La Nacion (Costa Rica)

McDonald cuenta la otra cara del fútbol: ‘La que nadie ve’

- Jonathan McDonald

››En su artículo, el ariete refleja que en este deporte no todo son sonrisas La vida del futbolista es increíble. Te pagan por hacer el deporte que amaste desde niño. Muchas veces jugás a estadio lleno, te patrocinan marcas, la gente te saluda…

Hasta he escuchado a niños decir “Yo soy Mcdonald” en mejengas de escuela. Eso me llega al corazón, porque también lo hice de pequeño y es una profunda señal de admiración. “Yo soy Miso”, “yo soy Fonseca”, “yo soy el Pato”. Esos eran unos cuantos de los que quería ser… Hasta quise ser Lonis cuando me entraban las ganas de ir al arco. La lista es grande.

Poder llegar adonde llegué es como un sueño. Realmente era mi sueño. Cabecear una bola de tenis en mi cama y cantar el gol era mi ritual antes de dormir, solo para luego pensar en cómo la afición gritaría un gol mío; en que ese gol fuese el mejor del torneo y en ser el máximo anotador. Todo eso lo logré.

Les contaré dos anécdotas más, antes de pasar al punto clave de este texto, el cual quizás los sorprender­á.

La primera es salir de la puerta de mi casa diciendo, “con el número tal… ¡Jonathan McDonald!” y yo mismo hacía el eco del estadio …

La segunda es tomar una de las piedras con las que hacíamos el poste del marco y, como si estuviese sosteniend­o un trofeo, simulaba dar una vuelta olímpica… Haber ganado dos campeonato­s y El delantero Jonathan McDonald anotó más de 100 goles con Alajuelens­e, equipo con el que fue goleador en varias campañas. Actualment­e juga en Catar.

DIFÍCIL MOMENTO

NADIE SE DA CUENTA DE LO QUE TE INSULTAN EN LA CALLE CUANDO MANEJÁS CON LA VENTANA ABIERTA”.

compartir ese éxtasis con la afición es un privilegio.

La otra cara. Hasta ahí todo suena perfecto, ¿verdad? Hasta ahí todo suena como la historia ideal. Tristement­e no lo es. Ese es solo un lado de la moneda, el lado que ustedes ven, el que les muestran los medios de comunicaci­ón. Sin embargo, yo también les voy a hablar de la otra cara del fútbol.

La fea, la complicada, la tensa, una que, sí, a mí me ha cobrado facturas, pero es que no es fácil estar bajo la lupa las 24 horas del día.

Nadie se da cuenta de lo que te insultan en la calle cuando manejás con la ventana abierta. De tus hijos indignados por los memes ofensivos y de lo que repiten sus compañeros tras escuchar a los adultos decir infinidad de cosas durante los partidos. De no poder ir de vacaciones a la playa sin que alguien le falte el respeto a su padre y de la risa de la gente alrededor, que en vez de repugnar el acto, se burla.

Se olvidan de la angustia que genera no poder ir a ver a

tus hijos en su primer día del kínder o de la escuela porque hay entrenamie­nto, o de los pleitos con tu pareja porque hay poco tiempo para compartir y, cuando existe, es mejor quedarse en casa para evitar algún episodio. ¿Cómo es posible que no pueda salir a celebrar un aniversari­o con mi esposa y tomarme una copa de vino en público sin que me tachen de borracho?

Y, por supuesto, ustedes tampoco se percatan del periodista malintenci­onado que busca los “likes” en redes sociales con sus noticias sin fundamento y verificaci­ón, que hasta pueden dejar a una familia sin sustento, o bien, poner al público tan enojado que pueda llegar a la violencia. O del compañero que habla ma a tus espaldas porque quiere tu puesto o del dirigente que te amenaza con dejarte sin tra bajo por “bajo rendimient­o” o por presiones externas. Es que, en esta profesión, tener simplement­e un mal día ya hace que muchos pidan tu ca beza. El esfuerzo y sacrificio se valora poco.

Por que sí, muy lindo ano tar y festejar los goles, pero cuando te toca fallar, ¿qué? La frustració­n y la molestia no se queda en la cancha, como muchos pueden pensar. La búsqueda de una explicació­n te persigue hasta tu casa. Por días. Yo he llegado a pasar 24 horas sin comer y hasta tres días sin dormir tranquilo tras perder un juego importante.

Y todo eso hay que vivirlo por dentro, sin poder revelar ni una sola de tus emociones porque algunos padres te en dosan la etiqueta de ejemplo de sus hijos. No obstante, aun que el gesto me encanta, real mente no soy yo el que tengo que cargar con ese peso. No soy yo el que los tiene que edu car. Para eso están ellos, para enseñar que, si lo que yo hice estuvo mal, no lo hagan ellos, o viceversa. Porque yo me equi voco, como todos.

Junto a todo esto, está e siempre acosador temor de que una lesión lo acabe todo en un parpadeo. A mis 19 años escuché a un doctor decirme antes de una operación, que había un 60% de probabilid­a des de que no pudiese volver a jugar. Desde ahí vivo cada día como si fuese el último.

El ojo público es sumamen te abrumador. Ustedes no lo saben y no los juzgo por eso Quizá después de este artículo podrán entenderme mejor.

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