Delincuentes, lo merecen
La violenta muerte de casi 80 personas privadas de la libertad en los mega centros carcelarios del país provocó una diversidad de reacciones. La mayoría de los mensajes eran de horror, de estupor. La forma cruel de las muertes, el festejo de los asesinos, el paroxismo de la maldad, los cuerpos decapitados, desmembrados, mutilados vivos. Pero muchas personas mostraron alivio y, en cierta forma, justificaron lo sucedido.
El debate social posterior presentó dos extremos. Están los que consideran a todo detenido, acusado o condenado por un delito como un ser despreciable que debe ser apartado de la sociedad, eliminado, condenado a sufrir por lo que hizo –o por lo que se dice que hizo-; debe ser tratado como un enemigo al que se debe destruir, acabar, real o simbólicamente y para el cual las peores condiciones de detención serían justas. Quienes así piensan se acercan, y mucho, a la lógica de los más violentos, para los cuales el dolor del otro poco importa si se obtiene el resultado esperado.
Del otro lado está la ingenuidad de atribuir todo a la pobreza, a la exclusión, al hacinamiento y a la superpoblación carcelaria. Es verdad, el hacinamiento y superpoblación incrementan la violencia, así como muchos delitos y delincuentes provienen de la exclusión, la pobreza y la necesidad; el sistema penal es selectivo: el delito y la delincuencia crecen en sociedades con grandes brechas sociales donde construir un proyecto de vida es difícil. Sin embargo, quienes piensan así olvidan que en el pasado, con superpoblación, no se produjeron hechos de esta violencia y magnitud y que no todos los pobres cometen delitos para sobrevivir; muchos delitos no encajan en la lógica del delincuente “bueno” que busca en pan para él y sus hijos. Existen delitos que representan pura maldad y otros que son producto de estructuras delincuenciales organizadas, un negocio prospero, se use o no la violencia.
Los dos extremos, sin quererlo, se encuentran en un punto: al fin del día promueven, unos de forma intencional y otros de forma indirecta, reacciones violentas y pocos respetuosas de los derechos.
Los que consideran a los delincuentes como enemigos buscan respuestas duras, estiman que derechos y garantías promueven la impunidad, que las sanciones son una retribución al daño causado y da igual si el castigo es institucional. Los del relato ingenuo logran que se rechace el garantismo y los derechos, porque muchos empiezan a verlos como promotores de impunidad y una puerta abierta al miedo y la desprotección, lo que produce respuestas más brutales y salvajes. Los derechos y las garantías no están en debate, pero sí debe abrirse una discusión sobre la forma de conciliar éstos con la demanda social de seguridad; un equilibro entre las medidas a tomar para prevenir, investigar y sancionar los delitos desde los derechos, sin ingenuidad o cinismo, porque ninguna de las miradas extremas contribuirá a buscar un futuro con menor violencia e incertidumbre.