agua y vegetación, bajo cuidado
60 familias de la parroquia cuencana de Octavio Cordero Palacios conservan un bosque comunal, que cuenta con 172 hectáreas. Esta tarea es una suerte de legado que tiene más de un siglo.
San Luis de Parcoloma tiene un paisaje que impresiona en Azuay. No solo por la riqueza de la flora y fauna, sino también por el empeño de sus habitantes en conservar un bosque comunal de 172 hectáreas.
Esta comunidad de la parroquia Octavio Cordero está ubicada a 30 minutos al norte de Cuenca, en el límite con el cantón cañarense de Déleg. Al bosque se llega por la vía Ricaurte-sidcay y se ingresa por la Y de El Cisne.
En un entorno de casas dispersas viven 60 familias que tienen la titularidad de estas tierras desde 1962. Fueron otorgadas por el Ministerio de Agricultura. El cuidado del bosque de la parte alta es un legado de un siglo.
Ángel Lema, presidente de la comuna, cuenta que sus difuntos abuelos estuvieron entre los primeros pobladores de la zona. “Mi padre falleció hace siete años, de 100 años de edad, y sus padres lo trajeron cuando tenía cuatro años”, dice.
Los padres de Lema le contaron que este territorio era más grande y con densa de vegetación. De allí obtenían alimentos y leña para el fuego de los fogones que utilizaban para preparar la comida.
Había una estrecha relación entre el humano y el bosque porque era su sustento. Pero con el aumento progresivo de la población, antes de 1960 parcelaron una importante franja de la parte baja del bosque.
Las familias dedicaron esas propiedades a la agricultura y a la siembra de pasto para el ganado. Los dirigentes se percataron que no podían seguir explotando el bosque sin preocuparse de su conservación.
Reconocieron que esta área cumple funciones ambientales y de balance hídrico. En su interior hay escorrentías de agua, vertientes, lagunas y cascadas que, en la parte baja, alimentan a cuatro sistemas de agua potable y sirve para riego de San Luis y Santa Marianita.
“Esa es la importancia extraordinaria del bosque”, dijo Hugo Criollo, vocal de la Junta Parroquial de Octavio Cordero. La descomposición de las hojas en el suelo hace que el agua –por las precipitacionescorra con lentitud, se filtre y constituya una reserva.
Ahora, con días soleados, el cielo está despejado y deja ver la vegetación. Las copas frondosas de los árboles son una buena protección contra el recalentamiento durante el día e impiden que el bosque se enfríe muy rápido en la noche.
Los comuneros realizan mingas periódicas en el cerro para detectar cualquier intervención. Pese a los pedidos de nuevas parcelaciones de unos pocos comuneros, los dirigentes no aceptan tal cuestión.
“Esta riqueza termina cuando el hombre cambia el uso del suelo”, dijo Lema.
Otros socios, como Julio Paredes y Delia Espinoza, le apoyan. Ellos han recorrido casi toda el área y conocen mitos sobre las lagunas como la Cubilán, escondida en medio del bosque. Los habitantes de este sector aseguran que nadie puede ingresar.
“Cuando alguien se acerca, cae un aguacero torrencial, la neblina cubre el entorno y la persona pierde su ubicación”, contó Lema. Sus antepasados decían que sobre sus aguas siempre nada un pato y creían que se trata de una huaca o tesoro escondido.
Otros sitios de interés para los visitantes son Cebadillas, Letreros, Pailaguayco y Yanacocha, que están ubicados en la parte más alta. Allí existen helechos, güicundos, musgos, escorrentías de agua. También hay terrenos escarpados, escasos senderos y laderas.