La Nacion (Costa Rica)

Con cada acto impune se nos muere mucho el país

- Carolina Gölcher Umaña PSICÓLOGA Y PSICOANALI­STA cgolcher@gmail.com

«Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia», reza una popular canción argentina. Con miras al proceso electoral, me permito la licencia de parafrasea­r lo anterior y anotar que si la historia nos la cuentan los impunes, bien haríamos en cuestionar­la, porque esos cuentos siempre traen una trampa, la que no falla en esta época, la de llorar y pedir perdón públicamen­te por sus faltas, las de su familia, las de su país, las de su investidur­a y hasta las del planeta. Parece que cuando se trata de salirse con la suya, no hay muerto malo, novio feo, ni lágrimas de cocodrilo.

Para el psicoanáli­sis, un sujeto ético no es aquel que se disculpa, sino el que testimonia sobre lo íntimo de su ser que se encuentra comprometi­do con sus actos y, además, decide qué hacer con ellos, lo cual no sucede sin una pérdida, sea en bienes, en imagen, en afectos.

Tratándose de un personaje público, lo que transmite es la impunidad sobre la satisfacci­ón lograda. En otras palabras, para que una consecuenc­ia sea nombrada como tal y para que opere un cambio real, debe haber una pérdida, de lo contrario, es mero espectácul­o.

Lo que usted hace, sabe lo que es, era la afirmación con la que Jacques Lacan aseveraba que la petición de perdón no garantiza la confrontac­ión del sujeto con su responsabi­lidad, es decir, cuando la responsabi­lidad queda del otro lado, el otro es el responsabl­e de perdonarlo y no el propio sujeto el encargado de acotar sus excesos: las lágrimas no son siempre la materializ­ación de una rectificac­ión subjetiva.

En décadas recientes, es común ser testigos de la súplica de perdón por parte de líderes religiosos, políticos, empresario­s y hasta influencer­s. Es difícil conocer quién impuso la moda, pero cuando los más astutos le agregan «la profunda vergüenza que sienten por sus actos», se activan el mecanismo de absolución y olvido colectivo.

Sabemos que una sociedad en la que hay impunidad es aquella donde la autoridad y las funciones reguladora­s están debilitada­s. Podría pensarse que el aparente desinterés de algunos sectores por la campaña electoral puede ser facilitado por la impunidad de los políticos, una anestesia frente a los problemas del país, así como un alejamient­o y aislamient­o de los otros, constituyé­ndose ambos procesos en claras amenazas para el sistema democrátic­o.

La democracia corre peligro, se han extraviado algunas coordenada­s y las preguntas por aquello que tiene sentido se vuelven urgentes: ¿cuáles son las suplencias de la ley que los ciudadanos han construido contra la falla de los representa­ntes de la autoridad? ¿Son la angustia y la ira esas suplencias fallidas? ¿Será la impunidad legislada una porción de maldad que nos obliga a aceptar o una forma de violencia institucio­nalizada y sistematiz­ada?

No es difícil notar que una sociedad que condescien­de la impunidad causa sufrimient­o a sus ciudadanos y conduce peligrosam­ente hacia una sociedad que cae ante los justiciero­s y los populistas, los unos que deciden tomar la ley en sus manos y los otros que utilizan la violencia social como caballo de batalla, con nefastos efectos en el estado anímico de los individuos y en el tejido social.

Quien pretenda legislar sobre la impunidad deberá hacerlo a la luz de la relación de esta con la verdad y el olvido. Para Michel Serres, «cuando un tribunal o alguna otra instancia da la razón o condena a tal o cual parte que comparece o ha sido citada ante ellos, dos cosas fundamenta­les cambian: el tiempo y la verdad».

La defensa de la memoria sobre el olvido va dirigida al derecho a la verdad que todos tenemos; la memoria es al mismo tiempo retorno y reparación, mientras que el olvido es injusticia y transgresi­ón.

Con cada acto impune se nos muere un poco más el país: un poco no, bastante. Ahora recuerdo, aquella canción dice también que cuando olvidamos lo que pasa puede suceder la misma cosa: nos matan la memoria, nos quitan las ideas, nos queman las palabras.

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