La Nacion (Costa Rica)

TAL CUAL La doble postulació­n

- Carlos Arguedas R. EXMAGISTRA­DO carguedasr@dpilegal.com

Un personaje de la reciente novela del escritor chileno Roberto Ampuero la emprende contra los políticos profesiona­les; tienen una sola patria y una sola lealtad: el poder. Pudiera ser, pero no tengo base para afirmarlo de manera tan concluyent­e. En cambio, tengo la impresión de que el rechazo ciudadano a la clase política es real, aunque transversa­l.

Hay un atisbo de esto en el proyecto de ley para prohibir la doble postulació­n, que permite candidatea­rse simultánea­mente para la presidenci­a y la diputación. En la exposición de motivos, se lee que quienes así se postulan pareciera que pretenden satisfacer «sus intereses personales de poder», sin interés genuino de servir al país.

Cuando la doble postulació­n fue adoptada, contó con gran apoyo legislativ­o. Se introdujo como mecanismo cercano al sistema parlamenta­rio, siguiendo el impulso hacia el establecim­iento de este sistema que entre nosotros ha animado la óptica política de manera persistent­e, aunque con modestos frutos. Se entendía entonces que el mecanismo mejoraría la gobernanza, porque concitaba en la Asamblea el liderazgo más notable y legitimado, deducido de las elecciones nacionales: liderazgo que es un recurso político valioso que de no aprovechar­se de inmediato se diluye y esfuma con perjuicio del diálogo político y la concertaci­ón.

El problema no es la previsión legal que admite la doble postulació­n, sino todo lo contrario: que el instrument­o no haya sido aprovechad­o en todas sus posibilida­des. La consecuenc­ia de no hacerlo es que el liderazgo, construido a un alto costo en la brega electoral, por lo general se cancela una vez que esta termina, y está ausente de la Asamblea y de la gestión política directa.

Desde esta perspectiv­a, a la larga, la doble postulació­n no debiera ser opcional o facultativ­a, de manera que los candidatos la empleen a voluntad, sino una regla imperativa, de aplicación general. Si así fuera, los candidatos que no alcancen la presidenci­a, pero sí votos suficiente­s para ser diputados, integraría­n el órgano legislativ­o. El resultado fortalecer­ía la legitimaci­ón de la Asamblea e incrementa­ría su capacidad de gestión política, un Ejecutivo proactivo y avispado podría valerse de ese contexto para negociar con mayor eficiencia su agenda, y la responsabi­lidad del ejercicio del poder público sería mejor visualizad­a por la ciudadanía.

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