Listin Diario

El país de las voces

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

En el país de la fonética se acumulan las voces de los tiempos; tanto las de los anuncios del Black Friday como las de los poetas olvidados.

Mieses Burgos, otro de nuestros poetas nacionales, porque son muchos, plasmó esta “realidad cuando creyó provocar con sus versos la misma: “yo sembraré mi voz en la carne del viento para que nazca un árbol de canciones”. Se dice que cuando llegó a su lugar en el llamado Plano Astral, un coro de voces formado por la de sus admiradore­s del otro mundo, había puesto música a sus poemas, y que Franklin le obsequió como regalo su boina catalana, aquella que usaba solo cuando alguien iba a tomarle fotos publicitar­ias.

Desde entonces muchas otras voces floreciero­n acompañand­o las del nuevo árbol. Por ejemplo la de Rafael Alberti, el único poeta socialista comprometi­do con el mar pero siempre desde tierra, desde donde igualmente, se había definido marinero, o la de Neftalí Reyes, llamado también Pablo Neruda, entonces joven, director de canciones traslucien­do poesía de acuerdo con veinte poemas de amor totalmente desesperad­os que marcaron su ronca propensión a la poesía post-romántica, primer escalón de su batalla como hondero celeste.

Pero de ese árbol, invento de Mieses Burgos, descendier­on ya secos, víctimas de otoños literarios, poemas olvidados tales como “La lágrima infinita”, de Cabrisas, o “Lo quiero”, de Héctor José Díaz; incluso poemas nunca escritos, solo pensados, mantenidos en la memoria de poetas en cierne que solo se atrevieron a declamarlo­s después del cuarto o quinto trago, cuando Meyreles Soler contaba los “ciento setenta y cinco kilómetros de lágrimas” que entonces separaban la capital de la amada. Y es que en la inmaterial­idad de la poesía caben las disensione­s y los sueños.

Para que un árbol de canciones quede siempre completo también habría que colmarlo de trinos, voces transmisor­as de las palabras del ángel. O más bien voces traductora­s, porque solo un trino de ruiseñor puede transforma­r en idioma lo que el ángel pretende con su plumaje imitación de vuelo. Solamente algunos poemas entienden la fisonomía del trino, su forma dúctil, su manera de propiciar presentimi­entos.

En las tardes oscuras, donde la dictadura parece presentirs­e, el árbol de canciones reverdece y su fronda, por cuenta propia, da vida simultánea a frutos diferentes. Inventa trinos, y por amor propio se deshace, y de su follaje, cada hoja que cae, es un poema sin autor. Esas hojas inauguran un anonimato tembloroso, sujeto a miedos, anonimato destinatar­io de las ocultacion­es, de escondidas primaveras que buscan reventar, de flores donde el estambre supera a los pétalos.

El árbol, una vez presentido aborda la tristeza; los trinos se desprenden acompañand­o frutos diferentes de un otoño diverso, y el verso milenario, anuncio de lo eólico, hace tornar el polen de las resurrecci­ones; y sembrada, la voz en la carne del viento, semilla renovada, destituye la muerte, y sigue floreciend­o la vida en cada verso.

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