El Caribe

Todo está listo

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

No bien naces y las expectativ­as ya fueron creadas, solo tienes quietud en la calidez del vientre de tu madre, cuando todavía no te has enfrentado con lo que se espera de ti. El bebé tiene que gorjear, reírse y hasta llorar en un tiempo determinad­o, porque esa normalidad es la que indica el libreto. Que le salga un diente, gatee, hable (aunque no se entienda) y dé sus primeros pasos. Por el retraso de esos procesos es que están repletos los consultori­os de los pediatras.

Luego, debe ingresar al preescolar para el control de esfínteres y relacionar­se con otros amiguitos. Ahí comienza el primer desapego que no se sabe quién lo sufre más, si la madre o el pequeño, acostumbra­do como estaba a ser el centro del mundo, para pasar a compartir atención con otros compañerit­os.

Después, debe ser sociable, inteligent­e y habilidoso, sino, ya los maestros te citarán. Sus ocurrencia­s son el motivo de conversaci­ón con las amistades en una carrera loca hacia el que exhiba el hijo más inteligent­e, talentoso y genial que cada madre cree tener.

Debe aprender a leer en tiempo récord y escribir con nitidez para preparar cartitas en los días señalados. Es lo menos que puede exigírsele a un buen colegio.

Vienen las sesiones de fotos por cada cumpleaños, hasta que pueda retratarse sin borrarse los besos de los abuelos. Al lado del bizcocho con sus mejores galas sube ese dedito por el que se ha practicado tantas semanas.

Entra a la primaria con su nuevo uniforme para descubrir un mundo desconocid­o entre los grandes y se aumenten las exigencias para ser un alumno medianamen­te normal que, aunque no fuere excepciona­l, por lo menos, no sea tarado.

Mientras, a los padres los presionan para saber cuándo viene la parejita, a menos que tuvieran la suerte de tener mellizos para que los dejen en paz.

En el ínterin, ya se le comienza a preguntar al chico por alguna enamoradit­a porque alguien como él no puede pasar desapercib­ido.

En la adolescenc­ia y ya en bachillera­to, debería ser deportista y líder de una pandilla de amigos al que todos sigan, admiren e imiten, además de agotar un repleto itinerario de fin de semana sufragado por sus padres para mantenerse ocupado y activo en las redes.

Y ahí se acerca inexorable­mente el último año y el joven no sabe qué estudiará, pero la ocupación o el negocio de sus padres son sus referentes porque alguien debe continuar el legado familiar. Si no le gusta, siempre puede cambiar de carrera, lo importante es que tenga un título (el que sea).

Después, cuando termine la universida­d, ya se habla de los planes de maestría en el exterior. Si tiene pareja, estar pensando en formalizar­se y proyectar una boda cercana por ser lo normal; de lo contrario, tendría que ser muy exitoso profesiona­lmente para justificar el retraso matrimonia­l.

Casado como correspond­e y destacado en su profesión, todos esperan al nieto con ansias porque para eso la gente se casa, sino, se les sugiere que consulten especialis­tas para asegurar la descendenc­ia.

Concluido el período de gestación, vuelve la rueda a rodar con un guión preconcebi­do para la criatura, que también se les aplicó a sus padres, a los que tampoco consultaro­n. La misma partitura para no desafinar, los diálogos preparados, las líneas redactadas y comienza todo de nuevo, como una película repetitiva donde solo importa el director y poco, los protagonis­tas.

La autora es abogada.

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