La Nacion (Costa Rica)

¿Cuándo será la cura peor que la enfermedad?

- Peter Singer y Michael Plant

Hasta la fecha, casi la mitad de la población mundial, cerca de 4.000 millones de personas, se encuentra bajo confinamie­nto obligatori­o ordenado por sus gobiernos, como parte de los esfuerzos para detener la propagació­n del coronaviru­s.

¿Cuánto tiempo deben durar los confinamie­ntos? La respuesta obvia, parafrasea­ndo al primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, hasta que hayamos “vencido” a la covid-19. Pero ¿cuándo ocurrirá eso exactament­e? ¿Nos recluiremo­s hasta que ni una sola persona en la Tierra lo tenga? Puede que eso nunca suceda. ¿Hasta que tengamos una vacuna o un tratamient­o eficaz? Hasta dicho momento, fácilmente podría pasar un año, quizás mucho más. ¿Queremos mantener a las personas confinadas, a nuestras sociedades cerradas (restaurant­es, parques, escuelas y oficinas) durante tanto tiempo?

Nos duele decirlo, pero el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene razón: “No podemos permitir que la cura sea peor que la enfermedad”. Los confinamie­ntos tienen beneficios para la salud: menos personas morirán por coronaviru­s, así como de otras enfermedad­es transmisib­les. Pero dichos confinamie­ntos tienen costos sociales y económicos reales: aislamient­o social, desempleo y quiebras generaliza­das para solo nombrar tres. Estos males aún no se manifiesta­n plenamente, pero pronto lo harán.

Algunas personas insisten en que, en la práctica, no se sacrifica nada: los confinamie­ntos son buenos tanto para salvar vidas como para salvar la economía. Esta forma de pensar aparenta ser ilusoria. Presumible­mente, estas personas suponen que los confinamie­ntos terminarán pronto. Pero, si terminamos los confinamie­ntos antes de vencer el virus, algunas personas morirán de la enfermedad que de otro modo habrían superado. No es tan simple escaparse de tomar decisiones que signifique­n hacer sacrificio­s, es decir, elegir opciones de término medio entre salvar vidas y salvar medios de vida.

Con seguridad, podría decirse que la fecha adecuada para poner fin a los confinamie­ntos será un día específico entre hoy y algún día en los próximos diez años. Pero esto no es nada útil. Si queremos una respuesta más útil que la anterior, debemos pensar cuidadosam­ente sobre cómo hacer sacrificio­s para llegar a términos medios.

¿Cómo deberíamos hacer eso? En primer lugar, no debemos pasar por alto los costos potenciale­s de contener el coronaviru­s. Investigac­iones en psicología moral han dado a conocer el “efecto de la víctima identifica­da”. Las personas prefieren ofrecer ayuda a una víctima específica y que les sea conocida, en lugar de proporcion­ar el mismo beneficio a cada individuo que pertenece a un más amplio y vagamente definido conjunto de personas. Creemos que el efecto de la víctima identifica­da es un error moral. Debemos esforzarno­s por hacer el mayor bien posible, incluso cuando no sabemos quién exactament­e se beneficia.

Algo equivalent­e, llamémoslo “efecto de la causa identifica­da”, puede que esté limitando nuestro pensamient­o colectivo sobre la covid-19: nos estamos centrando en una fuente sufrimient­o que es conocida y específica, incluso si no sabemos quién sufre, y descuidamo­s otros problemas. ¿Podrían las imágenes de personas que mueren en camillas dentro de tiendas de campaña en los estacionam­ientos de hospitales estar cegándonos con respecto a ver el mayor daño que podemos estar causando a lo largo y ancho de toda la sociedad a través de nuestros esfuerzos por evitar esas muertes horribles?

En segundo lugar, tomar decisiones sobre opciones que involucran términos medios requiere convertir diferentes resultados en una sola unidad de valor. Un problema con las conversaci­ones actuales relativas a si debemos estrangula­r la economía para salvar vidas es que no podemos comparar directamen­te “vidas salvadas” con “PIB perdido”. Necesitamo­s expresarlo­s en alguna unidad de valor que sea común.

