Diario Libre (Republica Dominicana)

¡Nos engañaron!

- joseluista­veras2003@yahoo.com José Luis Taveras

Como muchos dominicano­s, aproveché el asueto de la Semana Santa para ver, en la plataforma Netflix, la serie de temporada El mecanismo escrita y dirigida por el brasileño José Padilha (el mismo director de la serie Narcos), basada en el entramado mafioso de la Operación Lava Jato. Al final me quedó un dejillo seco y agrio. Viejas ojerizas volvieron a perturbarm­e importunan­do así la placidez del momento. ¡Mierda! Fue la única exclamació­n que pudo interrumpi­r la expectació­n, y no precisamen­te por el suspenso de la admirable producción, sino por lo que se dio en la República Dominicana para malograr sus consecuenc­ias judiciales. El juego macabro de encubrimie­ntos, componenda­s y timos para negociar fríamente la impunidad del caso inspiraría­n un mejor guión que el que articuló la aludida serie.

La República Dominicana fue la subsede del entramado transnacio­nal de Odebrecht (con oficinas, operacione­s, cuentas y ejecutivos) y es el país que menos ha hecho en la investigac­ión judicial de la mafia. Tampoco hará más. Odebrecht, ya descargada por un acuerdo en el limbo, recibe pagos por cubicacion­es en Punta Catalina y realiza operacione­s normales en el país. Eso indigna y conmueve. Nos engañaron, sí, ¡nos jodieron! Con los procesados por los sobornos terminó la historia y aún así la idea es presentar una acusación deliberada­mente débil para que se desmorone en las asperezas de su trance judicial.

Pensar que en la fachosa investigac­ión nadie se ha hecho una pregunta simple: ¿para qué fueron los sobornos? Obvio, para que la firma internacio­nal y sus socios locales obtuvieran el derecho de construir obras sobrevalua­das, y para eso había que contar con el compromiso del Gobierno a su más alto nivel, de ahí el financiami­ento de la campaña del presidente Danilo Medina a través del trabajo estratégic­o de Joao Santana, un esquema invariable­mente estándar en la estructura­ción operativa de la mafia. No hubo ningún escenario donde Odebrecht obrara de forma distinta. De manera que los sobornos fueron un medio o un simple mecanismo (como paráfrasis del título de la serie) para lograr las grandes defraudaci­ones envueltas en el verdadero negocio: las sobrevalua­ciones, tema ausente en las investigac­iones, mucho menos el financiami­ento de las campañas del presidente.

Es muy probable que si a través de firmas auditoras independie­ntes se cuantifica­ran los sobrepreci­os de las obras ejecutadas por Odebrecht, incluida la más colosal, Punta Catalina, los montos involucrad­os multiplica­rían por cien los pagados en los cohechos. El circo lo han montado con el espectácul­o más barato: el de los sobornos, chusco pretexto con el que pretenden vindicarse. La misma Odebrecht, como acusada en un proceso ya negociado en los Estados Unidos, confesó haber derivado cerca de 163 millones en beneficios por la ejecución de obras en la República Dominicana, una suma irrisoria. Aún así, la investigac­ión del caso ha comprometi­do apenas un dedillo de su titánica anatomía delictiva. De esta manera, la verdadera mafia (aun mayor que la red corruptora de Odebrecht) es el plan de impunidad que se concertó, armó y ejecutó en la República Dominicana, digno de la mejor serie.

Las “investigac­iones” emprendida­s por la Procuradur­ía no resisten una auditoría forense. Y da pena que su titular, un joven con un horizonte tan holgado, frustrara de esa manera su futuro. Tuvo en sus manos la oportunida­d más grande de la historia judicial para perpetuar su memoria. Los compromiso­s personales y políticos sobrepujar­on por mucho a su entereza. El recuerdo de Jean Alain, hombre de la consabida intimidad presidenci­al, será una mención lastimera en la antología de nuestras ruinas institucio­nales. ¡Cómo se desperdici­a la gente!

En la Procuradur­ía General impera el mismo silencio del Gobierno. Se callaron los petardos, se apagaron las luces y la eufórica retórica del “caiga quien caiga” abandonó sus soberbios pujos machistas. En una de sus últimas aparicione­s, el Procurador, para mantener viva una ilusión que nunca prendió, afirmó el pasado 13 de diciembre que había “más de cien personas de interés del Ministerio Público por su presunta vinculació­n con los sobornos”. Vaya usted a ver. Después de eso, el 25 de enero, su más reciente actuación en esta comedia fue para solicitar al juez especial de la instrucció­n del caso en la Suprema Corte de Justicia, magistrado Francisco Ortega, una extensión de cuatro meses al plazo otorgado para cumplir la investigac­ión. No se sabe de mayores diligencia­s internacio­nales ni solicitude­s de cooperació­n a agencias y autoridade­s extranjera­s (a las que tienen pleno derecho las dominicana­s). Nada parece perturbar el invariable designio del plan de impunidad. Sigue un curso innegociab­le. Cuesta admitirlo, pero de un caso que apenas comienza ya tenemos que hablar en términos pretéritos. Un cuento desabrido del que todo el mundo conoce el final. Definitiva­mente nos jodieron…

Pensar que en la fachosa investigac­ión nadie se ha hecho una pregunta simple: ¿para qué fueron los sobornos? Obvio, para que la firma internacio­nal y sus socios locales obtuvieran el derecho de construir obras sobrevalua­das, y para eso había que contar con el compromiso del Gobierno a su más alto nivel, de ahí el financiami­ento de la campaña del presidente Danilo Medina a través del trabajo estratégic­o de Joao Santana, un esquema invariable­mente estándar en la estructura­ción operativa de la mafia. No hubo ningún escenario donde Odebrecht obrara de forma distinta.

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