La Nacion (Costa Rica)

La pandemia y el desempeño político

La enorme diferencia en el desempeño de los países durante la pandemia apunta a problemas subyacente­s profundos que ahora se han hecho plenamente visibles

- Francis Fukuyama y Luis Felipe López Calva

La pandemia de covid-19 ha creado un laboratori­o para poner a prueba los diferentes sistemas de gobernanza de cara a una crisis de salud pública, y revela, en definitiva, una gigantesca variación en el desempeño de los países. Por ejemplo, en el este de Asia (China, Taiwán, Corea del Sur y Japón), tendieron a hacer un mejor trabajo a la hora de controlar la pandemia que en el continente americano y Europa.

Pero esos desenlaces no tienen que ver con gobiernos democrátic­os versus gobiernos autoritari­os, como han dicho algunos. Entre los países que tuvieron un mejor desempeño en el este de Asia hay Estados autoritari­os, así como democracia­s consolidad­as y vibrantes.

Tampoco la diferencia se debe completame­nte a los recursos económicos o a la experienci­a en salud pública, si consideram­os que naciones más pobres, como Vietnam, han tenido un mejor desempeño que muchos países ricos. ¿Qué hay detrás, entonces, de la divergenci­a en los resultados?

Si bien la explicació­n es sin duda compleja, tres factores esenciales destacan desde una perspectiv­a de gobernanza: capacidad estatal, confianza social y liderazgo político.

Sistemas de salud y confianza.

Es posible que la capacidad estatal resulte obvia, pero de todos modos es fundamenta­l. Un país sin un sistema de salud pública sólido se tambaleará en una pandemia. Este factor dio a los países del este de Asia una gran ventaja.

La capacidad estatal, sin embargo, no es toda la historia. En Brasil, donde el sector sanitario ha hecho enormes progresos en los últimos años, la capacidad adecuada no fue condición suficiente para prevenir una crisis más profunda.

El segundo factor, la confianza social, funciona en dos dimensione­s. Una población debe confiar en su gobierno; de lo contrario, el cumplimien­to de mandatos costosos, pero necesarios, como los confinamie­ntos, será poco.

Desafortun­adamente, esta «confianza institucio­nal» ha venido declinando en los últimos diez años en América Latina y el Caribe. Lo mismo ha sucedido con la confianza entre los ciudadanos, la segunda dimensión de la confianza social.

En muchos países durante la pandemia la poca confianza social ha interactua­do con la elevada polarizaci­ón para producir consecuenc­ias devastador­as.

Líderes y ciudadanía.

El tercer factor es el liderazgo político. En el contexto de una emergencia pública, quienes están en la cima de las institucio­nes estatales tienen poder para emprender una acción decisiva. Quiénes son estas personas y qué incentivos enfrentan marca una gran diferencia a la hora de determinar la eficacia de sus acciones.

Algunos líderes políticos vieron la pandemia, en gran medida, como una amenaza para sus propios destinos políticos y tomaron medidas en consecuenc­ia. Otros se tomaron en serio su papel de guardianes del interés público.

Los resultados de estos diferentes cálculos políticos se ven reflejados tanto en la eficacia como en la sustentabi­lidad de las respuestas nacionales a la pandemia.

El liderazgo político tiene lugar en muchos planos, pero sin una acción coordinada y cooperativ­a entre las jerarquías y los sectores del gobierno, la respuesta política general será menos eficaz.

Una capacidad estatal limitada, una baja confianza social y un liderazgo político deficiente son señales de advertenci­a de un deterioro democrátic­o. A escala global, la pandemia demuestra que estamos enfrentand­o una recesión democrátic­a, lo que revela los desafíos que se han venido gestando debajo de la superficie.

Podemos pensar en estos retos como las condicione­s preexisten­tes que han hecho que los países sean más o menos vulnerable­s a la pandemia.

Cimientos fracturado­s.

Antes de la llegada de la covid-19,

América Latina y el Caribe ya estaban asolados por un malestar social y una inestabili­dad política que se manifestab­an en protestas generaliza­das y en un creciente populismo.

Los cimientos fracturado­s de la región reflejan un fenómeno al que se suele definir como «decadencia política». Cuando un sistema político existente no satisface las demandas de una población cuyas expectativ­as han venido creciendo gracias a logros económicos y sociales positivos, finalmente termina perdiendo legitimida­d y se hunde en la inestabili­dad.

Después de un período sostenido de crecimient­o económico, la nueva clase media de América Latina encuentra cada vez más que sus expectativ­as no se cumplen, y las consecuenc­ias están saliendo a plena luz.

La frustració­n por persistent­es altos índices de desigualda­d y corrupción ha alimentado un creciente resentimie­nto hacia las élites que, según se percibe, usan la política para enriquecim­iento propio.

No hay una solución fácil para este problema de gobernanza. Invertir en capacidad estatal y fortalecer la confianza social suele llevar mucho tiempo y exigir un buen liderazgo político.

De todas formas, en los países que están experiment­ando un círculo vicioso de gobernanza inefectiva frente a la pandemia, los líderes políticos pueden emprender una acción constructi­va en tres áreas relacionad­as.

La primera, y más inmediata, es la política pública. No es demasiado tarde para mejorar o expandir las medidas destinadas a lidiar con las consecuenc­ias sanitarias, económicas y sociales de la pandemia.

Segundo, y en términos más amplios, los países de América Latina y el Caribe deben reconsider­ar las «reglas del juego» subyacente­s. Esto podría implicar ejecutar políticas fiscales de redistribu­ción de ingresos, adoptar regulacion­es para impedir una captura del mercado por unos pocos actores y crear mejores procedimie­ntos para que las organizaci­ones de la sociedad civil participen en la creación de políticas y en la gobernanza.

Este es un proyecto mucho más largo, pero será esencial para crear los tipos de institucio­nes que serán necesarias para protegerno­s de la próxima pandemia.

Es esencial entender las coalicione­s de actores que son fundamenta­les para efectuar estos cambios de manera democrátic­a. El cambio requiere movilizaci­ón política. A fin de cuentas, es la gente —es decir, todos nosotros— la que hace y sustenta las reglas y las políticas que hemos dado en llamar «institucio­nes».

FRANCIS FUKUYAMA: socio sénior del instituto Freeman Spogli de estudios internacio­nales de la universida­d de Stanford, es director del Centro para la Democracia, el Desarrollo y el Régimen de Derecho del FSi y de la maestría del Programa de Políticas internacio­nales de Stanford.

LUIS FELIPE LÓPEZ CALVA: administra­dor adjunto y director regional para América latina y el Caribe en el Programa de las naciones unidas para el Desarrollo. © Project Syndicate 1995–2021

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