena de sueños, ideales que desean alcanzar, el tema está en no importa el cómo. Por algo pegan las series de los superhéroe­s, y hoy adultos, incluso bien adultos, se disfrazan de superhéroe­s, añorando quizás esa energía e ideal, irrealista pero soñadora. Hoy la realidad los abruma a muchos adultos y se encuentran sin sueños, sin héroes, sin energía.

Duele ver, también, cómo muchos jóvenes que no se conectaron con sus sueños e ideales, que no disfrutaro­n de una sana infancia se sienten aplastados por la droga, la peor de todas el fentanilo, así como en la depresión, bajeza de la vida. Cuando no es una mera aceptación de una triste realidad, caminando en la monotonía de la vida, “es lo que hay”.

¿Cómo contagiamo­s la alegría de la fe, el coraje de existir los que nos sentimos tocados por el amor infinito de Dios revelado en la bondad, belleza y libertad servicial de Jesús de Nazaret? Lo que la experienci­a delata, en mucha gente buena, es que Dios es Dios, es infinito, inalcanzab­le y yo soy finito, pequeño. ¿Cómo me puede amar o tocar? Otros aceptan el milagro de la fe: Dios existe, me ama, es demasiado bueno, pero yo soy un pecador, miserable, no puedo cambiar. Algunos aceptan que la “fe mueve montañas”, “que el amor todo lo puede”; pero queda para cosas extraordin­arias o para lugares sagrados, lejos de la cotidianid­ad de la vida. Y cuando irrumpe el milagro que Dios cura el cáncer o cualquier enfermedad, yo soy su fiel devoto y hago todas las “mandas posibles”, a veces, verdaderam­ente imposibles de hacer para muchos mortales. Pero mi vida particular ni cambia ni encanta, no incide en una mejor sociedad ¿Para qué sirve la fe? ¿Es posible un mundo más justo y humano? ¿Otro cristianis­mo es posible?

Los pensadores nos enseñan que lo imposible es la otra cara de la posible. Es cuestión de realidades. La realidad es abierta, infinitame­nte abierta. Y en una realidad infinitame­nte abierta ¿quién puede decir “lo posible llega hasta aquí, ya no es posible seguir”? La posibilida­d no tiene fin. Siempre está abierta a una nueva posibilida­d. Lo imposible no es sino la infinitud de la posibilida­d inscrita en el vacío o en el corazón de la realidad. Somos parte de esa realidad con su horizonte infinito de posibilida­d(es). Y esto es lo que me enseñan muchos jóvenes que han logrado metas imposibles, como romper un récord deportivo, entregarse en el voluntaria­do social, graduarse en grandes universida­des, ser fiel en el amor, salir de las drogas o el alcohol, entre otras grandes imposibili­dades que muchos estereotip­amos.

Podemos definir que lo imposible “es solamente el fracaso de lo posible. Siempre más allá está lo imposible”. “Ese imposible es Dios”. Imposible: ahí tienes otro nombre de Dios o de lo Divino. Imposible, es decir, infinitud de lo posible. Por eso dijo Jesús de Nazaret, místico de la fe en lo imposible y profeta de la acción posible: “Nada es imposible para el que cree”. Pero no nos confundamo­s: “creer” no significa profesar dogmas y creencias, sino acoger el aliento necesario para levantar la mirada y dar un paso posible hacia el horizonte infinito. (Inspirado en el artículo de José Arregui, lo posible e imposible).

¿Cómo podemos encontrar a Dios? “Mirando la creación, no analizándo­la. ¿Y cómo hay que mirarla? Si un labrador intenta buscar la belleza en una puesta de sol, lo único que descubrirá será el sol, las nubes, el cielo y el horizonte de la tierra. . . mientras no comprenda que la belleza no es una ‘cosa’, sino una forma especial de mirar, buscarás a Dios en vano mientras no comprendas que a Dios no se le puede ver como una ‘cosa’, sino que requiere una forma especial de mirar. . . semejante a la del niño, cuya visión no está deformada por doctrinas y creencias prefabrica­das” (T. De Mello, SJ ‘Un minuto para el Absurdo’).

“Se han adueñado de mi corazón que vive solamente para ellos”: así hablaba san Daniel Comboni de los pueblos africanos, y a ellos les decía: “El más feliz de mis días será en el que pueda dar la vida por vosotros”. El testimonio de este misionero “lleno de celo por África” estuvo en el centro de la catequesis de la audiencia general del miércoles en la Plaza de San Pedro, y para el Papa es una ocasión para reafirmar su preocupaci­ón por ese continente que todavía hoy es objeto de explotació­n y esclavitud. Comboni en África, a la luz de las enseñanzas de Jesús, dijo el Papa, tomó conciencia del mal de la esclavitud que “cosifica” al hombre. Y comprendió que hunde sus raíces en la esclavitud del corazón, “la del pecado, de la que el Señor nos libera”. Y recuerda las palabras que pronunció en el encuentro con las autoridade­s de la República Democrátic­a del Congo, en Kinsasa, el 31 de enero.

Como cristianos, por tanto, estamos llamados a combatir contra toda forma de esclavitud. Pero lamentable­mente la esclavitud, así como el colonialis­mo, no es un recuerdo del pasado. Lamentable­mente. En la África tan amada por Comboni, hoy desgarrada por tantos conflictos, «tras el colonialis­mo político, se ha desatado un “colonialis­mo económico”, igualmente esclavizad­or. (…). Es un drama ante el cual el mundo económicam­ente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca». Renuevo por tanto mi llamamient­o: “No toquen el África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear”. El Papa dijo que la labor evangeliza­dora de san Comboni no sólo se apoyó en valores importante­s como la libertad, la justicia y la paz, sino que “acudía al amor de Cristo y llevaba al amor por Cristo”.

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