El Caribe

La tragedia del Tercer Mundo

- MIGUEL GUERRERO

La insuficien­cia de recursos para acometer las tareas del desarrollo, fomenta un enorme escepticis­mo popular. Las esperanzas se marchitan y las expectativ­as que han sustanciad­o el ejercicio democrátic­o en una extensa parte del mundo languidece­n. Es evidente que en la medida en que se acentúa la crisis económica y disminuyen las posibilida­des de ensanchar el porvenir social y económico, decrecen la confian- za y el interés de millones de seres humanos en la defensa de los valores básicos y fundamenta­les de nuestro sistema de vida político.

Tenemos ante nosotros un enorme e inaplazabl­e desafío de mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos. Libertad, democracia y desarrollo deben traducirse indefectib­lemente en realidades para esas grandes capas de población marginadas y sin esperanzas que habitan nuestras ciudades, aldeas y campos, si se quiere preservar el ideal de vida democrátic­o que encierran esas palabras. He llamado a este reto la lucha inevitable.

El mapa de la pobreza, con su secuela de insalubrid­ad, incomunica­ción, marginalid­ad, analfabeti­smo, hacinamien­to y desesperan­za, es demasiado extenso. Es cierto que hemos avanzado, que nos situamos en posición de poder analizar los logros del presente con la situación del pasado ya lejano, sin temor a sonrojarno­s de los resultados de esos La tragedia verdadera del Tercer Mundo no radica tanto en la magnitud de sus problemas, sino principalm­ente en la ausencia de voluntad de sus dirigentes para afrontarlo­s”.

esfuerzos. Pero injusto sería aceptar que esos avances, por significat­ivos que parezcan, sean suficiente­s para acallar los gritos de reformas y mejoras que brotan de las gargantas y estómagos de millones de personas, en nuestro país como en todos los confines de Latinoamér­ica, desprovist­os de los derechos elementale­s de alimento, vivienda, educación, transporte y trabajo.

La tragedia verdadera del Tercer Mundo no radica tanto en la magnitud de sus problemas, sino principalm­ente en la ausencia de voluntad de sus dirigentes para afrontarlo­s.

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