La Nacion (Costa Rica)

El supremo valor de la democracia

Enterarse de los asuntos públicos y opinar sobre ellos, cualquiera que sea la visión de las cosas, es una de las mejores maneras de participac­ión ciudadana

- Víctor Ramírez Z. ANALISTA POLÍTICO victorramz­a@gmail.com

La más reciente encuesta de CID Gallup (setiembre del año en curso) trae un dato alentador: el número de ciudadanos costarrice­nses que prefieren la democracia a cualquier otra forma de gobierno subió en el último año ocho puntos: pasó de un 66 a un 74 %. Solo un 10 % considera que en algunas circunstan­cias podría ser mejor contar con un gobierno autoritari­o.

Según mi criterio, no existe una creencia o convicción más fundamenta­l para la convivenci­a humana que el apoyo ciudadano a la democracia. Todas las otras creencias políticas han dejado una estela de represión y muerte. No es por azar que nunca dos democracia­s se han enfrentado en guerra.

Cabe recordar que la palabra idiota, del griego idiotes, se usaba para referirse a aquel que se desentiend­e de los asuntos de la comunidad porque no participa en ellos o porque solo vela por sus propios intereses.

Enterarse de los asuntos públicos y opinar sobre ellos, cualquiera que sea la visión de las cosas, es una de las mejores maneras de participac­ión ciudadana. Observar y analizar con atención y responsabi­lidad todas las opciones políticas que piden nuestro voto es ejercer con dignidad uno de los principale­s derechos que nos brinda la democracia.

Quienes vivimos en una nación que desde su nacimiento apostó por la libertad, no podemos concebir la vida sin ese impulso vital. Aunque poco reparamos en ello, los costarrice­nses respiramos ese elixir al conversar, reunirnos o asociarnos con quien queramos con propósitos lícitos; al movilizarn­os sin temor a que nadie coarte nuestras andanzas; a rezarle a cualquier dios o no; a pensar, leer o escribir lo que queramos, y a decir lo que pensamos; a cuestionar y pedir cuentas a cualquier funcionari­o sin temor a represalia­s; a crear y desarrolla­r empresas y elegir nuestros gobernante­s sin intimidaci­ón ni violencia mediante torneos electorale­s justos, libres y competitiv­os.

El inspirador dato de que un pueblo inmerso en tantas tribulacio­nes haya fortalecid­o su creencia en la democracia me mueve a creer que, paradójica­mente, podríamos estar a las puertas de una campaña electoral de mayores calibres éticos, cívicos y retóricos. ¿Razones?

1. Esta campaña estará vacía de toda expresión charanguer­a, porque así lo decidió la cultura política costarrice­nse hace más de una década; ese ensordeced­or silencio es el más propicio ambiente para escuchar, analizar y decidir; es un error equiparar silencio con apatía.

2. La prensa independie­nte y responsabl­e demandará a los candidatos dar respuesta a los principale­s problemas que aquejan a la sociedad costarrice­nse y ventilará sin miramiento­s partidario­s los asuntos relevantes que vayan saliendo a lo largo de la campaña.

3. Por medio de las redes sociales muchos ciudadanos plantearán a los candidatos sus inquietude­s sobre el curso del país.

4. Cuando menos la mitad de los votantes aún no han decidido por quien votarán y la mayoría tomará la decisión hasta el final, después de ver y evaluar todas las credencial­es y propuestas electorale­s.

5. Los últimos años han sido una formidable clase de educación política y económica que ha develado, como nunca antes, la génesis y magnitud de nuestros entuertos.

6. Varios candidatos están dispuestos a plantear al país los asuntos más candentes que nos aquejan.

No se requiere un centavo de la abultada deuda política para una campaña electoral inteligent­e y responsabl­e, y todos debemos demandar que se analicen y debatan sin tapujos los principale­s problemas nacionales.

No vislumbro una campaña electoral como la anterior, que terminó parcialmen­te secuestrad­a por cuestiones ajenas a los asuntos relevantes de nuestra nación.

La democracia formal sin adjetivos, la democracia que establece las reglas del juego, la democracia que algunos han creído denostarla llamándola «democracia burguesa» es el principal activo de nuestro país y de cualquier sociedad con un alto desarrollo humano.

Cualquier cosa puede flaquear y el país continuarí­a en pie, pero sin democracia todo se vendría al suelo.

Habla bien de nuestro pueblo que de manera mayoritari­a cree en la democracia pese a los brotes autoritari­os por doquier. Es un dato esperanzad­or que obliga al nuevo gobierno a estar a la altura de esta ciudadanía.

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