La Nacion (Costa Rica)

Las mujeres en la cima de las democracia­s del mundo

- Nina L. Khrushchev­a NINA KHRUSHCHEV­A: profesora de Asuntos Internacio­nales en The New School. Su libro más reciente (con Jeffrey Tayler) es “In Putin’s Footsteps Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones”. © Project Syndicate

MOSCÚ– La reciente declaració­n del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre que cuatro congresist­as demócratas de color —Ayanna Pressley, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib— deberían “regresar” a sus países fue un recordator­io más de su descarado racismo y sexismo. (Tres de ellas nacieron en Estados Unidos y la cuarta se convirtió en ciudadana de Estados Unidos cuando aún era menor de edad). Sin embargo, dicha declaració­n también resalta los perfiles en ascenso de las mujeres en el ámbito de la política, una tendencia que continuará, sin importar si aterroriza a hombres inseguros como Trump.

Hace un siglo en Europa, las sufragista­s más destacadas, como Inessa Armand, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin, no tenían más remedio que buscar hombres poderosos para validar sus aspiracion­es. Uno de ellos fue el líder soviético Vladimir Lenin, quien abogó por la eliminació­n de “las viejas leyes que colocaban a la mujer en desigualda­d en relación con el hombre”. Armand, supuestame­nte, se involucró románticam­ente con Lenin, y Zetkin lo entrevistó sobre “el asunto relativo a las mujeres” en 1920, tras su discurso de 1919 sobre las “tareas del movimiento de mujeres trabajador­as en la República Soviética”.

Si bien este abordaje fue comprensib­le, también fue comprobada­mente ineficaz. Lenin insistió en que solo el socialismo, con su promesa de igualdad para todos, podría liberar a las mujeres. “Dondequier­a que se conserva el poder del capital”, declaró en ese discurso, “los hombres conservan sus privilegio­s”.

Pero, si bien más del 80 % de las mujeres en la Unión Soviética de entre 15 y 54 años tenían empleos (según cifras de 1983), pocas habían cursado una carrera. Durante la era estalinist­a, a las mujeres explícitam­ente se les dijo que regresaran al “frente familiar”. Mi propia abuela se vio obligada a abandonar su puesto de educadora después de que mi abuelo, Nikita Khrushchev, fue nombrado jefe del Partido Comunista de Ucrania en 1937. Se suponía que ella serviría de ejemplo para otras esposas de funcionari­os políticos que trabajaban fuera del hogar.

Hoy, no solo hay muy pocas mujeres en el gobierno del presidente ruso Vladimir Putin; sus roles son en gran parte ceremonial­es. En un país donde el abuso doméstico mata, en promedio, a una mujer cada 40 minutos, una enmienda que despenaliz­a

algunas formas de violencia doméstica fue fácilmente aprobada por la Duma (parlamento ruso) en el 2017, y luego fue promulgada por Putin.

Por el contrario, si bien muchas democracia­s europeas quedaron rezagadas en comparació­n con los avances soviéticos con respecto al sufragio femenino —Bélgica, Francia e Italia, por ejemplo, no concediero­n a las mujeres el derecho al voto pleno hasta la década de los cuarenta— dichas democracia­s llegaron a ser mucho más propicias para el ascenso profesiona­l de la mujer.

Hace cuarenta años, la primera ministra británica Margaret Thatcher, a pesar de que a menudo fue inflexible y dogmática, ayudó a romper el proverbial techo de cristal. Y, en los últimos 15 años más o menos, la escalera del ascenso femenino ha llegado cada vez más alto y es más concurrida que nunca. Angela Merkel, desde que se convirtió en la primera mujer elegida canciller de Alemania, en el 2005, pasó a figurar como la tercera en la lista de cancillere­s con mayor cantidad de años en el puesto. Es probable que otra mujer, Annegret Kramp-Karrenbaue­r, ministra de Defensa de Alemania, sea su sucesora en el 2021.

