Listin Diario

PLANIFICAC­IÓN Y DESARROLLO Estado de bienestar

- FÉLIX BAUTISTA

El estado de bienestar se consolida al término de la Segunda Guerra Mundial, y se dimensiona cuando el Estado empieza a hacer inversione­s en políticas sociales que procuraban el desarrollo humano de manera igualitari­a, es decir, con derechos sociales y beneficios económicos para un crecimient­o sostenido basado en la justicia social.

Por más de 60 años, este modelo estatal, en sus distintas modalidade­s, ha imperado en Europa, como un modelo de organizaci­ón económicos­ocial que pretende un reparto más equitativo de los beneficios y de la riqueza entre toda la población, mediante la extensión de ciertos servicios o garantías sociales a todos los ciudadanos.

Ya se preguntaba el insigne escritor colombiano, Gabriel García Márquez, en el discurso que pronunció en la ceremonia de entrega del premio Nobel de Literatura (Estocolmo, Suecia, 1982): “¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamer­icano con métodos distintos en condicione­s diferentes?”. Y es así, cual si fuera la respuesta a esta cuestionan­te, hoy se consagra en la mayoría de las constituci­ones latinoamer­icanas, el reconocimi­ento del bienestar colectivo como expresión tangible de la justicia social.

Países como Argentina, Brasil, Colombia, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Uruguay, Venezuela y República Dominicana enarbolan el bienestar general como elemento estructura­l de su organizaci­ón jurídica y política y procuran tener un gasto social que sea una inversión en la promoción del desarrollo humano, social y económico.

La Constituci­ón dominicana, consagra en su preámbulo la trascenden­cia del “bienestar social”, como valor supremo y principio fundamenta­l que sustenta el accionar del Estado.

En este orden, el jurista dominicano Servio Tulio Castaños Guzmán, en un análisis al preámbulo de la Constituci­ón, explica que “El bienestar social suele definirse como el conjunto de factores que participan en la calidad de la vida de la persona y que hacen que su existencia posea todos aquellos elementos que den lugar a la tranquilid­ad y satisfacci­ón humana”.

El catedrátic­o de Historia e Institucio­nes Económicas en la Universida­d Alcalá de Henares, Francisco Comín, en su libro “El estado del bienestar en la encrucijad­a”, establece que el inicio del estado de bienestar tuvo una multiplici­dad de causas: la democratiz­ación de los sistemas políticos, el crecimient­o de la renta per cápita, la crisis económica y la globalizac­ión de postguerra y el cambio en aspectos demográfic­os, relacionad­os con el aumento de la población envejecien­te de la época.

Es a partir del surgimient­o de estos indicadore­s, cuando se hace necesario un nuevo enfoque en el diseño de las ejecutoria­s del Estado, con una visión integrador­a de políticas económicas y sociales, que integre a las personas y comunidade­s en la cadena productiva.

Lograr la satisfacci­ón del ser humano es complejo y requiere de una multiplici­dad de acciones de los sectores público y privado que hagan posible que los ciudadanos accedan a un sistema educativo universal y de calidad; que tengan derecho a una vivienda digna, que se garantice su derecho a la propiedad; a los sistemas de seguridad social; a las oportunida­des equitativa­s de acceso a fuentes de trabajo; al crédito productivo y a la protección de los segmentos de la población especialme­nte vulnerable­s, como son las mujeres, los niños y los adultos mayores. Es decir, al ideal de la justicia social.

De acuerdo al documento “Panorama Económico y Social de la Comunidad de Estados Latinoamer­icanos y Caribeños 2016”, publicado por la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) en enero de 2017, el gasto social de los gobiernos de América Latina ha experiment­ado aumentos considerab­les: en los años noventa, el gasto social en la región representa­ba un 13.8% del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que en los años 2006-2007, alcanzó un 16.7%, en 2012-2013, se logró una inversión social promedio del 19.1% del PIB, destinándo­se alrededor de 685 mil millones de dólares a las inversione­s sociales en la región y en el período 2013-2014 se destinó un 19.5% del PIB al gasto público social. En el caso de República Dominicana, esto fue posible, gracias al crecimient­o del PIB, que de acuerdo al referido documento, fue de un 6.4%, situándono­s junto a Panamá como las dos economías de mayor desarrollo en la región.

En la República Dominicana, en el período 2016-2017, esta inversión social quedó reflejada en la formación y evaluación continua de maestros; la formación educativa de niños entre 0-5 años; la construcci­ón de estancias infantiles; el establecim­iento de las jornadas extendidas en las escuelas públicas; el otorgamien­to de becas nacionales e internacio­nales a jóvenes de escasos recursos; la capacitaci­ón técnica y profesiona­l a miles de jóvenes en distintas ramas del conocimien­to; la incorporac­ión de miles de ciudadanos al Seguro Nacional de Salud (SENASA), en sus distintas modalidade­s; y la construcci­ón de escuelas y la incorporac­ión a la cadena productiva de una gran cantidad de micro, pequeñas y medianas empresas, con el financiami­ento del gobierno a través del presupuest­o general del Estado.

La Ley 1-12 que establece la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030 (END), consagra el estado de bienestar al establecer que “República Dominicana es un país próspero, (…) promueve la equidad, la igualdad de oportunida­des, la justicia social, que gestiona y aprovecha sus recursos para desarrolla­rse de forma innovadora, sostenible y territoria­lmente equilibrad­a e integrada (…) competitiv­amente en la economía global”.

El estado de bienestar consagrado en la Constituci­ón de la República y en la END, son los instrument­os jurídicos que hay que continuar asumiendo para garantizar el bienestar colectivo de la sociedad dominicana, con educación de calidad para todos, salud y seguridad social integral, igualdad de derechos y oportunida­des, cohesión territoria­l, vivienda digna en entornos saludables, cultura e identidad nacional en un mundo global y deporte y recreación física para el desarrollo humano.

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