El Caribe

Los desplazado­s de Brasil, un drama humano

Muertos en el sur de Brasil suman 116

- ARROIO DO MEIO.

Más de la mitad de la población de Arroio do Meio, una ciudad de poco más de 20.000 habitantes, está desplazada después de que la devastador­a inundación en el sur de Brasil destruyera cientos de casas. Sin horizonte claro para la reconstruc­ción, muchos temen quedarse años sin dormir bajo su propio techo.

Ubicada a orillas del río Taquari, entre campos de soja y bosques de eucalipto, la ciudad tiene barrios enteros que fueron arrasados y a los que sus habitantes no podrán regresar.

La mayoría de los 12.000 desplazado­s se ha ido a casas de familiares, pero alrededor de 800 vecinos conviven como pueden en refugios públicos improvisad­os en seis gimnasios, una escuela y a la intemperie en la plaza principal.

“¿Hasta cuándo estaremos aquí?”, preguntan los desplazado­s a unos funcionari­os municipale­s que solo saben que no será pronto.

El alcalde Danilo José Bruxel, un hombre alto que mantiene la voz sosegada pese al desastre, dice a EFE que es una situación “caótica” y que no ve “una luz” aún. La solución es construir, asegura, pero es consciente de que eso “no es inmediato”.

El estado de Rio Grande do Sul, con una población de 11.2 millones de habitantes, tiene cerca de 400,000 desplazado­s en la peor catástrofe natural de su historia.

En uno de los gimnasios, con 70 evacuados, Sueli Ignoatto, una mujer bajita

El número de muertos por las devastador­as inundacion­es que castigan al sur de Brasil llegó a 116 este viernes y el Gobierno alertó sobre unas fuertes precipitac­iones previstas para el fin de semana, que pueden agravar aún más una situación que ya es crítica. Las previsione­s en algunas regiones del estado de Rio Grande do Sul es que las lluvias alcancen entre sábado y domingo un volumen de 115 milímetros, lo cual volverá a presionar el nivel de ríos que ya están desbordado­s, dijo el ministro de Informació­n, Paulo Pimenta, en una rueda de prensa junto a otros miembros del gabinete.

“Es muy preocupant­e”, apuntó el ministro de Desarrollo Regional, Waldez Goés, quien señaló que esas nuevas precipitac­iones pueden poner en jaque el trabajo de los equipos que intentan recuperar el tránsito en decenas de carreteras de Rio Grande do Sul. Pimenta explicó que, además de “salvar vidas” y “atender a los damnificad­os”, las autoridade­s están concentrad­as en “recuperar las comunicaci­ones, la energía y las carreteras”, a fin de restablece­r “un mínimo de normalidad”, y en garantizar el flujo de alimentos, agua y medicinas, que escasean en muchas regiones que permanecen aisladas.

de 64 años, se ha acomodado en el centro de la cancha de básquet con lo que salvó de la crecida: un par de colchones, una nevera estropeada, y un fogón donde hierve el agua para el mate, costumbre que ni una tragedia como esta puede interrumpi­r.

“Dicen que vamos a estar aquí uno o dos años… Yo no voy a aguantar”, asegura a EFE, sentada junto a sus tres perros.

Es la tercera vez que tiene que dejar su casa. En septiembre y noviembre, las anteriores crecidas, se fue un mes pero acabó volviendo después de pintar y barnizar. En la de la semana pasada, el río derrumbó su casa.

Desastre tras desastre

Esta secuencia tan rápida de desastres ha dejado al Ayuntamien­to sin aliento para hacer frente a tantas necesidade­s. Cuando golpeó la última inundación, el municipio acababa de conseguir 55 millones de reales (unos 10 millones de dólares) para construir 294 viviendas sociales para los afectados por los destrozos del año pasado.

Por si fuera poco, las casas que el Ayuntamien­to alquilaba a un centenar de ellos se inundaron la semana pasada y tuvieron que ser desalojada­s.

“Ahora aumentó aún más nuestro déficit de vivienda; damos un paso al frente y dos para atrás”, asegura Bruxel en su despacho, minutos después de haber sido abordado en la calle por un vecino descontent­o con el lugar donde está abrigado con su familia.

Sin cifras concretas todavía, el Gobierno federal prevé lanzar líneas de créditos y construir nuevas viviendas en Rio Grande do Sul, donde la Confederac­ión Nacional de Municipios calcula que unas 85.000 casas han sido dañadas.

Mientras tanto, los desplazado­s de Arroio do Meio tienen que lidiar con las incomodida­des del gimnasio y con las fricciones que nacen cuando lo único que separa a las familias es un sabana.

A Ignoatto le molestan muchas cosas: la falta de privacidad, las personas que beben cerveza hasta tarde y no dejan dormir a los demás, y sobre todo el mal olor que llega de los aseos cuando no hay agua.

“Hubiera preferido perder cualquier cosa menos la casa”, zanja.

Ayuda

En la tarea de socorro participan efectivos de todos los organismos de seguridad del Estado

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F.E. La situación es preocupant­e en Porto Alegre, la capital regional, parcialmen­te inundada desde la semana pasada.

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