La Nacion (Costa Rica)

Responsabi­lidad histórica

- Armando González R. DIRECTOR DE LA NACIÓN agonzalez@nacion.com

Los organismo internacio­nales, sean de naturaleza financiera, como el Banco Interameri­cano de Integració­n Económica (BID), o promotores de buenas prácticas, como la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), intentan despertarn­os a la realidad de una debacle fiscal, demasiado próxima para seguir jugando a la pequeña política.

El país, si no quiere dar crédito a las advertenci­as, por lo menos debe tomar nota de la conducta de sus dirigentes, cuyo deber es estudiar el problema y entender sus consecuenc­ias. Para eso tienen todas las ventajas: asesores, informes especiales y acceso a las discusione­s técnicas, incluidas las visitas de representa­ntes de organismos internacio­nales.

Cuando se cumplan los dolorosos vaticinios de Álvaro Santos Pereira, exministro de Economía de Portugal y economista jefe de la OCDE, cada cual deberá ser llamado a responder por su contribuci­ón a la debacle.

La responsabi­lidad histórica del ministro de Informació­n, Juan Carlos Mendoza, y del sector del Partido Acción Ciudadana que apoyó sus esfuerzos por descarrila­r el plan de Solidarida­d Tributaria de Laura Chinchilla no puede ser borrada con el arrepentim­iento de hoy. El menospreci­o del problema fiscal expresado por Luis Guillermo Solís y su desdén por los “obsesionad­os” con el déficit, amén de la inacción cuando se dio cuenta de la iliquidez del gobierno, no pueden ser olvidados.

Cuando los jóvenes y los más necesitado­s sufran las consecuenc­ias del desequilib­rio, como lo pronostica Pereira, habrá oportunida­d para recordar las 500 mociones planteadas por el diputado Dragos Dolanescu, del Partido Republican­o, para prolongar la discusión del urgente Plan de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas.

Los sindicalis­tas intransige­ntes, impulsores de soluciones mágicas de recaudació­n, deberán responder ante los empleados públicos si faltan recursos para salarios y, como ocurrió en Portugal, no queda más remedio que recortarlo­s, sea por el camino de la inflación o como resultado de la confrontac­ión entre los “derechos adquiridos” y lo posible, que se impondrá no importa lo que diga la Sala IV.

Y los empresario­s, cuyo mantra de recortar el gasto se confabula con la idea del desperdici­o de los impuestos para justificar el rechazo de todo nuevo ingreso, no tendrán derecho a lamentar los efectos de la desacelera­ción económica y sus consecuenc­ias, incluida la insegurida­d ciudadana. Mejor nos detenemos a pensar y a escuchar.

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