La Teja

JOVEN LA VIO FEA EN PERÚ Café paraba la fiesta

- Yenci Aguilar Arroyo yenci.aguilar@lateja.cr Yenci Aguilar Arroyo yenci.aguilar@lateja.cr

A Catalina González el café la acompaña todos los días a cualquier lugar al que vaya.

“Cuando estaba más joven y me iba de fiesta, llegaba a mi casa en la madrugada y lo primero que hacía era comerme un buen gallopinto con una taza de café, que me sabían a gloria”, recordó.

Esta joven, de 31 años y vecina de Belén, en Heredia, comentó que desde los cinco años se acostumbró a tomar café y su gusto aumentó con el paso de los años.

“Cuando era niña me lo tomaba muy ralo, tenía mucha leche y poca azúcar. Ya en la escuela y en el colegio, para mí era necesario tomarme el café bien fuerte. Me puedo tomar más de tres tazas al día sin ningún problema”, agregó.

Esta cafetera hace el yodo chorreado, gracias a un chorreador que le hizo su abuelito, Eladio, hace dos años y las bolsas se las hace su abuela, Antonia, cada tres meses.

“El café del desayuno es el más importante para mí. Es una fuente de energía para empezar bien y ese olor que me da tranquilid­ad. A media mañana me tomo una tacita, luego del almuerzo recargo pilas con otra taza y cuando llego donde mi abuela, a eso de las cinco de la tarde, están algunos familiares degustando el café que ella hace”, añadió.

Catalina vive con su pareja y con su hija Valeria, de un añito y ocho meses.

“A la par de la casa de mi abuelita hay un negocio familiar y entonces desde las cuatro de la tarde el percolador está lleno para que cualquier conocido disfrute de un cafecito. Allí compartimo­s anécdotas, risas y comentamos cómo estuvo el día”, comentó.

La joven recordó que hace un tiempo viajó a Perú y fue una tortura porque durante casi un mes le faltó el cafecito del almuerzo.

“Aquí se consigue café a cualquier hora y en cualquier lugar, pero allá no, prácticame­nte tomaba café cuando estaba en la casa de mi amiga y ese mes fue terrible para mí, porque todos los días tenía dolores de cabeza

“Afortunada­mente, en el trabajo siempre hay café, entonces no sufro por eso. Por dicha me lo puedo tomar solito o acompañado. Por ejemplo, a media mañana y después de almuerzo me tomo las tazas solitas, en la tarde lo disfruto con alguna repostería”, afirmó.

González celebró que el café fuera declarado símbolo nacional y no imagina su vida sin café.

“Culturamen­te ya lo tenemos arraigado, tal vez no estaba declarado en un papel, pero uno llega a cualquier lugar y hay gente de todas las edades tomando café. Para mí es sorprenden­te cuando conozco gente que dice que no toma café porque yo no puedo imaginar mi vida sin él”

Don Édgar Bonilla despierta hasta que se tome su yodazo a las 6 de la mañana.

La costumbre la heredó de su papá, que se levantaba a las 5 de la mañana a chorrear.

“El café a mí me ayuda a cargar baterías. Atiendo todos los días el vivero El Río y cuando empiezo a perder fuerzas pongo el coffee maker, alisto unas cuantas tazas de yodito y listo, vuelvo a la vida”, expresó este vecino de Paraíso de Cartago.

Bonilla, de 73 años, perfectame­nte se puede tomar más de cuatro tazas al día. Su taza es tan grande, que sus hijos la comparan con una vasenilla.

“Tomo dos tazas en la mañana y dos en la tarde. A veces me tomo más, pero lo hago a escondidas porque mi esposa Clemencia me enjacha”, afirmó.

“A veces va uno a pasear preocupado, pero al encontrar café me siento aliviado. Yo digo que para mí sería muy difícil pasar la vida sin café, en mi casa no puede faltar y desde hace algunos años, un muchacho me trae café Tarrazú, de la zona de Los Santos”, agregó.

Para este paraíseño, si algo le produce felicidad es compartir una taza de café con los clientes del vivero, familiares y amigos.

“Creí que desde hace tiempo el café era parte de nuestros símbolos porque cuando viene un extranjero lo primero que hacemos es darles a probar nuestro café que es de los mejores del mundo”.

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