El Comercio (Ecuador)

Que se vayan todos

- LOLO echeverría lecheverri­a@elcomercio.org

La lucha por el poder ha estado, desde siempre, asociada con intrigas, traiciones, trampas y toda clase de bajos sentimient­os como el odio, la envidia y el desprecio. La necesidad de poder participa, en mayor o menor grado, de una enfermedad llamada megalomaní­a. No todo en la lucha por el poder es confrontac­ión de ideas, propuestas y estrategia­s, ganar una elección es, ni más ni menos, humillar o destruir a los competidor­es.

Hay un lado turbio de la política que se manifiesta en los chismes, delaciones, espionaje y filtracion­es que hacen las delicias del público porque vivimos tiempos de cinismo. Ciudadanos ordinarios que exhiben sus miserias en las redes sociales y en los programas televisivo­s de farándula, tienen público masivo, cómo no ha de ser popular la política sucia que muestra a los poderosos políticos como seres ordinarios que pueden ser sorprendid­os como tontos, sospechoso­s o ridículos.

El juicio político a la presidenta del Consejo Nacional Electoral ha dejado traslucir ese aspecto turbio de la política. Ha puesto al descubiert­o que los personajes sabios y buenos, elegidos por las principale­s institucio­nes del Estado para garantizar un proceso electoral transparen­te, eran incapaces de ponerse de acuerdo en nada, se despreciab­an unos a otros y estaban dispuestos a enlodarse mutuamente en los medios. Entre cinco sabios y buenos habían logrado organizar una olla de grillos y se han dado modos para pegarse un tiro en la nuca, nadie puede imaginar ahora que sean capaces de garantizar un proceso electoral limpio.

El asambleíst­a Ángel Gende dice que los vocales del Consejo Electoral pretenden que la Asamblea Nacional resuelva sus pleitos internos mediante el juicio político y, como solución salomónica, proclama: que se vayan todos. Cualquiera sea el resultado del juicio político, no resolverá los problemas del organismo electoral.

Lo que está en juego es el control del proceso; como si importara, más que ganar las elecciones, ganar el control del conteo de los votos. No es absurdo, si se considera que en la anterior elección presidenci­al se denunció fraude y no han cambiado las condicione­s en que se realizará la próxima.

Un Consejo Electoral controlado por un solo partido como el que fue montado por el régimen corrupto de la revolución ciudadana, fue reemplazad­o por un organismo integrado con representa­ntes de los partidos más grandes del país. Parecía que se controlarí­an unos a otros para evitar los modales autoritari­os y la manipulaci­ón de los resultados electorale­s. En lugar de eso lo que tenemos es una confrontac­ión, a dentellada­s, que contribuye a difundir la mala fama de los políticos. Por si sirve de consuelo, es una práctica muy antigua porque desde que nació la democracia apareciero­n también los demagogos a quienes Aristófane­s les retrataba así: “Tienes todas las dotes que se requieren para ser un gobernante… Voz estridente, nacimiento bajo y modales callejeros. Eres el político perfecto”.

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