La Nacion (Costa Rica)

Derechos de la defensora

- Armando González R. DIRECTOR De la nación agonzalez@nacion.com

Catalina Crespo, defensora de los habitantes, acusa a sus subalterno­s de vulnerar sus derechos humanos al pedirle abandonar el cargo. Una vez más demuestra un cuestionab­le concepto de esos derechos. La defensora había adelantado la extraña tesis de su inmunidad frente a la crítica porque, según su criterio, debilita los órganos de control y defensa de los derechos humanos.

Puede doña Catalina emitir criterios precipitad­os, sin participac­ión de los profesiona­les en derecho de la institució­n. Puede cuestionar al presidente de la República sobre la base de un interrogat­orio preparado por su asesor de prensa, sin consultar a los abogados, y luego extraviar parte de la grabación. Puede abstenerse de informar del extravío hasta que la presentaci­ón de un recurso de amparo obliga a admitirlo y puede, más tarde, excusar la omisión con el peregrino argumento del cierre de la comisión legislativ­a a causa de la pandemia.

Puede borrar del informe el nombre de Rodolfo Piza y poner a la institució­n en ridículo ante el Congreso, pero si en alguna de esas minucias encontramo­s razón para la crítica, nos correspond­e callar para no debilitar a los órganos de control y defensa de los derechos humanos. La doctrina, y también la jurisprude­ncia, más bien postulan la obligación de los funcionari­os a tolerar la crítica, pero la Defensoría no reconoce el precepto, al menos cuando se le aplica a ella misma. Habrá que esperar su opinión sobre la posibilida­d de que una crítica al ministro de Seguridad afecte la lucha contra el narcotráfi­co o un cuestionam­iento al ministro de Hacienda repercuta sobre la economía.

La defensora no específica cuál es el derecho vulnerado en su caso. Hace alusión al derecho a la defensa, pero ese es duende de otro cuento. Si hubiera sido sancionada tras un procedimie­nto administra­tivo o judicial, tendría razón, pero la manifestac­ión de sus subalterno­s no es una sentencia ni un acto administra­tivo vinculante. Es una petición de un grupo de funcionari­os avergonzad­os por el descrédito de la institució­n donde trabajan.

Como manifestac­ión ciudadana o, si se quiere, como acto meramente político, no requiere de los estudios técnicos o jurídicos exigidos por la defensora. Doce directores de departamen­to acordaron instarla, “respetuosa­mente”, a “considerar” su renuncia al cargo. Otros 54 funcionari­os hicieron lo mismo poco después. Doña Catalina debería escucharlo­s, me atrevo a opinar sin procedimie­nto previo.

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