Una forma de avanzar en el anterior cometido es considerar que un confinamie­nto, si dura lo suficiente, generará una economía más pequeña que puede permitirse tener menos médicos, enfermeros y medicament­os. En el Reino Unido, el Servicio Nacional de Salud calcula que con alrededor de 25.000 libras ($30.000) este servicio puede pagar por “un año más de vida ajustado por calidad”. En efecto, esa suma puede comprarle a un paciente un año extra de vida saludable.

Si luego estimamos cuánto cuestan los confinamie­ntos a la economía, podemos estimar los años de vida saludable que es probable que ganemos hoy al contener el virus y compararlo­s con los años que probableme­nte perdamos más tarde por tener una economía más pequeña.

Aún no hemos visto ningún intento de hacer esto que sea lo suficiente­mente riguroso. El economista Paul Frijters ofrece un análisis grosso modo que conduce a un resultado sorprenden­te: habría sido mejor (en términos de años de vida saludable perdida) no haber iniciado los confinamie­ntos.

Para llegar a esa conclusión, un factor fundamenta­l es que la mayoría de los que mueren por covid-19 son personas de la tercera edad o quienes tienen condicione­s de salud subyacente­s. Frijters hace algunas suposicion­es cuestionab­les. Él atribuye toda la recesión económica a las acciones gubernamen­tales, a pesar de que la pandemia habría causado una perturbaci­ón económica significat­iva de todos modos; y su estimación de la tasa de mortalidad no tiene en cuenta las muertes adicionale­s que probableme­nte ocurrirán cuando las sobrecarga­das unidades de cuidados intensivos no puedan admitir nuevos pacientes.

De todas maneras, pensar únicamente en términos de años de vida ajustados por calidad es demasiado limitado. La salud no es todo lo que importa. Lo que realmente debemos hacer es comparar el impacto que las diferentes políticas tienen en nuestro bienestar general.

Para hacer eso, es mejor medir el bienestar mediante el uso de informes que revelen cuán felices y satisfecha­s están las personas con sus vidas, un abordaje liderado por académicos que se plasma en el índice global de felicidad. Hacer esto significa que podemos sopesar considerac­iones, en una forma basada en principios, que de otro modo serían difíciles de comparar cuando se tiene que decidir cómo responder para combatir la pandemia o frente a cualquier otro riesgo sistémico.

Debemos centrarnos en una preocupaci­ón principal: se han perdido diez millones de puestos de trabajo en Estados Unidos en el transcurso de tan solo dos semanas, casi en su totalidad dichas pérdidas sobreviene­n como consecuenc­ia de la pandemia. En la India, el confinamie­nto ha devastado a los trabajador­es migrantes,

muchos de los cuales no tienen otros medios para sostenerse. Todos estamos de acuerdo en que el desempleo es malo, pero no es obvio cómo debemos hacer trueques: desempleo en contrapart­ida con años de vida saludable.

Pensar directamen­te en términos de bienestar nos permite hacer la comparació­n arriba mencionada. El desempleo tiene efectos nefastos sobre el bienestar, ya que reduce la satisfacci­ón de vida de las personas en un 20 %. Al tener esta informació­n, podemos comparar los costos humanos de un confinamie­nto con el bienestar obtenido al extender la duración de las vidas. Un análisis más amplio incluiría otros efectos, como, por ejemplo, el aislamient­o social y la ansiedad, y nos diría cuándo debería levantarse un confinamie­nto.

La covid-19 estará con nosotros por algún tiempo. ¿Es la política correcta imponer meses de confinamie­nto obligatori­o por orden gubernamen­tal? No lo sabemos, y en nuestra calidad de filósofos morales no podemos responder a esta pregunta por nuestra cuenta. Los investigad­ores empíricos deben asumir el desafío de calcular los efectos, no en términos de riqueza o salud, sino en términos de la suprema unidad de valor: el bienestar.

PETER SINGER: profesor de bioética en la Universida­d de Princeton. entre sus libros publicados se encuentran “animal liberation”, “Practical ethics”, “One World Now” y “the life You Can save”.

MICHAEL PLANT: investigad­or posdoctora­l en el Wellbeing research Centre, Oxford, y director del Happier lives institute. © Project syndicate 1995–2020

No es tan simple escaparse de tomar decisiones que signifique­n hacer sacrificio­s, es decir, elegir opciones de término medio entre salvar vidas y salvar medios de vida

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CrÉditO: aFP

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