A Navalni le espera dura vida en prisión
MOSCÚ — Mientras cumplía condena en una colonia penal rusa, Aleksandr Y. Margolin vio a prisioneros golpear salvajemente a otro reo y, a partir de ese momento, el hombre golpeado limpiaba obedientemente el baño todos los días, una tarea humillante que indicaba que había caído en una casta inferior en la jerarquía carcelaria, conocida como los “degradados”.
“Las condiciones no son muy acogedoras”, dijo Margolin acerca de los campos de prisioneros de Rusia.
Los reclusos son albergados en barracas independientes, decenas de hombres en cada una, sin nada que separe a los abusadores de las víctimas.
Éste es el mundo que probablemente enfrentará el líder de oposición ruso Alexéi A. Navalni, después de que un tribunal de Moscú dictaminó que había violado su libertad condicional y lo condenó a pasar más de dos años en una colonia correccional. Está apelando la sentencia, pero incluso sus aliados tienen pocas esperanzas de que sea revocada.
“Las puertas de acero se cierran detrás de mí con un ruido ensordecedor”, escribió Navalni en un comunicado después de la sentencia.
En agosto, Navalni fue envenenado en lo que él, gobiernos occidentales y grupos internacionales han descrito como un intento de asesinato por parte del Estado ruso. Fue trasladado en avión a Alemania, donde permaneció durante meses de tratamiento y recuperación; las autoridades rusas acusaron que, como resultado, él no se reportó con ellos con regularidad, como se requiere bajo una libertad condicional anterior.
El mes pasado regresó a Rusia, eligiendo la prisión sobre el exilio, y fue arrestado. Su caso ha desatado protestas masivas que el Gobierno considera ilegales y que han sido recibidas con medidas represivas.
Si Navalni es enviado a las colonias penales, lo que le espera es un sistema penitenciario que, de acuerdo con versiones de grupos de derechos humanos, ha mejorado desde el periodo soviético, pero eso no es mucho decir. Las cárceles rusas aún están plagadas de brutalidad, señalan exreclusos y activistas.
“Las condiciones son arduas”, dijo Valery V. Borshov, exmiembro del Parlamento. “Estás en una habitación enorme, con otros 40 u 80 hombres. Puede volverse insoportable”.
De bajo costo y gran volumen, el modelo de colonia penal, con barracas rodeadas con cercas de alambre de púas, conforma la mayoría de las cárceles en Rusia: 684 de un total de 692 penitenciarías. Evolucionó de los mortales campos de trabajos forzados del gulag, siglas de Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional, que alcanzó su punto máximo con Stalin. Hoy, los reclusos por lo regular trabajan en industrias ligeras, como cosiendo uniformes militares, en lugar de la minería o la industria maderera, como en los días soviéticos.
Las barracas son cerradas con llave por la noche sin un guardia, y los reos deben valerse por sí solos, una práctica que sostiene la severa jerarquía carcelaria de Rusia mediante palizas nocturnas.
Un grupo privilegiado son líderes de bandas criminales, conocidos como “ladrones legítimos” o “autoridades”. Una segunda clase elevada son los presos conocidos como “activistas”, que cooperan con los oficiales correccionales.
Los hombres que caen en desgracia o son condenados por violación sexual corren el riesgo de caer en la clase más baja, conocida como los “degradados”. Realizan tareas serviles y muchos sufren abusos sexuales.
El resto cae en una categoría amplia llamada simplemente los “hombres”, que se someten a los líderes de las pandillas, se abstienen de cooperar con los guardias y evitan el abuso sufrido por los que están en el fondo del orden jerárquico. Un sistema de rituales mantiene intacta la jerarquía. Los hombres, por ejemplo, nunca comparten cubiertos con los degradados.
Oleg G. Sentsov, un cineasta ucraniano, purgó cinco años en cárceles rusas y una colonia penal siberiana antes de ser liberado en un intercambio de reos con Ucrania. Dijo que a Navalni le iría bien porque “es valiente”.
Sin embargo, es probable que Navalni enfrente el acoso legal de la administración carcelaria por violaciones menores que pueden justificar rechazar la libertad condicional o confinar a un recluso en una celda de castigo, dijo Tanya Lokshina, directora asociada de Human Rights Watch.
“Al observarlos a través del tiempo, vemos en los casos con motivaciones políticas que las autoridades penitenciarias inventan violaciones para que el historial penitenciario de una persona quede manchado”, dijo.