Dalia Grybauskai­té, la Dama de Hierro de Lituania, quien se convirtió en la primera presidenta de su país en el 2009 (dejó el cargo este mes), tiene opiniones de centrodere­cha, pero no está afiliada a ningún partido político. La conservado­ra Erna Solberg,

La nieta de Nikita Khrushchev nos ofrece un amplio recuento sobre el avance femenino

primera ministra de Noruega desde el 2013, logró un equilibrio entre el libertaris­mo y el estado de bienestar. Yulia Timoshenko llegó al cargo de primera ministra dos veces, en medio de un ambiente político plagado de machismo.

La liberal conservado­ra Kersti Kaljulaid tiene el título de ser la primera jefa de Estado de Estonia, en el 2016, así como la persona más joven en asumir la presidenci­a de dicho país. Y, el mes pasado, la socialdemó­crata Mette Frederikse­n fue elegida la primera ministra más joven de Dinamarca y la segunda mujer en ocupar el cargo. Al mismo tiempo, otra poderosa mujer política, la nacionalis­ta Pia Kjaersgaar­d, cofundador­a del Partido Popular Danés, renunció a su puesto de presidenta del Parlamento de Dinamarca después de ocupar el cargo durante cuatro años.

A su vez, otro partido de extrema derecha, el Rally Nacional de Francia (antes el Frente Nacional), también tiene una mujer líder, Marine Le Pen, quien en el 2011 tomó la posta de su padre, Jean-Marie Le Pen, con el objetivo de ampliar el atractivo del partido y hacer que las opiniones extremas de su padre sean más aceptables.

Asimismo, a la ex primera ministra británica Theresa May se le encomendó la tarea de limpiar el desastre creado por su antecesor masculino, David Cameron. Después de haber convocado al referendo por el brexit para apaciguar a los euroescépt­icos en su Partido Conservado­r, la única opción que tuvo Cameron cuando la votación no arrojó los resultados que él esperaba fue dimitir. May, quien también se oponía a salir de la Unión Europea, recibió la misión de hacer que, de alguna manera, dicha salida funcionara. (No pudo, así que no llevó a cabo dicha misión).

Durante su mandato como comisaria de competenci­a de Europa, Margrethe Vestager, de Dinamarca, tomó medidas audaces para controlar a la industria big tech. La exministra de Finanzas francesa Christine Lagarde, quien fue la primera directora gerenta del Fondo Monetario Internacio­nal, elegida en el 2011, ahora será confirmada como la primera mujer presidenta del Banco Central Europeo. Y la protegida de Merkel, Ursula von der Leyen, asumirá el cargo de primera presidenta de la Comisión Europea.

En cuanto a Estados Unidos, aunque la exsecretar­ia de Estado Hillary Clinton perdió frente a Trump en el 2016, sentó un precedente y obtuvo más votos que su contrincan­te. Las elecciones de mitad de período del 2018 trajeron un número récord de mujeres al Congreso de los Estados Unidos, incluidas aquellas cuatro congresist­as que han estado en la mira de Trump. Y dos de los cinco candidatos favoritos para enfrentars­e a Trump en las elecciones del 2020 son mujeres.

Ninguna de estas necesita la validación de los hombres Sin embargo, eso no significa que no agradecerí­an el apoyo de los hombres, ya sea políti co, personal o incluso artísti co. Por ejemplo, Philipp Stölz está en proceso de llevar a escenario una adaptación con temporánea del Rigoletto de Giuseppe Verdi en Austria. En su opinión, Rigoletto —obra en la que un bufón de la Corte in tenta poner fin a las activida des licenciosa­s de su poderoso empleador— es la ópera idea para la era del movimiento #MeToo. Quizás por eso una mujer, la directora de ópera australian­a Lindy Hume, trae su propia adaptación a Seattle el próximo mes.

En el mundo de hoy, al igua que en Rigoletto, los hombres continúan teniendo un poder desproporc­ionado, que a me nudo utilizan para impedir que las mujeres ganen más Pero, a juzgar por el número cada vez mayor de mujeres en el escenario político —y dado que dicho número incluye a fascistas, liberales, verdes y socialista­s— los días de la supremacía masculina están contados. No es de extrañar que estemos siendo testigos de una violenta reacción en con tra de dicha situación prove niente de “machos alfa”, como por ejemplo Trump.

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